En las venas del fútbol mexicano late un nombre que evoca garra inquebrantable y visión estratégica, Ignacio “Nacho” Ambriz Espinoza, nacido el 7 de febrero de 1965 en la efervescente Ciudad de México. No fue el artillero de portadas efímeras ni el entrenador de modas pasajeras; fue el mediocampista que devoraba balones con barridas precisas y el táctico que resucitaba planteles con rugidos motivadores desde la banda. Su odisea de 36 años entre el césped y el banquillo suma 64 partidos con el Tri, bicampeonatos juveniles con Necaxa, una Copa de Campeones CONCACAF continental y títulos como DT que incluyen la Liga MX con León.
Los inicios en el nido rayo
En el vibrante semillero de las fuerzas básicas del Necaxa, durante los tumultuosos ochenta, un joven de barrio con instinto depredador y piernas forjadas en el asfalto capitalino emergió como devorador de mediocampos. Criado en una familia modesta donde el fútbol era bálsamo y ambición colectiva, Ambriz idolatraba a íconos como el “Pescado” Guzmán, pero su sino era el de baluarte; mediocampista defensivo con olfato para la ida y vuelta, capaz de interceptar pases como un halcón y rematar de media distancia con veneno. Debutó profesionalmente con los Rayos el 15 de marzo de 1987, en un empate 1-1 ante Puebla, con apenas 22 años, tras un breve paso por Toros Texcoco en 1986-1987 que lo pulió en divisiones inferiores. Desde esa gesta inicial, su lectura profética del juego lo erigió en pilar. Aquellos años fundacionales, entre 1987 y 1989, lo moldearon en el Estadio Azteca, donde acumuló minutos defendiendo con uñas y dientes, contribuyendo a la consolidación de los Rayos junto a luminarias emergentes.
Esta etapa no sólo forjó su carácter; le enseñó que en el fútbol mexicano, los mediocampistas no solo destruyen; orquestan sinfonías desde la sombra, preparando el terreno para su primer gran salto al norte.
El primer nomadismo nacional
El fútbol, caprichoso, lo llevó al Club León en 1987, donde Ambriz desembarcó como un refuerzo prometedor para reforzar la zaga esmeralda en la Primera División. En su paso por el Bajío, que se extendió hasta 1989, con alrededor de 50 apariciones, se consolidó como un defensa central versátil, aportando solidez en liguillas y contribuyendo a la estabilidad defensiva de un equipo en reconstrucción, aunque sin trofeos mayores en esa época. Aquella temporada en León fue de aprendizaje crudo, duelos aéreos feroces y pases que iniciaban contraataques, forjando su fama de “cerebro defensivo” en un contexto de presupuestos modestos. Estos periplos iniciales, llenos de mudanzas y adaptación a estilos variados, subrayaron su humildad mexicana.
La década dorada con Necaxa
De regreso al Necaxa en 1989, Ambriz se erigió en el corazón de la “década dorada” de los Rayos, un ciclo de dominio que transformó al club en potencia azteca. Entre 1989 y 1996, acumuló cientos de minutos como pilar indiscutible, destacando por su ida y vuelta incansable y disparos letales de media distancia que decidieron encuentros clave. El clímax llegó con el campeonato de liga; en la temporada 1994-95 con Nacho como muro infranquebrantable en 28 duelos, sellando su primer cetro nacional, después, Necaxa aplastó 3-1 a Celaya en la final para consagrarse bicampeones. Repitió gloria en el Invierno 1995, venciendo a Cruz Azul por penales tras un global parejo, donde su liderazgo en la zaga fue pivotal. Aquella gesta incluyó la Copa México 1994-95, alzada con autoridad, y la Recopa de la CONCACAF 1995, un laurel continental que lo catapultó a la élite. Más tarde, en 1999, tras su exilio ibérico, contribuyó a la Copa de Campeones CONCACAF 1998-99. Todo eso sumado a un tercer lugar en el Mundial de Clubes 2000 con Necaxa, lo convirtieron en símbolo de la generación que elevó el fútbol mexicano a horizontes globales.
El exilio ibérico y el nomadismo tardío
El 1986 trajo el llamado del Viejo Continente: el UD Salamanca de la Segunda División española abonó por Ambriz, y allá, en las lides de colmillo retorcido, el mexicano de 1.75 metros se midió a un fútbol de navaja y pasión cruda. Debutó con un 2-1 sobre Badajoz, pero la aclimatación fue un vía crucis y duelos aéreos feroces. Repatriado en 1987, recaló en León, luego por Atlante, Puebla y Atlético Celaya para despedirse del fútbol en su casa, el Necaxa.
El Tri
Como mexicano de pura cepa, Ambriz fue el escudo viviente del Tri en transiciones legendarias. Debutó el 25 de febrero de 1992 en un amistoso ante Bulgaria (2-1), acumulando 64 partidos hasta 1995, con 3 goles, incluido uno en la Copa Oro 1993 contra Panamá. Su pico fue esa Copa Oro, coronada con un 4-0 sobre EE.UU. en la final, donde su marcaje asfixiante a Brian McBride fue una lección de maestría. Subcampeón en Copa América 1993 (caída 2-0 ante Argentina), y en el Mundial 1994 de EE.UU., como capitán, jugó tres duelos, contra Noruega, Irlanda e Italia, eliminado en octavos por Bulgaria en penales que aún escuecen. Su periplo tricolor, sin más Copas Oro, lo inmortalizó como emblema de la generación que globalizó al Tri, inspirando su vocación posterior en los banquillos.
Del césped al banquillo
El ocaso como jugador en 2001 fue prólogo de una segunda vida; debutó como DT en Clausura 2003 con Puebla, rescatando al equipo del abismo con 6 victorias en 14 juegos, pero un promedio de 1.2 puntos lo catapultó al banquillo. En 2007, asumió San Luis, clasificando a la Liguilla y a Copa Libertadores 2010, eliminados 4-1 global por Estudiantes en octavos, pero tras un naufragio grupal en 2011, fue cesado. Esa Libertadores, con 10 partidos y 3 triunfos, fue su bautizo sudamericano, un magisterio brutal en presiones exóticas. Estas fases primarias, con 100 duelos y salvaciones heroicas, delinearon a Ambriz como el DT de segundas vidas, eco de su trayectoria.
América y Querétaro
En 2015, el América lo convocó, y Nacho replicó con llamas; en el Clausura 2016, alzó la Liga de Campeones CONCACAF 4-1 global ante Tigres, su primer gran botín como DT, abriendo puertas al Mundial de Clubes (sexto puesto). Más la Liga MX se evaporó con unas semis ante Monterrey, y un Apertura 2016 con 4 victorias en 17 juegos lo expulsó. Previo, en Querétaro (2013-2015) consiguió una Liguilla en cuatro torneos, siendo cesado en Clausura 2015 con 1 triunfo en 7 duelos. Estos vaivenes de destituciones por 40% de victorias promedio y fricciones con ejecutivos, desnudaron sus quiebres. Un genio fogoso que galvanizaba vestuarios pero topaba con burocracias.
Necaxa y León
Hijo pródigo en Necaxa (2017), su cuna, en 2018 ganó la Copa MX 1-0 ante Toluca, con 10 victorias en 34 juegos, pero sin Liguilla, fue relevado.El ápice irrumpió en León desde 2018, liderato en el Clausura 2019 con 12 victorias filiales, subcampeonato ante Tigres (0-1 global), y el Guardianes 2020, su primer Liga MX, 3-1 sobre Pumas. Partió en 2021 sin renovación, legando 80 partidos, 50 triunfos, 62% efectividad y un fútbol gozoso que hipnotizó al Bajío.
Vagabundeo tardío
En 2021, tentó la fortuna en Huesca (Segunda División española): 13 juegos, 3 victorias, cesado por sequía. Con el Toluca (Clausura 2022-Apertura 2023) llegó a semis en 2022, pero fue destituido en octubre de 2023 con 18 puntos en 13 jornadas. El nadir fue Santos (2024) que asumió en febrero siendo relevado en noviembre tras un Apertura nefasto (4 victorias en 17 juegos), con una hinchada beligerante y directiva convulsa.
El eterno retorno a León en 2025
El 29 de septiembre de 2025, León proclamó el retorno de Ambriz post-renuncia de Berizzo, ante la Jornada 14 del Apertura: “Regresa Nacho, el domador de nuestra esencia primal”, tuiteó el club, rubricando su segunda era hasta 2026. A los 60, augura catarsis y ya anhela otra liga.
Ignacio Ambriz no fue mero mediocampista o DT; fue el latido del fútbol mexicano, el que blindó con el cuerpo y embistió con la sesera, hundiéndose en fuego para renacer. En un deporte de ídolos fugaces, Nacho perdura como el tejedor de quimeras colectivas, recordándonos que el galardón supremo es el honor de enfundar la verde.




