La importancia de una reforma estructural reside en que cambia de forma sensible a una sociedad. Implica la modificación de una cadencia, así como de la dinámica de las relaciones fundamentales, afectando directamente varios niveles de su conformación particular, lo cual facilita flujos de fuerzas y cohíbe energías. Por tanto, una reforma estructural transforma la combinación de equilibrios del diseño social, en vista de un modelo de desarrollo histórico. En las siguientes entregas, profundizaré sobre algunas ideas respecto a reformas estructurales claves, que transversalizan el debate de los próximos años, en los que se juegan realidades compartidas y que por ello, reflejan visiones y proyectos sociales que se enfrentan no sólo en la discusión teórica, sino en la lucha política por el poder.
Recientemente, fueron aprobadas en lo general modificaciones a la Ley Federal del Trabajo. Investigadores, expertos, columnistas e intelectuales se han dedicado a defender o cuestionar punto por punto la propuesta de Calderón y han galvanizado la discusión pública al respecto. Por ello, mi reflexión aquí va encaminada hacia el debate sobre los efectos de la nueva legislación.
Flexibilizar la contratación y la subcontratación, limitar los salarios caídos a un año y establecer un sistema de trabajo volcado a la premisa de la productividad permitirá ser más competitivos, pero a costa de los derechos laborales. México será un país más atractivo para invertir en la medida en que su mano de obra es barata y reciclable. Se reduce el precio del producto sin afectar la tasa de ganancia, mediante el adelgazamiento del costo de producción, al disminuir el capital empleado en el factor trabajo. Para un empresario o industrial, gastar menos es ganar más. Las fallas tectónicas que subyacen en la promoción de este modelo son dos: no se puede alcanzar una sociedad con desarrollo integral mediante la eliminación de titularidades de los trabajadores, disminuyendo el ingreso de personas y comunidades y erosionando la estabilidad en el empleo. Por el contrario, urge garantizar niveles de vida dignos de las familias, mediante un diseño económico y social que apuntale el seguro de desempleo y un ingreso mínimo universal. Por otra parte, el dinero que se genera como beneficio para los empresarios no permanece en México, ni como impuestos (la recaudación fiscal contribuye con tan sólo el 11 por ciento de su composición presupuestal anual, de lo cual muy poco proviene de la población más rica) ni como flujo de capital, pues su dinero termina en paraísos fiscales, sus hijos estudian en el extranjero y sus vacaciones las realizan en otros países. En suma: a nuestros empresarios no les interesa que México esté mejor, aumentando el nivel de vida de los trabajadores mediante el incremento de los salarios y prestaciones.
La lógica en otros países funciona en clave de mercado interno: a mayor ingreso de los asalariados, progresa su capacidad de consumo y por tanto, lo que se produce se vende más. Una huelga de sobreproducción como las que se realizan en Japón funcionan en esa narrativa, donde el trabajador produce más, suben las ganancias del dueño y por consecuencia, paga más. En países como México, el razonamiento y la dinámica son perversas: si trabajamos más, nos explotan más, no aumenta el salario. A los grandes empresarios no los liga nada a nuestro país, salvo sus intereses. No sufren la desigualdad y al contrario, gozan de un sistema de beneficios aviesamente distribuidos.
¿Es necesario cambiar la Ley Federal del Trabajo? Definitivamente sí. Lo que se requiere es desarrollo con justicia e igualdad, garantizando un mínimo y digno suelo de ingreso, así como regulando techos de beneficio. Se pude crecer mediante la identificación de ventanas de oportunidad con perspectiva de alta rentabilidad a futuro, estimulando la innovación y el desarrollo científico. Estratificar y dinamizar virtuosamente la matriz productiva no está reñido con modelos de desarrollo sustentable eficaces y debe combinarse experimentalmente con proyectos exitosos de soberanía alimentaria y hasta contemplar las autonomías políticas, promoviendo el comercio justo. Éstas son propuestas que deben ir probándose en la realidad, para que la línea de lo deseable no se aleje demasiado de la línea de lo aplicable.
La naturaleza de las ideas es sutil, pero la verdad que en ellas habita les da peso y tracción. Lo que ganamos desde ahora los jóvenes que nos movilizamos políticamente en los últimos meses es el acceso a una verdad poderosa, convenientemente desprestigiada por años: la reflexión sobre la economía y nuestra sociedad, así como la acción consecuente, son parte integral de la vida cotidiana. Contra la opinión más difundida, descubrimos que la política es una herramienta que sirve para vivir mejor. Y así será.n
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