No cabe duda que el verano se acaba, si ya de por sí la mayoría de los blockbusters que eran los más aguardados resultaron tremenda desilusión, qué se podía esperar de una cinta que era más de relleno que otra cosa.
Percy Jackson y el Mar de los Monstruos resultó ser un mayor churro que lo que se anticipaba, y eso es sólo una muestra más de que no por tener un nombre épico —como el del director Thor Freudenthal— basta para producir una película exitosa de ese tipo. Y es que definitivamente a esta entrega le faltó la sensibilidad y mano experimentada de Chris Columbus y eso se vio reflejado tanto en la pantalla como en la taquilla, ya que la afluencia a las salas de cine ha sido poca y la crítica negativa —de espectadores y especialistas— mucha.
No fue suficiente que trajeran de vuelta a los mismos actores a interpretar a las figuras principales de la historia —Percy, Annabeth y Grover—, ni que revivieran al villano Luke, ni siquiera que crearan una nueva rivalidad con otra semidiosa dentro del campamento para reavivar la pequeña llama de interés que El ladrón del rayo había dejado encendida en los corazones de unos pocos seguidores, pues la trama es completamente sosa y sin sentido, parece una serie de fragmentos de cortometrajes con tema mitológico burdamente zurcidas entre sí con un hilo conductor —Percy— ya de por sí era débil desde el inicio.
Así, mezclado todo como en capirotada en esta película, nos encontramos a las brujas Grayas, a Cronos, a Polifemo, el Vellocino de Oro, el Caribdis, el Oráculo de Delfos y hasta un toro de Cólquide, sin más respeto por su función ni importancia en la mitología que el hecho de que todos pertenecen a la griega. Y aún así, ni siquiera todas estas figuras logran salvar la cinta del abismo al que se precipita casi desde los créditos de entrada.
Al inicio del filme, de manera nada sutil, nos hacen saber que han pasado varios años desde la aventura de Percy con el rayo, en el campamento todo sigue más o menos igual, sólo que en vez de que la mera mera sea Annabeth, ahora lo es Clarissa, la hija del dios de la guerra, y al igual que la primera en la anterior entrega, esta chica también se la pasa usando a nuestro héroe de punching bag. De pronto, hace su aparición Luke, quien no estaba muerto (sino que andaba de parranda), ideando formas de acabar con el Olimpo, sólo porque su papi, Hermes, no le hace caso, y como buen villano, hace el favor de contarle todos sus planes a Percy.
La incursión de Luke al campamento ha dejado seriamente dañadas las defensas del mismo y sólo el Vellocino de Oro puede salvarlos. Curiosamente, es ese mismo objeto el que Luke está buscando así que, ni tardos ni perezosos, los tres adolescentes, acompañados de Tyson —un cíclope y recién descubierto hermano de Percy— salen en busca de una aventura más que salve el mundo de dioses y semidioses.
Luke quiere el Vellocino para despertar a Cronos y a su despedazado cuerpo de la tumba acuática a la que lo confinaron sus hijos hace miles de años —o cuando menos desde su última casi aparición en Furia de Titanes—. Mientras que Percy quiere detenerlo y salvar el Olimpo (otra vez) según lo que el Oráculo le ha vaticinado. Sin embargo, lo que la audiencia quiere es que a todos ellos les caiga el rayo divino de Zeus y acabe con nuestra miseria.
Productor: Michael Barnathan y Karen Rosenfelt; Director: Thor Freudenthal; Guión: Marc Guggenheim, basado en el libro El Mar de los Monstruos de Rick Riordan; Fotografía: Shelly Johnson; Edición: Mark Goldblatt; Música: Andrew Lockington; Elenco: Logan Lerman, Brandon T. Jackson, Alexandra Daddario, Leven Rambin, Jake Abel, Stanley Tucci y Nathan Fillion; Duración: 1 hora 47 minutos.
