Los gobiernos suelen enamorarse de los eslóganes. Son fáciles de repetir, lucen bien en espectaculares y ayudan a construir una narrativa aspiracional. El problema aparece cuando el lema empieza a vivir por encima de la realidad. “Aguascalientes: el Gigante de México” es uno de esos casos: una frase poderosa y sonora, pero que merece una revisión seria cuando se contrasta con datos duros y con el desempeño real del estado frente a sus vecinos inmediatos.
Porque si algo exige la política pública responsable es distinguir entre identidad, propaganda y resultados.
Comparar a Aguascalientes con Jalisco, Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas no es un capricho. Son estados con los que comparte región, dinámicas económicas, rutas logísticas y, en muchos casos, problemáticas similares. Si Aguascalientes aspira a llamarse “gigante”, tendría que serlo -al menos- en alguno de los grandes rubros que definen el desarrollo contemporáneo: seguridad pública, economía y capacidad institucional.
Seguridad pública
En un país marcado por la violencia, la seguridad se ha convertido en uno de los principales indicadores de bienestar y gobernabilidad. No es el único, pero sí uno de los más claros y comparables. Y aquí, los datos favorecen ampliamente a Aguascalientes.
De acuerdo con cifras preliminares del INEGI para 2024, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes en Aguascalientes se ubicó alrededor de 7.2, una cifra considerablemente menor frente a sus vecinos regionales. Jalisco ronda los 25, San Luis Potosí supera los 30, Zacatecas rebasa los 40, y Guanajuato se mantiene como uno de los estados más violentos del país, con tasas cercanas a 50 homicidios por cada 100 mil habitantes.
No es un dato menor. En términos comparativos, Aguascalientes se encuentra no solo por debajo del promedio nacional, sino en una posición claramente más favorable frente a estados con economías más grandes y presupuestos más robustos.
Aquí sí puede hablarse, con sustento, de una ventaja relativa. No significa que el problema esté resuelto ni que la violencia no exista, pero en el tablero regional, Aguascalientes juega en otra liga. Si alguien quisiera defender el mote de gigante desde la óptica de la seguridad, este sería su argumento más sólido.
El tamaño sí importa
El discurso cambia radicalmente cuando se pasa del terreno de la seguridad al de la economía. En términos de Producto Interno Bruto (PIB), Aguascalientes es un estado pequeño. Su PIB ronda los 328 mil millones de pesos, muy por debajo de Jalisco, que supera los 1.8 billones, y de Guanajuato, que rebasa los 1.1 billones. Incluso San Luis Potosí, con una estructura industrial comparable, prácticamente duplica el tamaño de la economía aguascalentense.
Más aún: mientras varios de estos estados mostraron crecimiento económico real positivo en 2024, Aguascalientes registró una contracción cercana al -1.9%, de acuerdo con datos del propio INEGI. Es decir, no solo es más pequeño en escala, sino que además tuvo un año de desempeño negativo.
En aportación al PIB nacional, el contraste es todavía más claro. Jalisco representa alrededor del 7.5% del total del país; Guanajuato, cerca del 4.5%. Aguascalientes apenas rebasa el 1%. Aquí no hay narrativa que alcance. Si gigante se interpreta como peso económico, capacidad productiva o influencia nacional, Aguascalientes no lo es del todo.
Políticas públicas y capacidad institucional
Donde Aguascalientes vuelve a colocarse en una posición destacada es en la capacidad institucional, entendida como la combinación de gobernanza, entorno regulatorio, eficiencia administrativa, capital humano y condiciones para el desarrollo.
El Índice de Competitividad Estatal del IMCO 2025 coloca a Aguascalientes en el quinto lugar nacional, apenas por debajo de Jalisco, que ocupa el cuarto. En contraste, Guanajuato y San Luis Potosí se ubican en posiciones medias, mientras que Zacatecas aparece entre los estados con menor competitividad.
Este indicador no mide discursos, sino condiciones estructurales: qué tan fácil es hacer negocios, qué tan sólido es el estado de derecho, qué tan eficiente es el uso de recursos públicos y qué tan atractivo resulta el entorno para la inversión y el talento.
Aquí, Aguascalientes sí juega en la primera división. No es el más grande, pero sí uno de los más funcionales. Y esa diferencia es clave.
El problema no es el estado, es el eslogan
Llegados a este punto, la pregunta ya no es si Aguascalientes tiene fortalezas -porque sí las tiene-, sino si llamarse El Gigante de México ayuda a visibilizarlas o, por el contrario, las distorsiona.
El riesgo de los motes grandilocuentes es que colocan la vara en el lugar equivocado. Invitan a comparaciones por volumen, cuando el valor real del estado está en el desempeño relativo, la estabilidad, la capacidad de gestión y ciertos indicadores de calidad institucional.
Aguascalientes no compite con Jalisco en tamaño ni con Guanajuato en peso industrial histórico. Compite -y gana- en otros frentes: seguridad relativa, eficiencia administrativa, cohesión territorial y capacidad de respuesta institucional, pero esas virtudes se diluyen cuando se intenta vender una imagen de grandeza abstracta, casi épica, que no siempre se sostiene frente a los datos duros.
¿El Gigante de México?
Tal vez la pregunta correcta no sea si Aguascalientes es o no un gigante, sino de qué quiere serlo.
¿De seguridad? Ahí hay argumentos.
¿De gobernanza? Los indicadores lo respaldan.
¿De innovación pública? Podría aspirar a ello.
¿De economía nacional? No, y no pasa nada, porque además existen las condiciones para que el estado aspire a un desarrollo económico más notable y sostenido.
El problema surge cuando el discurso político prefiere el aplauso inmediato a la precisión, cuando se confunde identidad con propaganda, y cuando se apuesta por una frase bonita en lugar de una narrativa honesta y medible. Al final, los ciudadanos no viven en eslóganes. Viven en calles, en empleos, en servicios públicos, en condiciones reales de seguridad y bienestar.
Menos grandilocuencia, más claridad
Aguascalientes no necesita llamarse “El Gigante de México” para defender su lugar. Necesita, en todo caso, reconocer con claridad dónde es fuerte y dónde no, y construir políticas públicas desde esa conciencia.
Los datos muestran a un estado pequeño en escala, competente en gestión, relativamente seguro en comparación regional y con retos económicos reales que no se resuelven con frases rimbombantes.
Tal vez el verdadero acto de madurez política sea abandonar la grandilocuencia y apostar por algo más difícil, pero más honesto: gobernar con datos, comunicar con precisión y asumir que la grandeza no siempre se mide en tamaño, sino en resultados sostenidos, porque, al final, el verdadero gigante no siempre es el que más grita que lo es, sino el que puede demostrarlo sin necesidad de decirlo.
