La siguiente sentencia puede resultar un tanto desafortunada para cualquier persona -fuera del gremio de la política- que busca trabajar para ser recordado: el político lo único que hace para figurar y colocarse en la historia es regir. Circunscribo el perfil: presidente.
A un escritor no le basta con publicar: tiene que ser bueno; a un doctor no le basta con saber operar: tiene que ser bueno; a un artista plástico no le basta con declararse conceptual y tirar arbolitos: tiene que ser bueno. El político, en cambio, no precisa de esta cualidad para, digamos, trascender. Si malo, si peor, si incompetente, poco importa para los anales, estadísticas y almanaques. ¿Qué ocurrió con Colosio? La muerte elevó su estatura. No dudo que haya sido un tipo inteligente y preparado, pero me parece que no podemos evaluar sus acciones por medio de lo que imaginábamos que pudiera hacer como cabeza de nuestro país. Misma situación -en otro escenario, claro- sucedió con el premio Nobel de la paz otorgado a Obama por no hacer nada. El actual presidente de Estados Unidos, eso sí, tenía nobles intenciones. Y, sólo por eso, sin haber acabado su periodo, se ha instalado en los libros.
Si Colosio se encuentra dentro de la historia fue porque su carisma representaba, acaso, la forma de un nuevo político: honesto y no corrupto. Al menos eso proyectaba su semblante. Por tanto, me parece que los símbolos encarnados muchas veces pueden más que los juicios sometidos a un examen de sus acciones. Ahí tenemos a Ernesto Guevara y a Francisco Villa: comunican rebeldía y cambio. Y no estoy muy seguro de si un análisis frío -casi científico- nos llevara a esa misma conclusión. Repartimos responsabilidades sobre las personas y buscamos que estas nos resuelvan uno o varios problemas. Y, como tal, en esa gente -por lo regular, políticos- depositamos ideas. Las personas dejan de ser tales para el público: se convierten en personajes: símbolos. Es el caso del hijo de Luis Donaldo Colosio.
Todo el mundo conoce la historia y puede contarla: 23 de marzo de 1994, Lomas Taurinas, música de Banda Machos: Luis Donaldo Colosio fue asesinado. A pesar de haber un montón de gente, videos y testimonios, jamás se supo, con claridad, quién planeó su muerte. El caso, desde entonces, ha llevado al ex candidato a la presidencia por el Partido Revolucionario Institucional a otro plano. Me atrevo a decir que está en el mismo nivel que Kennedy: el de leyenda política. Sólo que el estadounidense sí gobernó a un país. Colosio, no.
Aproximadamente hace un mes en Shalalá -programa encabezado, ahora, solamente por Sabina Berman- la conductora del programa tuvo al hijo de Colosio como invitado. El contexto del joven abogado está enraizado en su padre. Jamás podrá deshacerse de su presencia. A donde quiera que vaya no se verá a un ciudadano común y corriente: es el hijo de un político al que la gente veía, insisto, como reformador (si su padre se fue, entonces, la esperanza de un cambio -ah, cómo nos gusta hablar de esa palabra que acaso no sea más que un significante vacío- venidero se encuentra en él por el hecho de ser su hijo). Y, justamente, no pudo escapar a las preguntas de Berman: “¿eres priísta?, ¿has pensado en tener un futuro político?” A pesar de ello, Colosio contestó esas preguntas, estimo, adecuadamente. Lo parafraseo: “si voy a estar en la política, quiero estar preparado.”
Nadie podrá negar que Colosio (el hijo) tiene, como bien apuntó Berman, un capital político a la espera de ser utilizado. Además cualquiera puede intuir que bajo las circunstancias en que murió su padre, resultaría complicado que se vendiera tan fácilmente o que anclara su pensamiento en la corrupción. Vemos a esa persona y vemos esperanza. Esa es la realidad. Que se le cargue de tanta responsabilidad es donde veo lo complicado en el asunto. Él mismo se refirió a esa situación cuando menciona que una persona no puede cambiar todo lo que se ha hecho mal en un país. Tiene razón en eso; no obstante, creo que la gente está consciente de ese dato.
No sé si Colosio se “lanzará” en la próxima década a algún puesto político; pero sospecho que si algún día decide entrar en ese mundo -denominado por él como turbulento-, los votantes -cuando llegue el momento- verán en él no a un político que pasará a la historia por sus intenciones, sino por lo que esperan que no sea; es decir, por la certeza de que no se convertirá en alguna de las constantes del mundo de la política: el abuso de poder, la corrupción, la injusticia. Y si así llega a ser, sí que será un símbolo a seguir; pero eso, claro está, también es una esperanza anticipada y poco fundamentada. Habrá que ver.




