La semana pasada, el pleno de la Cámara de Diputados realizó la declaratoria constitucional de la Reforma Educativa. A pesar de tantos distractores (unos desafortunados como el caso de Pemex, otros no tanto como la renuncia de Benedicto XVI o el Bullying del PRD al Presidente del IFE), el deber ciudadano es estar atentos a las repercusiones que esta reforma tendrá en esa parte esencial de nuestro desarrollo social y económico: el sistema educativo.
En resumen, la Reforma Educativa se sustenta en dos ejes:
- Un servicio profesional docente regulado en su ingreso, promoción y permanencia. Esto, en términos formales, implicaría “elevar la vara” en los procesos de ingreso a la carrera magisterial. Asimismo, idealmente, se establecerían mecanismos e incentivos que conduzcan a los docentes a “ser mejores” tanto en su desempeño, como en su perfil. La evidencia respecto al condicionamiento de los docentes sigue siendo muy discutida; es decir, si bien el premio/castigo representa una mejor acción respecto al no hacer nada, para avanzar hacia la mejora en la calidad educativa, sus efectos aún no son empíricamente contundentes.
- Un sistema educativo sujeto a un Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) con las atribuciones suficientes como para evaluar, rigurosamente, su desempeño y resultados en el ámbito de la educación preescolar, primaria, secundaria y media superior. Quizá la tendencia mundial más importante de finales del siglo XX y principios del siglo XXI en lo que a políticas educacionales se refiere, es el diseño y la implementación de evaluaciones rigurosas que sustentan las opiniones, las reformas y la implementación de más y mejores políticas. La existencia de un INEE empoderado es un avance, pero ¿qué resultados esperar si las reformas y las políticas no llegan a donde deben llegar?
De acuerdo con la tesis del “acoplamiento suelto”, el núcleo técnico esencial de la educación (las decisiones de la gestión pedagógica) reside en la sala de clase, no en las escuelas. Esto significa que al cerrarse las puertas del salón, los avances reales en educación quedan sujetos a un fino hilo conductor: la interacción maestro-alumno. Evidentemente, el conocimiento profesional que se aplica en ese núcleo es débil, incierto, inestable. Esto deja mucho espacio a la individualidad (motivación y capacidad) de cada docente.
Richard Elmore (1996) es claro y escéptico. A pesar de requerir una inmensa inversión de recursos políticos, económicos y tiempo, el impacto de cualquier reforma estructural en la calidad educativa es muy incierto. La existencia de muchas mediaciones entre el cambio estructural y los procesos de aula hace que éstos puedan permanecer inalterados a pesar del “éxito mediático” de las reformas.
Último punto de implicancia política. La Reforma será exitosa si y sólo si sus efectos logran llegar al núcleo de la educación, si y sólo si se reflejan en esa interacción que se da a “puertas cerradas”. Los cambios en el servicio profesional docente, así como un INEE más empoderado sólo “valdrán la pena” si sus efectos llegan a ese fino hilo conductor que es la interacción alumno-maestro. Interacción en donde han caducado millones y millones de pesos, millones y millones de votos y millones y millones de discursos…
Bibliografía
Elmore, Richard F. (1996). Getting to Scale with Good Educational Practice. Harvard Educational Review, Vol. 66 Number 1.
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