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viernes, diciembre 5, 2025

Muere Rubén Bonifaz Nuño; ciñó el idioma a la precisión del canto

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Carlos Paul
Periódico La Jornada

Reconocido como notable traductor de los clásicos griegos y latinos, el poeta, filólogo, catedrático, funcionario universitario, investigador Rubén Bonifaz Nuño falleció ayer a los 89 años, en la ciudad de México.

Los restos del humanista fueron velados en la funeraria Gayosso de Félix Cuevas y el sábado serán cremados.

Ante la noticia, Rafael Tovar y de Teresa manifestó: Acordamos la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), rendir un homenaje nacional a Rubén Bonifaz Nuño, cuya fecha está por definirse.

La destacada labor creativa y académica de Bonifaz Nuño se desarrolló en varios ámbitos culturales. Muestra de ello es que fue integrante de las academias Mexicana de la Lengua y de la Latinitate Fovendae, de Roma.

Fue fundador y director del Instituto de Investigaciones Filológicas, así como colegiado de la Junta de Gobierno de la UNAM; dirigió el Centro de Estudios para la Descolonización de México, además de ser miembro de El Colegio Nacional.

Como gran conocedor del latín y del griego, tradujo 22 obras de clásicos, la mayoría de las cuales han sido publicadas en la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana. Tradujo a Ovidio, Catulo, Lucrecio, Píndaro, Eurípides y Homero, entre otros.

Además, escribió ocho obras de interpretación crítica relativas a la cosmogonía del mundo prehispánico, con base en el estudio de su escultura.

Su obra lírica, entre la que figuran Fuego de pobres (1961), La flama en el espejo (1971), As de oros (1981), Albur de amor (1987), El templo de su cuerpo (1992) y El manto y la corona (1958), lo consagran como uno de los poetas mejores en lengua española.

Poesía de síntesis

Rubén Bonifaz Nuño tiene entre su amplia bibliografía una singular joya: el poemario Pulsera para Lucía Mendez (1989), dedicado a la actriz, quien sin conocer al autor, reconoció haber recibido uno de los mejores halagos de su vida.

En la antología Poesía en movimiento: México, 1915-1966, editado por Octavio Paz, Alí Chumacero y José Emilio Pacheco, se reconoce que la formación humanística de Bonifaz Nuño lo llevó a crear una poesía de síntesis, en la que se concilian el rigor clásico, el universo del náhuatl y la tradición grecolatina.

Bonifaz Nuño, se apunta en la antología, es “dueño de una excepcional sabiduría técnica, ha afinado la versificación hasta crear sus propias modalidades estróficas y una sintaxis peculiar que debe tanto a la poesía escrita como al lenguaje coloquial.

“El idioma dócil y tenso se ciñe con la misma precisión al canto de la cólera o la ternura, al de la esperanza o la melancolía, al del amor o la soledad.

Múltiples galardones

Nacido en Córdoba, Veracruz, el 12 de noviembre de 1923, Bonifaz Nuño estudió derecho en la UNAM entre 1940 y 1947. En 1960 empezó a enseñar latín en la Facultad de Filosofía y Letras, hasta llegar a ser miembro de la Comisión de Planes de Estudio del Colegio de Letras Clásicas.

Ocupó diferentes puestos en la UNAM. En 1954 fungió como director general de Publicaciones, coordinador de Humanidades de 1966 a 1974 y director de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana en 1970, año que obtuvo su doctorado en Arte y Cultura clásicos.

Ingresó a El Colegio Nacional en 1972, en 1989 fue nombrado investigador emérito de la UNAM y, en 1992, Investigador Nacional Emérito.

Fue distinguido con el doctorado honoris causa por distintas universidades. Su obra se encuentra traducida a varios idiomas y mereció, entre otros, los siguientes premios: el Nacional de Ciencias, Letras y Artes (1974), la Orden del Mérito en grado de Comendador (Italia, 1977), el Alfonso Reyes (1984), el Jorge Cuesta (1985), el Universidad Nacional (1990), la medalla conmemorativa del Palacio de Bellas Artes (1997) y el Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (2000).

Cuando recibió el Premio Nacional de Letras, en 1974, Bonifaz Nuño en su discurso titulado Libertad y justicia reconoció que todo cuanto ha realizado ha sido gracias a su alma mater, la UNAM.

Fue allí, como alumno de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde tuvo un encuentro determinante para su pensamiento y manera de ver la vida, y que hoy día, dicho pensamiento cobra notable vigencia.

Aprendí lo que es la justicia: aquella voluntad constante y perpetua de dar a cada quien su derecho. Es decir, no un pensamiento teórico ni un imperio emotivo, sino una voluntad de contenido moral; y una voluntad que no admite tregua, porque es constante, y que carece de término, porque es perpetua.

“Esa obligación que el hombre tiene de construir el mundo, me lleva a pensar en la manera como actualmente la cumple, o mejor dicho, como parece haberse olvidado de cumplirla. El mundo del hombre se mira ahora esencialmente injusto, como precipitado por absurdos de un vasto suicidio, de una afanosamente buscada destrucción.

Nadie posee su derecho; todos, o son despojados del suyo, o son rapiñadores del que corresponde a los demás, apuntó hace años casi 40 años el jurisconsulto y poeta.

“Una parte de la sociedad, víctima de la opulencia, se arrastra en una concepción a ciegas de la vida, en medio de riquezas y beneficios técnicos, conducentes, primero, a la despersonalización, y luego a la destrucción sin regreso.

“Abrumados por ella, mares, ríos, cielos, tierra, se pudren irremediablemente como consecuencia del ejercicio demente de una economía de desperdicio; en el otro extremo, otra parte de esa sociedad, sufriendo sin culpa la podredumbre ocasionada por la primera, cae desesperanzadamente en los fondos sombríos de la inanición y la asfixia (…)

“Ahora bien: la justicia no es concebible sin la independencia, y la independencia no puede darse en la ignorancia.

“El vencimiento de la ignorancia traerá consigo la conquista de los derechos y la posibilidad de lograr las transformaciones sociales. Y la ignorancia sólo puede combatirse con la educación.

“La obligación del hombre de cultura, matemático, literato, médico, sociólogo, es consagrase a ser maestro de sus hermanos menos afortunados; alentarlos y fortalecerlos para sus justas luchas; dotarlos de armas de la paz y la conciencia; situarlos en la atmósfera de la ley que establece la dignidad y el respeto del hombre por sí mismo.

No habrá bienestar, no habrá dignidad humana, si no hay educación. Nuestra fuerza es el espíritu, concluía el pensador. Acaso, en el mundo de hoy, alguien considere que es una fuerza pequeña. Pero es la única fuerza nuestra y tenemos que usarla.

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