Antes de dormir, los mexicanos siguen un camino minucioso y sinuoso de pequeñas acciones que termina siempre en los largos brazos de Morfeo. La idea es echar a andar un proceso casi mecánico que recorre distintos eslabones de la cadena evolutiva darwiniana. En efecto, el espécimen comienza como un homo sapiens mexicanus cualquiera: abre la llave del lavabo, templa el agua, se refresca la cara, se enjabona, se enjuaga, aquí el individuo todavía piensa con una claridad similar a la del agua que insiste en escaparse de sus manos, se ve en el espejo, todavía se reconoce a sí mismo, tiene una o dos ideas con una lucidez y concentración aceptables; toma el cepillo de dientes y, quizá, la pasta dental, ya es un neandertal, no atina en lo que hace, las pequeñas torpezas lo hacen mirarse con cierto enojo en el espejo, ya no piensa estructuradamente, es un buen momento para masticar un rezo y dirigirlo devotamente a la divinidad, mientras le saca brillo a los molares, caninos e incisivos, escupe, y ese acto lo animaliza más aún, así lo reconoce en su reflejo, todavía posee cierta conciencia para hacerlo; se va a su cuarto, se desviste, puede que se ponga una pijama, lo más probable es que sólo quede en calzones, signo inequívoco de que todavía habita en su ser algún resquicio de civilización, se mete en la cama, abre un libro, finge que lee, cabecea, una y otra vez comienza la misma línea sin poder llegar a la otra orilla de la página, es el momento de echarle chispas a alguno de los muchos infiernitos pendientes, por qué no, discute y pelea con su pareja, para dormir calientito, el homo erectus habla, a su modo y a sus mañas, blasfema, maldice, difama, ataca, denigra, ahora sí, con el ánimo claramente descompuesto, está listo para dormirse, apaga la luz y se acuesta; ya a oscuras y en silencio, reposa la cabeza sobre la almohada, se talla los ojos como niño, le estorban los brazos y las piernas, le dan espasmos, parpadea pesadamente, masculla improperios ininteligibles y bufa a contrapunto, el mexicano, ya en estado australopithecus, escucha cómo retumba como tambor uno que otro pensamiento, casi siempre el mismo, sus capacidades intelectuales y motrices son primitivas, está muy molesto, revisa el pasado, una hora, un día, una semana, no más, no hace planes, hace cuentas, no importa cuánto gana sino cuánto debería ganar, sueña. Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos, evolutivos, claro está.
Primer paso: para su mexicano en estado neandertal, una buena serie de tratamientos de belleza para agudizar el ceño fruncido y simiesco vendrán bien. Se recomienda comenzar con un lavado de cara con abundante agua, hay que tallar concienzudamente con piedra pómez las arrugas de la frente, las bolsas de los ojos, los poros de la nariz, la barbilla, los pómulos, las cejas, etcétera, la idea aquí, además de borrar el paso de los años y acentuar los gestos de regresión evolutiva, es entorpecer un poco más la conciencia y el cuerpo de su mexicano, pues esto le ayudará a conciliar el sueño más rápidamente. Un poco de dolor en el rostro le embrutecerán aún más los sentidos y lo acercarán más a la pérdida absoluta de control sobre sí, que es lo que usted y su mexicano buscan. Aunque el método parezca un tanto salvaje, recuerde que su mexicano es ya un Picapiedra y es conveniente valerse de recursos y herramientas similares a los de la época, talle con fuerza, raspe, repuje, grabe, corte, cincele, casi esculpa, no sea un melindroso de procederes civilizados y prudentes.
Segundo paso: su mexicano en estado homo erectus necesita aprender a combinar la ira y la palabra, de otro modo sólo soltará interjecciones, groserías e incoherencias y siempre perderá las discusiones, lo que inevitablemente lo llevará a emprender la graciosa huida al sillón del cuarto de TV o a replegarse humillantemente a la orilla del colchón, de espaldas, en posición fetal, derrotado. Es, pues, necesaria una retórica Hulk: que le dé rienda suelta a la muina y a la bilis pero con dirección, es decir, se vale gritar y golpearse violentamente el pecho siempre y cuando después venga una frase matona, fría, lacónica, mordaz; que el cuerpo sea un machete, pero que la lengua haga de bisturí.
Tercer paso: para su mexicano en estado australopithecus, un cursillo relámpago de finanzas básicas hará maravillas a la hora de hacer cuentas mentales unos segundos antes de dormir. Lección uno: con cada peso que gana sólo es posible hacer cuatro cosas: comprar, ahorrar, invertir o contratar deuda, hay que tender siempre a las dos acciones de en medio, la primera hay que controlarla férreamente, la última hay que evitarla. Lección dos: una inversión es algo que produce dinero, un auto, por lo tanto, no es una inversión, a menos que sea un taxi. Si su mexicano aprende estas dos lecciones, créame, estará a años luz de donde está ahora.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano duerme? Sí. ¿El mexicano descansa? No. ¿El mexicano despierta? Depende.
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