Texto: Mire Reyes
Entrevista: Mixtzin Alejandra
Vídeo: Fer Aguilar
Parani no se esconde detrás de sus ilustraciones: se revela.
Desde niña, el dibujo fue para ella una forma de entender el mundo y de traducir emociones que aún no sabían pronunciarse. Aquella fascinación temprana por los colores y las formas se transformó con los años en un lenguaje propio, donde el cuerpo, la identidad y el deseo dialogan sin censura. No dibuja para agradar ni para seguir tendencias, sino para explorarse. En sus palabras, la ilustración se ha convertido en una extensión de sí misma, un espejo que devuelve una imagen más honesta, aunque a veces duela mirarla.
Su historia comienza en Lagos de Moreno, Jalisco, un entorno donde el arte no siempre era visto como una opción de vida, pero donde encontró los primeros estímulos visuales que la marcarían. De niña, recuerda con precisión cómo se quedaba absorta coloreando figuras de Barbie y cómo, en ese acto aparentemente inocente, ya aparecía una búsqueda de control y belleza. ‘Yo quería que el color se degradara perfecto entre amarillo y naranja’, ha contado. Esa necesidad de precisión y de expresión coexistiendo explica mucho de la artista que sería después.
El dibujo acompañó su adolescencia como una especie de refugio silencioso. Con el tiempo, su trazo se hizo más seguro, más corporal. Aquello que empezó como entretenimiento se volvió un espacio de catarsis, un sitio desde donde podía hablar del cuerpo propio y del ajeno sin pedir permiso. Hoy, Parani es una de las voces más singulares dentro de la ilustración mexicana contemporánea, no por buscar provocación, sino por apostar por la sinceridad.
De Lagos de Moreno al universo digital
Instalada actualmente en Guadalajara, Parani ha sabido encontrar en las redes sociales un espacio de libertad. Allí comparte su trabajo y sus pensamientos sobre la autoimagen, la representación y la sensualidad. Su presencia en línea no responde a estrategias de marketing, sino a una necesidad de comunicación con quienes se reconocen en sus trazos. En una época saturada de filtros y discursos aspiracionales, su honestidad resulta refrescante. No pretende ser influencer ni gurú de autoestima: su trabajo habla por sí mismo.
El nombre artístico que adoptó, Parani, es una adaptación de su propio nombre real. Surgió casi por accidente, cuando descubrió que la versión original no estaba disponible en redes. Sin embargo, ese gesto terminó cobrando sentido: Parani no es un personaje, pero sí una versión expandida de sí misma. Con ese alias firma obras, publica cerámicas, y se presenta en bazares y exposiciones independientes. Cada ilustración, cada figura, cada línea, parece decir lo mismo: aquí estoy, y este cuerpo también merece ser visto.
Desde su taller, Parani observa con humor cómo la gente empieza a llamarla así, como si el nombre artístico se hubiera desprendido de la pantalla para convertirse en identidad. Esa dualidad entre lo íntimo y lo público define mucho de su generación: creadoras que se abren en internet no para vender una imagen ideal, sino para compartir procesos y vulnerabilidades. En esa conversación con sus seguidores, Parani ha encontrado una red de apoyo y un espacio donde su discurso visual florece sin pedir permiso.
La sensualidad como lenguaje
En la obra de Parani, la sensualidad no está al servicio de la mirada masculina ni responde a cánones preexistentes. Es una forma de reconciliación con el cuerpo propio. Sus personajes —casi siempre mujeres gordas, seguras, con gestos atrevidos o cotidianos— transmiten una idea amplia del deseo: el de sentirse bien en la piel que se habita. A menudo le preguntan por qué sus ilustraciones muestran bustos grandes o posturas provocadoras. Ella responde con sencillez: ‘Dibujo lo que soy. Es mi forma de reconocerme’. Esa afirmación resume la raíz de su discurso: la representación no como moda, sino como necesidad.
El trazo firme y la paleta saturada de rosas, rojos y tonos piel se han convertido en su sello. Inspirada por referentes como Namio Harukawa, combina lo erótico con lo tierno, lo grotesco con lo empoderado. Le interesa que quien mire sus obras sienta algo: incomodidad, deseo, ternura, risa, curiosidad. Todo menos indiferencia. ‘Me gusta que la gente diga: eso está hot, pero también que se pregunten por qué lo está’, comenta. Así, su obra se convierte en una invitación a repensar los límites entre lo sensual y lo político.
Lejos del cliché de la ‘autoaceptación’, Parani habla desde un lugar más crudo: el de quien sabe que quererse no es un punto de llegada, sino una práctica diaria. En ese sentido, su arte no busca sanar al espectador, sino acompañarlo. Las figuras que dibuja no piden disculpas ni explicaciones. Se muestran completas, imperfectas y rotundas, como una declaración de existencia.
Más allá del papel: tatuajes y cerámica
Aunque la ilustración digital es su medio principal, Parani ha explorado otras formas de materializar su universo. El tatuaje, por ejemplo, le permitió entender el trazo desde la permanencia. ‘No se puede borrar’, dice. ‘Y eso lo hace más intimidante’. Por eso, aunque lo practica con precaución, lo considera una extensión de su práctica visual: dibujar sobre piel ajena implica una relación distinta con el cuerpo y con la confianza.
La cerámica, en cambio, le ofrece una libertad opuesta. En el barro encuentra un espacio de juego y sorpresa. Empezó casi por accidente, acompañando a su pareja a un taller, y terminó convirtiéndose en una pasión. Cada pieza es única, moldeada a mano, y muchas representan cuerpos enteros, con curvas y detalles que parecen salidos de sus ilustraciones. ‘Es como una Barbie que se puede quebrar, pero que puede estar en tu casa’, dice entre risas. La cerámica le permite pensar el arte desde lo tangible, desde el volumen que ocupa un cuerpo en el mundo.
Aunque reconoce que aún se siente aprendiz, disfruta del proceso de hornear, esmaltar y descubrir cómo el azar interviene en el resultado. ‘Nunca sabes si se va a romper o si el color va a salir como esperas’, comenta. Esa incertidumbre le parece una metáfora del propio acto de crear: el arte, como la vida, se hace con ensayo, error y aceptación.
Representaciones dignas y autorretrato
Cuando Parani habla de ‘representaciones dignas’, no lo hace desde la teoría ni desde el activismo formal. Para ella, lo digno comienza en el espejo. Se refiere al momento cotidiano en que una persona puede mirarse sin aversión, sin juicio, reconociendo lo que ve como suficiente. ‘Poder verte con tranquilidad’, dice, ‘es el primer acto político’. En su caso, ese ejercicio se volvió hábito: se observa, se redibuja, se versiona. Cada ilustración funciona como un autorretrato simbólico, donde los límites entre la artista y su creación se difuminan.
Esa relación entre cuerpo e imagen la ha llevado a reflexionar sobre la dismorfia y la autoexigencia. En sus palabras, lo más difícil no es aceptar el cuerpo, sino sostener esa aceptación en el tiempo. Por eso, muchas de sus obras muestran figuras en pausa, con gestos cotidianos, miradas firmes o actitudes de juego. Son cuerpos que no piden ser transformados, sino entendidos.
A través de los años, Parani ha comprendido que la representación no se trata solo de visibilidad, sino de autonomía. Sus personajes no son versiones mejoradas de sí misma, sino reflejos de un proceso. ‘Primero tuve que ayudarme a mí para después poder ayudar a otros’, afirma. En ese sentido, su arte no busca ser pedagógico, sino testigo: cada línea, un registro de lo que ha aprendido sobre sí misma.
El arte como proceso de aceptación
El camino artístico de Parani ha sido también un viaje emocional. Durante años luchó con la inseguridad, el autojuicio y la idea de no encajar. Dibujar y modelar se volvieron ejercicios para reconciliarse con el cuerpo y con el pasado. ‘Nunca me había sentido tan guapa como ahora’, dice sin ironía, consciente de que esa afirmación es una conquista. Detrás hay un largo proceso de autocrítica, pérdidas familiares y aprendizajes sobre cómo cuidar de sí misma sin miedo a mostrarse vulnerable.
En sus bazares y exposiciones, Parani observa cómo su obra genera reacciones diversas: niños curiosos, adultos incómodos, mujeres que sonríen al reconocerse. No todos los contextos son favorables, pero ya no lo toma como un fracaso. ‘A veces no es el espacio, no eres tú’, reflexiona. Esa madurez emocional se refleja también en su forma de crear: menos preocupada por agradar, más interesada en conectar.
Hoy, su estudio en Guadalajara es un punto de encuentro entre el color, la textura y la introspección. Cada ilustración es una pequeña victoria contra la vergüenza aprendida, una afirmación de que el arte no solo se mira, también se siente. En su discurso y su práctica, Parani demuestra que mirarse con honestidad puede ser el acto más radical de todos.
7 aprendizajes de Parani sobre el proceso creativo
- El arte comienza cuando te atreves a verte sin filtros ni miedo.
- La sensualidad se cultiva desde la comodidad con uno mismo, no desde la validación externa.
- La técnica se aprende; la empatía con el cuerpo y con los otros, se practica.
- No todo debe ser permanente: equivocarse también es parte del proceso.
- Representarse a sí mismo es un acto político y emocional.
- El cuerpo cambia, el arte también: ambos se transforman y se acompañan.
- Crear es reconciliarse con las versiones pasadas de uno mismo, sin negarlas.




