“La situación más dolorosa que puede encontrarse una mente responsable y cultivada es la de verse arrastrada en direcciones contrarias por los dos cosas objetos más sublimes que pueden perseguirse: la verdad y el bien común. Un conflicto así tiene que producir inevitablemente una gradual indiferencia hacia uno u otro de estos dos objetos, y, muy probablemente hacia ambos.”
John Stuart Mill
Me gusta pasear los martes por la mañana. Simplemente pasear. Mentira, no es simplemente pasear, no creo ser capaz de hacer nada “simplemente”, no soy capaz de simplemente pasar de largo por las calles sin ver las fachadas, sin preguntarme quién vivirá en esa casa tan bonita o qué podría hacer yo si fuera mía esa casa tan deteriorada, no puedo perder la oportunidad de saludar a una persona que no conozco, sólo para ver su expresión de desconcierto, no puedo evitar disfrutar cada color, cada aroma, cada detalle de un tianguis de colonia. De un martes de tianguis, por mas comercial que suene.
Pero Diego si puede, ya tiene 5 años, y pasea de mi mano como siempre lo ha hecho desde que aprendió a caminar. Él aprendió, si le preguntas quién lo enseñó a caminar, o a escribir, la respuesta siempre es la misma: yo solito. Con esa misma independencia va descubriendo el tianguis cada semana, lo conoce, lo reconoce, identifica a cada jugador, cada personaje, sólo una cosa lo saca del trance del puesto de juguetes, al aroma a gorditas de nata.
–¿Mamá?, ¿puedo?
Toda la respuesta que necesita es una sonrisa. Entonces una gordita de nata deja de ser sólo una gordita y se convierte en una alegría, un momento, un recuerdo, una culpa, mi culpa.
Para que Diego pueda simplemente jugar, simplemente reír, yo tengo que, simplemente, callar. Y me uno a él en su inocencia de simplemente jugar, simplemente disfrutarlo, así, ahora, dejando de lado el pasado, me preocupo por su futuro. Siempre me preocupo.
Aún no va a la primaria, sin embargo ya tiene su mochila, me pide que lo lleve a la escuela, no entiende por qué no puede simplemente entrar. No sé cómo explicarle que no tiene edad suficiente, que no ha terminado el kinder, que ese es un colegio religioso y no lo aceptan si no está bautizado y que no es bueno que vaya a la misma escuela que su medio hermano. El próximo año Diego, el próximo año.
Por fin se quedó dormido, entre adelantar la comida de mañana y recoger los juguetes tirados se me ha hecho tarde para descansar, ya es rutina irme a la cama con un café y un libro, pero hoy no puedo leer, por mas que recorro las líneas con la mirada no logro asimilar las palabras, caen como deseos hechos moneda en un pozo sin fondo, que ni siquiera es mágico, no hacen eco, pareciera que nunca caen. Tengo que pensar en un nuevo pretexto para decirle cuando me pregunte por qué voy yo al festival del día del padre, este año no vamos ninguno de los dos, mejor lo llevo a la alberca. Me engaño a mi misma, me distraigo a mi misma, no me doy cuenta que ya tiene conciencia, de él, de mi, y de la ausencia.
Por mas que intento no puedo, todavía lo recuerdo y extrañamente, aún me hiere, un extraño que me grita, rodeados del silencio de catedral, -¡Pecado! es un fruto podrido, del pecado. Esa fue la respuesta a mi petición de consejo. No hay oración que me exima, no hay canto que me conforte, no hay penitencia que lave mi alma.
Mea culpa, cargo con ella, bueno, con él, es mi culpa y mi milagro, es como pongo la balanza nuevamente al centro, compenso una culpa con un milagro, Diego es mi milagro, y de nada tiene la culpa él.
Sólo espero no lastimarlo demasiado cuando llegue el inevitable momento en que tenga que contarle la verdad. La verdad nunca es simplemente la verdad.




