No cabe duda de que el mexicano es sumamente ingenioso. Lo que nos sorprende es que ese ingenio no se haga constatar en los avances tecnológicos, en los proyectos sociales o reformas legislativas y fiscales. Las soluciones ingeniosas son producto de la imaginación, de la capacidad de responder a un reto de una manera creativa, diferente, pero eficaz. Por citar un ejemplo, ante la escasez de cubrebocas durante el brote de influenza A/H1N1 en abril y mayo pasados, la ciudadanía volcó su inventiva en un sinfín de diseños y estilos caseros que, a la vez que solventaban la demanda, daban un toque de humor negro a la alerta sanitaria. El problema es cuando el ingenio se aplica para burlar la ley. Y desgraciadamente, el primer lugar de los que tienen mayor capacidad imaginativa en este sentido, lo disputan los narcotraficantes y los partidos políticos. Sin darle completamente la razón al Señor Jeffrey Max Jones cuando exalta la comprensión de la lógica del mercado por parte de los cárteles, si debemos reconocer que el narcotráfico mexicano se vale de medios y mecanismos de lo más ingeniosos para poder hacer llegar sus “productos” a su destino.
Pero los políticos mexicanos no se quedan atrás. Una larga tradición
priísta es ejemplo de cómo a falta de un real estado de derecho, un
régimen político ilegítimo puede sustentarse con facultades metas
constitucionales, con una red de compadrazgo y corrupción de
funcionarios públicos y con la compra de lealtades de la “oposición”.
Muchas creíamos ingenuamente en que la alternancia política era
sinónimo de transición democrática. Que las instituciones de nueva
generación como los institutos electorales ciudadanizados, los de
transparencia o las comisiones de derechos humanos, así como la
legislación que les da vida y respalda, marcarían un parteaguas en la
manera de hacer política en nuestro país. Sin embargo, a la par de la
publicación de leyes que deberían mejorar la convivencia política y
ciudadana, está también un mexicano ingenioso que ya está ideando algo
para burlarlas.
Los tiempos electorales son campo fértil para verter todo este
esfuerzo creativo para vulnerar la legalidad. Por ejemplo, derivado de
la enorme cantidad de recursos que partidos políticos invertían en
propaganda política, y especialmente, cuando dichos recursos provenían
de las arcas públicas, se prohibió que los anuncios publicitarios de
obras y proyectos gubernamentales incluyeran el nombre y foto de los
funcionarios públicos. Pero el ingenio mexicano salió a flote.
Aprovechándose de los vacíos de la legislación electoral, encontramos
al presidente municipal que buscó a una persona que tuviera rasgos
físicos similares a él, para convertirla en la imagen de la publicidad
del su gobierno. ¿Esto es ingenio o trampa?
Así también, los espacios de la sociedad civil organizada no han
estado exentos de ser utilizados por los aspirantes a candidaturas
políticas. Las asociaciones civiles formadas por ciudadanas y
ciudadanos organizados a favor de una causa social sin fines de lucro,
se han visto ahora rebasadas por las que son creadas con el fin
evidente de promocionar a precandidatos de partidos políticos. Qué
buena idea de quien pensó que, fuera de tiempos de precampañas y
campañas electorales, se podría crear un instituto “altruista” que
llevara el nombre del candidato (egocentrismo al extremo) y por medio
de la publicidad de esta asociación en radio, periódicos, internet,
llamadas telefónicas y propaganda impresa, lo podría posicionar en el
electorado burlando la legislación electoral. Desgraciadamente aunque
ingenioso, este tipo de actos caen en la desfachatez, y lo único que
provocan es que los pocos espacios que la sociedad civil tenía para
manifestarse comiencen a ser relacionados con la compra-venta de votos
y la corrupción de los partidos políticos. La ciudadanía desconfía y
tal vez sea precisamente esa desconfianza nuestra esperanza: es tan
evidente el engaño que todas y todos nos damos cuenta para aborrecerlo.
Pero es hora de que las y los mexicanos también comiencen a utilizar su
ingenio innato para terminar con esta nociva creatividad de la clase
política.
