El paisaje social de Irán atraviesa una transformación profunda. Cada vez más mujeres deciden dejar de usar el velo obligatorio o hiyab en espacios públicos. Lo que hace apenas unos años parecía inimaginable en la República Islámica hoy es parte del día a día, sobre todo en las zonas más prósperas del norte de Teherán.
Este giro comenzó tras la muerte de Mahsa Amini en 2022. La joven kurdo-iraní de 22 años falleció bajo custodia policial después de ser detenida por llevar “mal colocado” el velo. Su muerte desató protestas masivas y encendió un enojo intergeneracional que no se había visto desde la Revolución Islámica de 1979. Durante más de cuatro décadas, el Estado impuso con firmeza el uso del hiyab, respaldado por la policía y la fuerza paramilitar Basijis. Lo que antes eran pequeños gestos de rebeldía hoy se ha convertido para muchas mujeres en la decisión de abandonarlo por completo.
Un cambio visible en las calles
El rechazo al velo obligatorio se percibe a simple vista. En la avenida Vali-e Asr, una de las principales de Teherán, es posible ver cabello de todos los tonos, sin ocultarse. En la plaza Tajrish, adolescentes que deben llevar hiyab en la escuela se lo quitan apenas salen por la tarde, moviéndose entre el tráfico con la cabeza descubierta. Incluso en lugares formales, varias mujeres caminan sin velo frente a carteles que promueven el “hiyab islámico”.
El impacto también es evidente en las escuelas. Antes, muchas estudiantes vivían con miedo a las inspecciones rigurosas. Hoy, en algunos colegios privados, las alumnas llevan el maqnaé (el velo tipo capucha del uniforme) colgado del cuello sin que la administración intervenga. En el transporte público, madres que usan chador comparten asiento con sus hijas vestidas con jeans y camisetas. Aunque la policía hace comentarios ocasionales, en muchos casos opta por hacerse a un lado.
Tolerancia forzada y un Estado bajo presión
La aparente tolerancia del gobierno responde, en gran medida, al miedo a que estallen nuevas protestas. Las autoridades están rebasadas por el número de mujeres que han dejado el velo y temen que una represión severa, en medio de un país afectado por apagones, escasez de agua y crisis económica, reavive la movilización en las calles.
En este contexto, la postura oficial se ha suavizado. Aunque los sectores más duros exigen reforzar la vigilancia del hiyab, el presidente reformista Masoud Pezeshkian ha pedido detener la aplicación estricta, defendiendo que “las personas tienen derecho a elegir”. Bajo su gobierno se suspendió la severa “Ley de la castidad y el hiyab”, que imponía castigos desproporcionados. Esa suspensión solo pudo avanzar con el visto bueno implícito del líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, obligado a ceder ante la presión interna y la crisis generada tras el breve conflicto con Israel.
Aun así, el gobierno mantiene la intimidación: activistas por los derechos de las mujeres siguen enfrentando arrestos. Y el código civil continúa intacto, con normas discriminatorias en herencia, divorcio y custodia.
Pese a todo, la determinación de las mujeres jóvenes ha renovado la esperanza de generaciones anteriores. Muchas creen que, aunque el Estado intente retroceder, el cambio ya está en marcha y no tiene vuelta atrás.




