Seguimos queriendo arreglar el segundo piso, cuando lo que deberíamos arreglar son los cimientos. He encontrado que algunos legisladores —supongo que sin mucha agenda por cumplir— insisten en tipificar el feminicidio como un delito grave. Los últimos 40 años, las feministas han emprendido una carrera sin cuartel por los objetivos de la equidad y la justicia, que durante siglos “las ha mantenido invisibles” a la letra del hombre masculino del verbo venganza. Sin embargo, en su camino han logrado confundir lo que en un principio podría parecer una empresa justa y necesaria: la igualdad.
Después de haberla logrado en casi todos los campos, tal parece que lo que se busca es el estado preferente en el término de la equidad de género (yo supongo que ahora las minorías seremos otros, y tendremos que comenzar “nuestra lucha” para poder alcanzarlas). Se sigue luchando en los congresos y en el medio internacional, para evitar que las mujeres sigan siendo sobajadas, para evitar la violencia en su contra y las discriminaciones. Esta lucha sin duda es necesaria, pero no exclusiva. La exclusividad debería ser la no violencia contra ningún ser humano, sin tener que ponerle un “apodo”. Es exactamente igual de grave que atenten contra la vida de un niño, de un indigente, de un homosexual, de un ama de casa o de un político. Se llama homicidio o asesinato por si no quieren ponerle siquiera el término homo del latín hombre. El asesinato de cualquier ser humano es despreciable y reprobable en todas las sociedades —por eso la insistencia de que en el aborto también mueren seres humanos— y debemos erradicarlo.
Es evidente que los ciudadanos hemos consentido esta forma de actuar de los legisladores: reactiva ante un trabajo previo no hecho. Fíjese usted que en primer lugar hemos dicho que cualquier atentado contra la vida de un ser humano es de por sí corrosiva socialmente. Pero ése sigue siendo un síntoma más de una descomposición social. Por lo general, uno va al doctor hasta que ya está enfermo —para qué vamos al doctor si estamos sanos, podría pensarse— pero en términos reales, el doctor es la última instancia a la que hay que llegar: se llama prevención y se come con educación y valores sociales. Mientras sigamos con esta política de actuar hasta que se presentan los síntomas, y luego sistemáticamente atacar los síntomas y no las causas, estaremos apagando lumbres por toda la ciudad, como un bombero que en lugar de dar lecciones comunitarias para prevenir los incendios, se dedica a apagar fuegos de una comunidad que ignora dichas medidas preventivas.
Por último, quiero agregar que el feminicidio no deberá ser tipificado como delito grave por muchas razones, pero le doy dos fundamentales mediante preguntas: si hay un acusado de feminicida y no se le puede comprobar que no fue homicidio, sino feminicidio, ¿lo dejamos ir? que al cabo no atentó contra la mujer, nomás la mató sin querer. Eso sí sería una injusticia.
La otra cuestión sería revisar en qué medida estamos estudiando las causas de estos males tan deleznables de nuestra sociedad: la violencia, la muerte, la pobreza, las adicciones. Yo supongo que en algún momento tendremos que ponernos a estudiar —como legisladores— porque de puras convicciones personales y políticas, no vamos a resolver de fondo ningún problema.
Finalmente cabe decir, que si seguimos siendo tan especificistas en nuestras materias legales, terminaremos hablando de indigenicidios —matar un indígena— y de ingeniericidios —matar a un ingeniero— y así. El tema es evitar la violencia y eso necesariamente supone otro tipo de reflexiones.
@comandanteserra
