Pasó el 1 de julio, los electores acudimos a las casillas, sus funcionarios contaron los votos, y los consejos distritales del IFE efectuaron el cómputo distrital; los resultados ya los conocemos: Enrique Peña Nieto, 38.21 por ciento; Andrés Manuel López Obrador, 31.59 por ciento; y Josefina Vázquez Mota, 25.41 por ciento.
El resultado fue previsible, mas no el escenario que tenemos ahora; en lugar de que todos quedáramos en paz y resignados –según nuestro voto-, desde las últimas semanas comenzaron a aparecer informaciones que contraindicaban el triunfo arrasador y contundente. Las señales de alarma se incrementaron en la última semana, y el escenario que hoy vivimos, punteado por los jóvenes –no obstante su estridencia o alineamiento-, se nos muestra decepcionante, al grado que ni los triunfadores, con los números holgados, están celebrando.
Nuevamente es necesario, considero, hacer una importante puntualización: la participación de cientos de miles de ciudadanos en las casillas y en su funcionamiento fue excelente, al igual que el procesamiento de la información y su publicación por el IFE. Es obligado hacer un reconocimiento a este notorio avance de nuestra democracia mexicana, en que los electores acudimos a votar en paz y tranquilidad, haya sido con libertad de conciencia para elegir al candidato y al partido, o sin ella.
El cuestionamiento, y delicado, es tanto fuera de las casillas como en los días anteriores a la elección; se combinaron varios factores que, desafortunadamente, la autoridad electoral no pudo manejar adecuadamente para despejar las dudas planteadas. Por un lado, todavía el IFE requiere de más herramientas jurídicas, esto a sabiendas de los mismos partidos políticos –motivo por el que vacilan para aprobar las reformas necesarias, por el impacto que tendrían sobre ellos mismos-, y, por el otro, desde mi punto de vista, la buena fe de los consejeros electorales que todavía se confundió con la ingenuidad.
Independientemente del proceso jurídico electoral que está sucediendo, del que poco a poco conoceremos avances y resultados –que, en principio, confirmarán al ganador de la elección presidencial, ya que el Código Electoral no prevé la anulación de la elección por rebase de topes de campaña-, considero útil plantear la pregunta ¿por qué ganó Enrique Peña Nieto la elección presidencial?, y realizar una breve reflexión sobre ello.
Son muchas las respuestas que se pueden dar a la pregunta; sin embargo, tomaré algunas para analizar esas perspectivas que puedan contribuir un poco a conocer y mejorar nuestros procesos electorales.
Enrique Peña Nieto, un político con cualidades –permítaseme decirlo de esta manera- de telenovela política, se propuso objetivos de largo plazo; me explico. La figura personal de Peña la podemos encontrar en los personajes de hombres de varias de las telenovelas que Televisa corre hoy en día en su programación, como es la que antecede a su noticiero nocturno (me recuerda al personaje que en el cierre del capítulo de cada día aparece besándose con una de las actrices). En otras palabras, considero que Peña sería un personaje idóneo para una telenovela política de algún gobernador que aspira a ser presidente de la República.
El objetivo que Enrique Peña se planteó –desde que alguien le dijo que tenía cualidades y características para ser gobernador del Estado de México- fue ganar el poder. La conexión se la hicieron con Televisa, y ahí encontró la plataforma idónea para lograr esa primera meta; una vez en la gubernatura, apareció la segunda meta; ser presidente de México.
Encuentro en la forma como trabaja Televisa –que es altamente eficiente, con resultados exitosos en sus programaciones y en su comercialización-, el modelo adoptado por Peña; señalo cuatro elementos fundamentales en el esquema: la organización, el método, el sistema, y, por supuesto, la financiación. Lo aplicó en los años de su gubernatura, como en los meses de campaña electoral.
Observo que la campaña se desarrolló como un libreto de telenovela, elaborado por el equipo asesor, y actuado profesionalmente por el candidato -con el éxito de las mejores telenovelas-: sus imágenes de espectaculares, los eventos multitudinarios, los promocionales de radio y televisión, sus discursos, etcétera.
En el caso de los promocionales, por ejemplo, los mensajes se convirtieron en respuesta oportuna a los cuestionamientos que recibió a lo largo de la campaña (recordemos, particularmente, sus mensajes después del incidente con los jóvenes de la Universidad Iberoamericana, en que se muestra abierto al diálogo, a la búsqueda de acuerdos y a la presidencia democrática).
El porte del candidato Peña fue de parecer, con anticipación, lo que buscaba ser, presidente de la República; su comportamiento lo ciñó perfectamente a esta estrategia, el saludo a la gente, el escenario con la bandera nacional, el lenguaje –aunque repetido y monótono- siempre pulcro, etcétera.
El papel de las encuestas de la elección presidencial fue la contraparte necesaria al manejo de la telenovela política; les era necesario mostrarlo siempre por arriba e inalcanzable. Otros números hubieran permitido otra realidad, y, probablemente, otro resultado.
La campaña de promocionales del país que está detenido, completamente paralizado, también la manejaron técnica y profesionalmente exitosa; había que posicionar la necesidad del cambio con rumbo.
En fin, quedan todavía muchas cosas pendientes de estudiar y mencionar; sin embargo, quiero referirme, finalmente, al mensaje de la victoria de Enrique Peña Nieto la noche del 1 de julio, que encuentro significativo –en este contexto-: el momento del triunfo de una campaña electoral es una ocasión de fuerte carga emocional y sensibilidad política, en que, normalmente, brotan como cascada las palabras, las ideas, los propósitos, y los ánimos para las grandes realizaciones. En otras palabras, la boca habla de la abundancia del corazón, y, realmente, considero, no se necesita de un documento para leer.
Peña sí llevó y leyó su mensaje; ahora lo entiendo… era la parte del libreto de la telenovela política que le prepararon y que no alcanzó a memorizar, por lo que tuvo que leerlo.
