La Columna J
El eclipse de nuestros días
Con el gusto de saludarle como cada semana, en esta ocasión quiero plasmar un texto de análisis sobre las vicisitudes que está presentando la actualidad en torno al radicalismo político. No sin antes agradecerle infinitamente su tiempo y su atención para dar lectura a esta columna como lo hace cada semana y por seguir a este gran medio de comunicación LJA.MX.
Tal parece que el mundo se desfragmenta aún más, entre discursos de odio, políticas migratorias fallidas y una ineficiencia de la clase política para resolver los problemas que aquejan y que de manera sistemática están destrozando a nuestro mundo. Entre más fragmentada se encuentra la sociedad, el individuo se desmorona de manera ontológica, pierde su brújula existencial. Ante dicha tesitura y preámbulo, quien ejerce la línea de comunicación o la acción comunicativa, tal y como la citaba Jürgen Habermas, está siendo víctima de una vituperable acción, pues la violencia se desborda entre narco gobiernos y asesinatos como el de Charlie Kirk.
La guerra en Palestina, en Ucrania, y los conflictos que asolan distintas regiones nos recuerdan que la condena de este siglo es la incertidumbre de la paz. Todo ello en un marco económico que dispone y administra la felicidad en torno a un consumo banal y un lacónico sentido aspiracional. Mientras la inteligencia artificial se desarrolla más, nuestra inteligencia emocional se merma en demasía.
Michel Foucault, en su arqueología del saber, expone un método para deshilvanar los discursos y las narrativas que ofuscan el sentido crítico de la percepción.
No se trata de descubrir verdades últimas ni de desenmascarar ideologías ocultas, sino de mostrar las condiciones de posibilidad que permiten que ciertos enunciados emerjan en un momento histórico dado. Ese método, criticado por muchos, se convierte hoy en una herramienta indispensable para leer la multiplicidad de voces que saturan nuestro presente, en donde los discursos de poder buscan imponerse bajo formas sistemáticas y endémicas.
Las ideologías, cualesquiera que sean, nos han llevado al ostracismo de la fraternidad; nos han radicalizado, pulverizando la posibilidad del status quo. Al no poder desestructurar los enunciados, nos exponemos como animales que marchan al matadero: al de las deudas, al del fanatismo y al de la supervivencia inocua de un mundo desamparado y alejado de la esperanza. Mientras escribo estas letras, hay más niños muriendo en Gaza, más animales sacrificados por la errabunda acción política, más narcotráfico impune y políticos con más mentiras. Es el eclipse de nuestros días, la difuminación de la libertad, el triunfo de narrativas deleznables que colonizan nuestras conciencias.
En esa misma sintonía en la que nos encontramos los seres humanos en el eclipse de nuestros días, estamos ante la desolación de nuestra propia existencia. Estamos tan individualizados que nos hemos vuelto ajenos al dolor de los demás. Mientras los hospitales y el sistema de salud están colapsados, la gente se preocupa más por comprar un regalo o por convertir un altar de muertos en un punto de venta, envuelto por el marketing rampante.
Foucault extendió la arista y el paradigma para analizar la circunstancia social bajo las ínfulas que el poder quiere ejercer de manera sistemática. Frente a ese panorama, no nos queda más que la reflexión, no nos queda más que la lectura, no nos queda más que el intento de sostener un pensamiento crítico en medio de la efervescencia de lo que se ha dislocado del sentido afable de la vida.
Sin duda alguna estamos muy cerca de llegar a puntos de quiebre, a puntos de inflexión que definirán no solo a esta generación, sino a la historia de la humanidad misma. Los discursos llenos y plasmados de optimismo, de promesas vacías y de positividad superficial serán recordados como una gran mentira: un velo que ocultó la crudeza de los hechos y la incapacidad de afrontar la realidad con pensamiento crítico. Esta narrativa ha generado al ser humano una falsa sensación de bienestar, una expectativa ilusoria que condena al sentido común a la irrelevancia, reduciendo la vida contemplativa a un lujo improductivo, cuando en realidad constituye el último reducto de resistencia frente a la vorágine del poder.
Tal como lo advertía Fiódor Dostoyevski en Los demonios, los demonios no habitan únicamente en los relatos del subsuelo, ni son producto de una literatura sombría. Están enraizados en esta red envolvente de intereses, de ambiciones desmedidas y de poder que ha capturado la esencia misma del ser humano. En la medida en que esos demonios se institucionalizan y se vuelven parte de nuestra cotidianidad, la sociedad se acerca peligrosamente a su propia desintegración, no ya como un accidente, sino como el destino inexorable de haber cedido la voluntad a fuerzas que solo buscan perpetuar su dominio.
Como advertía Emil Cioran:
- “Cuanto más se eleva un hombre, más desciende en el corazón de los demás”.
- “El problema de nuestra época es que la estupidez se ha puesto a pensar”.
- “En el fondo, todo acontecimiento histórico es solo la excusa de un delirio colectivo”.
Frases que resuenan hoy con brutal actualidad: el eclipse de nuestros días no es solo político, ni social, ni económico; es espiritual y ético. Hemos perdido la brújula de la fraternidad y del reconocimiento del otro. La arqueología foucaultiana nos invita a no resignarnos, a examinar las condiciones de aparición de los discursos que nos esclavizan, para así recuperar un mínimo margen de libertad.
De lo contrario, seguiremos siendo cómplices silenciosos de la barbarie.
In silentio mei verba, la palabra es poder, la filosofía es libertad.




