Ambientalistas ¿Por qué debemos respetar la biodiversidad?
En septiembre de 2005 el director de cine Shaun Monson estrenó el documental Earthlings (Terrícolas) en el que muestra las principales formas de dominación que los seres humanos ejercemos sobre los animales no humanos. De acuerdo con los estudios que se hicieron para realizar el documental, son cinco las principales categorías en las que puede clasificarse este daño: mascotas, alimentación, experimentación, vestimenta y diversión. En el video se señala que el maltrato ejercido en cada una de estas actividades se oculta para que los consumidores no sientan culpa cuando entran en contacto o consumen algún producto derivado de la explotación de animales no humanos. Esta práctica recibe el nombre de especismo, el cual se caracteriza por anteponer los intereses de nuestra especie sobre los de otras, minimizando o menospreciado sus peculiaridades.
El especismo destaca la falta de capacidad racional y de conciencia de los animales, además sostiene que, dado que no cuentan con estas facultades, tampoco tienen sensibilidad. Eso se creyó durante mucho tiempo; sin embargo, en la década de 1960, Karl Lorenz forjó los cimientos de una nueva disciplina que se encargaría de estudiar la conducta de los animales y se le denominó Etología. Las investigaciones en este campo han demostrado que los animales no solo sienten, sino que también tienen conciencia y que todas sus conductas no son innatas, ya que algunas de ellas deben aprenderlas y son estas las que les permiten establecer vínculos sociales con sus congéneres. Estas ideas, más las propuestas por el evolucionismo que eliminaron el origen divino de la humanidad, sentaron las bases para la reflexión ética acerca de nuestra relación y compromisos morales hacia otras especies, pues como se señala en el documental referido todos somos terrícolas.
“Dado que todos habitamos la Tierra, todos somos considerados terrícolas. No hay sexismo, racismo ni especismo en el término terrícola y abarca a todos y cada uno de nosotros, de sangre caliente o fría, mamífero, vertebrado, ave, reptil, anfibio, pez o humano. Los humanos, por lo tanto, no siendo la única especie sobre el planeta, comparten este mundo con millones de otras criaturas, dado que todas evolucionamos aquí juntas. Sin embargo, somos los humanos quienes tratamos de dominar la Tierra, a menudo tratando a otros seres como meros objetos”.
En 1975 Peter Singer publicó el libro Liberación animal, en el que abordó el tema de nuestros deberes hacia los animales no humanos, enfatizando en que estamos obligados a incluirlos dentro de nuestro círculo moral dado que compartimos muchas semejanzas con ellos, y por esa razón debemos dejar de verlos y tratarlos como cosas que están al servicio de nuestra especie, partiendo del principio de que “si un ser sufre (dolor físico o psicológico) no puede haber justificación moral alguna para negarse a tener en cuenta este sufrimiento”.
Dicho lo anterior, es lamentable darse cuenta que, a pesar de que desde hace medio siglo se nos invita a lograr un progreso moral en el trato y evitar el daño que ejercemos contra otras especies, directo o indirecto, este prevalezca, así como la indiferencia sobre el tema. El daño es directo cuando a los animales no humanos se les mantiene prisioneros (en jaulas, corrales, vitrinas o atados) para beneficiarse de ellos en las modalidades referidas, asimismo, estamos provocando daños indirectos a los que no están en cautiverio, como lo indica el número de especies amenazadas o en peligro de extinción.
El término “en peligro de extinción” constituye una clasificación utilizada por organismos internacionales. Por ejemplo, la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) clasifica a las especies según su riesgo de extinción global, aquellas se encuentran en las categorías “vulnerable”, “en peligro” y “en peligro crítico”, ya que enfrentan una modalidad de este riesgo en el futuro inmediato. Con base en su portal, más de 48, 600 especies están amenazadas con base en el siguiente criterio: anfibios 41%; mamíferos 26%; aves 11%; tiburones y rayas 38%, crustáceos 28%; reptiles 21% (https://www.iucnredlist.org/).
Tomando en consideración estos datos, el debate ético analiza las razones por las cuales debemos conservar la biodiversidad, explorando dos posturas. La primera es la conservación por el valor instrumental que tiene para las personas, de esta manera, la biodiversidad se protege por los beneficios que aporta a los humanos, incluyendo bienes (alimentos, medicinas y materias primas) y servicios sistémicos (regulación del clima, purificación del agua, polinización de cultivos y control de plagas). La segunda postura es biocéntrica y sostiene que cada especie tiene un valor intrínseco, es decir, debe respetarse por el simple hecho de existir, por lo tanto, la extinción no es sólo una pérdida de biodiversidad, sino una tragedia moral injustificable.
De acuerdo con Newton, Dillingham y Choly (Watersheds 4: 10 Cases in Environmental Ethics. Thomson Wadsworth, 2006), la designación “en peligro de extinción” traslada la preocupación ética de la pérdida de biodiversidad a un mandato de acción urgente. Desde el biocentrismo, una especie en peligro representa un fallo moral en nuestra administración, mientras que, desde el antropocentrismo, representa una inminente pérdida de valor instrumental. Sin embargo, la justificación de la preservación de la biodiversidad no debe basarse únicamente en su valor instrumental, sino que debe reconocer el valor intrínseco de las especies y, en esa medida, asumir un compromiso que conlleve a la formulación de un marco ético robusto para la conservación. Las autoras abogan por la integración de la ética ambiental en las políticas de planificación y desarrollo, donde se conciba a la humanidad como un agente con la obligación de salvaguardar la diversidad biológica del planeta en reconocimiento del valor inherente de todas las formas de vida. En otras palabras, respetar el derecho a existir de las especies, independientemente de su utilidad para el ser humano.
