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domingo, diciembre 21, 2025

Ecoanarquismo: una mirada distinta al valor de la naturaleza | Ambientalistas por: Jennifer Patiño Aguilar

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Ambientalistas 

Ecoanarquismo: una mirada distinta al valor de la naturaleza

Estudiante de la Maestría en Investigación Educativa en la UAA

En los últimos años, he notado cambios profundos en el clima de Aguascalientes. Recuerdo que hace veintiún años, cuando llegué a vivir a este estado, el calor -aunque más intenso que en mi natal Estado de México- no era tan sofocante como el de hoy. Las lluvias también duraban más tiempo; el cielo se nublaba durante días y el agua nunca faltaba, ni en las colonias cercanas al centro ni en las más alejadas. Hoy, en cambio, hay semanas enteras en las que en mi casa no cae ni una gota, y el tinaco permanece vacío. Siempre pensé en Aguascalientes como un lugar limpio, respetuoso del entorno y con cultura ambiental, pero con el tiempo he comprendido que era más una idea que una realidad. 

Esa reflexión me llevó a pensar que vivimos bajo una especie de ecoutilitarismo: una forma de relación con la naturaleza basada en su utilidad y sus beneficios. Por ejemplo, hay quienes defienden el árbol frente a su casa, no porque consideren tener un deber ecomoral hacia él o porque lo sientan como un miembro de su familia, sino porque es una propiedad que les sirve para que le dé sombra a su auto, es decir, se cuida por su utilidad, no por su valor ecosistémico u ornamental; se valora porque sirve para ese fin, no como se ha indicado en ética ambiental, por su valía inherente, que es el reconocimiento que se otorga a un ser vivo por el simple hecho de estar vivo y no por su utilidad. En el pasado, en las colonias/fraccionamientos los vecinos sacaban unas sillas para reunirse y platicar debajo de la fronda del árbol aprovechando la sombra que éste brindaba, en ese sentido había un mayor apego con estos seres, se experimentaba en carne propia la caricia y protección de su sombra. Hoy en día, esas prácticas han desaparecido; los árboles en las calles son testigos de la rivalidad vecinal y ciudadana por su uso, más que por su cuidado responsable que genere una práctica ecosocial solidaria.

Todo lo anterior me atrajo en una ideología poco conocida pero interesante: el Ecoanarquismo, también llamado Anarquismo verde. A primera vista, el término puede sonar extremista o radical, porque puede asociarse con desorden o ausencia total de reglas; sin embargo, esa imagen dista mucho de la realidad. El anarquismo no es sinónimo de descontrol, sino de autodeterminación.

Pierre-Joseph Proudhon, considerado el “padre del anarquismo”, definió esta corriente como el rechazo a toda estructura jerárquica impuesta desde arriba, especialmente la del Estado. No se trata de negar el orden, sino de cuestionar el tipo de orden que depende de la obediencia ciega. El anarquismo propone que las personas son capaces de organizarse, cooperar y convivir sin la necesidad de una autoridad que dicte lo que deben hacer. Confía en la racionalidad y la conciencia humana para construir una sociedad en la que todos tengan el mismo valor sin jerarquías ni imposiciones.

A partir de esas ideas surge el Anarquismo verde, una corriente que une la crítica anarquista a la dominación humana con la visión ecologista que denuncia el consumo excesivo y la devastación ambiental. El Ecoanarquismo no se limita a analizar cómo nos relacionamos entre nosotros, sino que amplía la reflexión hacia el vínculo entre los humanos y los demás seres vivos. Según esta postura, la raíz de la crisis ambiental no está solo en el capitalismo o en las políticas deficientes, sino en la jerarquía misma que sitúa al ser humano por encima de todo lo demás.

Los ecoanarquistas buscan abolir todas las formas de dominación, aspiran a una liberación total: social, animal y ecológica. Imaginan una sociedad horizontal en la que la cooperación sustituya a la competencia y el respeto por la vida no dependa de su utilidad económica o simbólica. En ese sentido, la propuesta no es únicamente política o ambiental, sino también ética: implica reconocer el valor intrínseco de todos los seres.

Esta idea resulta profundamente revolucionaria. Bajo la mirada ecoanarquista, un árbol no vale porque nos dé sombra, porque purifique el aire o porque adorne el paisaje; vale porque existe. Su vida tiene derecho propio, igual que la de un animal, o la existencia de un río. Los humanos no somos el centro ni la medida de todo, sino una parte más de la Tierra. En un mundo acostumbrado a medir el valor por la utilidad o el rendimiento, pensar así parece casi subversivo.

Pero quizá esa sea la verdadera enseñanza del Ecoanarquismo: recordarnos que el respeto a la naturaleza no puede depender de la conveniencia. Si solo cuidamos aquello que nos beneficia, nunca saldremos del círculo de la explotación y el desgaste ambiental. Los discursos sobre sostenibilidad, reciclaje o “economía verde” se quedan cortos cuando no cuestionan la raíz del problema: nuestra relación de poder con el entorno. De nada sirve plantar árboles si mantenemos la creencia de que lo hacemos en favor y para beneficio de nuestra especie, peor aún, si no se les da mantenimiento, se les abandona y mueren de inanición por falta de atención y cuidado de quienes tuvieron el descaro de plantarlos sin planeación a corto, mediano y largo plazo, para garantizar su supervivencia; por el contrario, con estas acciones se promueve y fomentan ecocidios anualmente más que acciones sustentables en favor de la naturaleza. 

Algunos podrían considerar que el ecoanarquismo suena utópico, pero las utopías tienen su función: nos empujan a pensar que otras formas de vivir son posibles. No se trata de demoler los sistemas de la noche a la mañana, sino de replantear nuestra manera de pensar. Tal vez el cambio comience en gestos pequeños: dejar de ver el jardín como una posesión, agradecer al árbol sin reclamarle sombra y entender que los bienes naturales no son solo recursos para favorecer a nuestra especie, sino que son para todos los seres que vivimos en este planeta y por ello no nos pertenecen, sino que solo los compartimos.

En un tiempo en que el planeta se calienta, los ríos se secan y la vida se vuelve cada vez más frágil, quizá debamos recuperar esa utopía verde que propone el Ecoanarquismo. No como una teoría política más, sino como una filosofía de convivencia. Nos invita a dejar de preguntar “¿qué me da la naturaleza?” y empezar a cuestionarnos “¿qué le debo yo?”. Porque cuidar la Tierra no debería ser un acto de conveniencia, sino de conciencia.

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