Rodrigo Negrete
El pasado 2 de diciembre apareció una esquela inusitada en algunos diarios de Aguascalientes de parte de una familia y una Asociación Civil (TANUC) que llevaba por título “Reconocimiento a una Vida” a manera de homenaje al comandante de la Procuraduría Justicia del Estado José Heredia González, quien perdiera la vida en cumplimiento de su deber el martes 26 de noviembre en un enfrentamiento, al parecer con una banda de delincuentes. El texto resalta la labor que tuviera hace un año el finado en la detención de los dos tipos que asesinaron primero a la joven Andrea Chávez Galván y posteriormente a la joven Katy Pérez Rivas, hasta que su trayectoria de adictos a la adrenalina de asesinar con alevosía y ventaja les fue cortada de tajo por las detenciones, salvando así la vida de otras jóvenes en Aguascalientes: acaso alguna de las víctimas potenciales cercana a cualquiera que esté leyendo estas líneas.
La esquela fue única en su tipo: rara vez por estas latitudes se ve un reconocimiento así de espontáneo y sincero. Sorprende también porque nos damos cuenta lo poco que sabemos sobre el comandante Heredia. Después de dar la noticia de lo acontecido, los medios de Aguascalientes nada dijeron sobre él, qué edad tenía, si dejó hijos pequeños, nada, absolutamente nada sobre la persona y su trayectoria. No se recogió tampoco ninguna declaración de gobernador o alcaldesa, sea para honrarlo o para enviar un mensaje de que su muerte importa. Cálculo político se dirá: cuando la apuesta es atraer inversiones extranjeras a como dé lugar dado que los pudientes locales son más rentistas que empresarios, hay que mantener la fachada y barrer apresuradamente las tragedias debajo de la alfombra. Varios medios locales captan eso muy bien. Aguascalientes es el Estado de la Feria de San Marcos y la Feria de las Calaveras y de los eventos todo-bajo-control de los funcionarios mayores y menores en los que éstos se lucen. El mismo mensaje tipo “aquí no pasa nada” que hace un año se diera para fomentar la especulación de que Andrea Nohemí se había fugado por su cuenta y regresaría cuando así lo dispusiera, línea que claramente siguieron algunos “comunicadores” y si no, habría que preguntarle a Matías Lozano con su infame columna de ese entonces en El Heraldo.
¿Acudieron las más altas autoridades del Estado a darles personalmente su pésame a los deudos? Más nos vale a todos que haya sido así, porque una omisión de ese calibre sería un mensaje fatal para aquéllos que se juegan la vida dentro de policías y corporaciones, y que asimismo el crimen organizado sabe capitalizar. Todos hemos visto en películas y series de televisión norteamericanas cómo se les honra públicamente a los policías y detectives caídos, lo cual no deja de decir mucho sobre las diferencias en la calidad de la vida pública de ellos y la nuestra. No es que me encante la transculturización pero ¿por qué sería ridículo pensar que el comandante Heredia merecía una procesión-homenaje en toda forma por la Av. Madero y un acto cívico de duelo? Quien muere en el cumplimiento de su deber, no importando sus imperfecciones en vida, es un héroe, punto. Sin embargo ese tipo de duelos se le relegan exclusivamente a una misa, en donde todo es más personal y familiar, y cuya función si bien es cobijar a los dolientes, también es mantener el dolor puertas adentro, literalmente en las sombras, no en la plaza pública. La asamblea en la iglesia y la república que conforman ciudadanos y autoridades no son instancias excluyentes para honrar a quien lo merece. Se complementan mutua y necesariamente.
¿Y dónde están las esquelas de las cámaras empresariales locales por el comandante caído de la unidad antisecuestros de la PJE?
La llamada transición democrática en México auspició el mito de la inherente nobleza de la sociedad civil frente a un estado y una autoridad moralmente inferiores, casi como si ello fuera una condición ontológica. Pero la tragedia que ha vivido el país en los últimos 6 o 7 años muestra que nadie tiene el monopolio de lo perverso ¿no presumió la familia michoacana y ahora los caballeros templarios que también son sociedad civil con todo y una retórica estilo ellos (autoridad) vs. nosotros? En este mito se confluyó aunque por razones distintas desde la izquierda y la derecha. Con respecto a uniformados, esta última mal disimula su prejuicio clasista: ser un policía o dedicarse a la procuración de justicia es ser una especie de demonio subalterno, sirviente impresentable de un inframundo del que nada queremos saber, nosotros, los decentes. Por el lado de la izquierda para dedicarse a esos oficios hay que ser vil de entrada: parte de los engranajes de los sistemas de represión-dominación. Cuando implícita o explícitamente se transmiten esos mensajes inciviles, ¿qué es lo que cabe esperar? “Son unos canallas y asúmanse como tales” y luego vienen las quejas y lamentos de que, efectivamente, los aludidos terminen actuando de acuerdo al script, elevando a categoría de verdadero milagro el que todavía haya por ahí quienes cumplen con su deber. En el mundo social, a diferencia del natural, las percepciones terminan creando realidades. ¿Alguna vez entenderemos ese proceso de degradación? Como vamos, estamos muy lejos de atisbar nuestro papel en ello.
Los ritos no necesariamente son tinglados o fachadas: detrás de todo rito hay una inteligencia colectiva que entendió en su momento una razón de ser, y somos en México una sociedad que, en mala hora, se ha ido empobreciendo en ritos civiles para dejarle el papel sólo a los religiosos. Nuestro déficit de República se ve hasta en éso, hasta en la falta de imaginación y generosidad en el duelo. La República es un conjunto de instituciones pero también de actitudes y disposiciones: un espacio civilizatorio para abordar el conflicto sin clausurar la empatía, la buena voluntad y el reconocimiento de la humanidad del otro como posiciones por default. Y tal parece que ese elemental reconocimiento no se lo supimos dar al Comandante José Heredia González, quien perdió la última posesión de una persona que es la cuenta de sus días. Valga pues este escrito a manera de modesta corona de flores para su familia y su memoria.
