El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, vuelve a exhibir de manera brutal que la violencia política en nuestro país ya dejó de ser excepcional: hoy es un riesgo latente para quienes gobiernan, para quienes compiten, para quienes sirven y para quienes creen en la vida pública como herramienta de construcción colectiva.
Cuando se asesina a un alcalde -la autoridad más cercana a la ciudadanía- el mensaje no es solo para él o para su municipio.
Es un mensaje directo al país: que el crimen quiere dominar el territorio, desactivar la democracia, imponer miedo como gobierno de facto.
Esta realidad no puede trivializarse.
No puede ser una nota más.
No puede diluirse en la velocidad de redes sociales.
Este crimen exige investigación real, verdad, responsables claros, justicia efectiva.
No pronunciamientos vacíos.
No simulación institucional.
Hoy México está pagando con vidas una guerra que no eligió.
Y mientras esta violencia siga avanzando, la democracia retrocede.
Este asesinato debe ser un parteaguas.
No un expediente archivado.
México merece vivir sin miedo.
México merece autoridades vivas.
México merece justicia real.




