Ayer se conmemoró el 25 aniversario luctuoso de Juan Rulfo y discutiendo con Emiliano mi hijo adolescente cómo elaborar un artículo que sirviera como un tributo y reconocimiento a su obra literaria, dejé de lado los temas políticos y prácticamente retomo las ideas de Emiliano que las comparto con ustedes.
“Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos, y aunque siento preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo.”
Juan Rulfo nació un 16 de mayo de 1917, en la región de los bajos de Jalisco en un pequeño pueblo que no figura en los mapas, llamado Apulco, ahí a consecuencia de la guerra cristera quedó huérfano a muy temprana edad, falleciendo primero su padre cuando él tenía seis años y su madre cuatro años después. Por esta razón tuvo que trasladarse a la ciudad de Guadalajara para poder ser internado en un orfanato, donde él mismo lo describe tenía restricciones y disciplina militar, “lo único que aprendí ahí, fue a deprimirme, cosa que todavía no he podido olvidar completamente”. Fue en esa etapa donde aprendió a cultivar su soledad cuando comenzó a convivir con ella, a aceptar su estado ya sea transitorio o definitivo, algo que sin duda queda retratado en su prosa y como él menciona es algo inherente en el ser humano.
Años después, al salir del orfanato, una huelga en la Universidad de Guadalajara le impide su inscripción, por lo cual decide trasladarse a la Ciudad de México. Teniendo él estudios en Contabilidad, no validados por la Universidad Nacional, le obligan a asistir como oyente a los cursos de Historia del Arte de la Facultad de Filosofía y Letras donde se convierte en un erudito en la bibliografía histórica, antropológica y geográfica de México, esta formación lingüística sumadas a su visión de lo que era en verdad su México (un México de campesinos, de pobres, de campo y de violencia) son lo que le dan pauta para empezar sus primera contribuciones a las revistas América de la capital del país y la revista Pan de Guadalajara por la década de los 40 , fue ahí mismo en esas fechas donde conoce a su esposa Clara Aparicio con la que se casa en 1948, integrando ya una familia, Juan Rulfo decide renunciar a su trabajo en el ámbito de publicidad de un marca de neumáticos para dedicarse por completo a su trabajo literario, su verdadera vocación, ganador de dos becas consecutivas de el centro mexicano de escritores, pública en 1953 un colección de cuentos que marcaría un hito en la literatura hispanoamericana, El llano en Llamas, dos años después publicaría su única novela terminada Pedro Páramo, de la cual Gabriel García Márquez nos habla del primer momento que tuvo contacto con la obra del mexicano: “Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura; nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka, en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, casi 10 años atrás, había sufrido una conmoción semejante.”
El despertar de Juan Rulfo al mundo desconocido de sus cuentos y de sus personajes fue un 7 de enero de 1986, pareciera que lo estaban reclamando, que lo esperaban para que les platicara de los vivos y de cómo es el soñar, pero en realidad el escritor convive más con los muertos, con los fantasmas de sus cuentos y de sus antepasados que con sus contemporáneos vivos.
Los ecos de la soledad y de los fantasmas que narra su prosa se escucharán siempre en la memoria de los afortunados que fuimos capaces de conocer su trabajo, sólo una novela y un libro de cuentos le bastó a este personaje para trascender en el mundo inmortal de la literatura y para resguardarse en la memoria de miles y miles de personas que leyeron su obra. A nosotros los mortales sólo nos queda estar agradecidos a este retratista del campo y del indígena mexicano por darnos a conocer ese mundo atemporal y sin espacio de Pedro Páramo, por hacernos escuchar esos aullidos esperanzadores de los perros pertenecientes a los pueblos vecinos, por ser ese puente que nos permite a nosotros, los simples lectores, entrar al mundo de los muertos, a ese mundo de los que de verdad están despiertos, a ese mundo al que ahora pertenece Juan Rulfo.
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