La autonomía es un concepto que se creó para garantizar la libertad de pensamiento y de cátedra. Este proceso de libertad garantiza la búsqueda del conocimiento científico por encima de cualquier ideología o dogma.
Tiene que ver con otorgarle a la universidad la facultad de definir por sí mismo los programas, contenidos y métodos de enseñanza para formar sociedades más libres y críticas. Esa autonomía está ligada también a establecer la definición y el tipo de vinculación que ésta tenga con la sociedad.
Libertad para formar profesionistas que adquieran conciencia de la responsabilidad que tienen con la sociedad, y del papel que van a desempeñar con los conocimientos adquiridos en esta institución.
Esa autonomía universitaria en un momento histórico se confundió con la extraterritorialidad, como si la universidad fuera un Estado dentro del Estado. Poco a poco se ha ido retomando el concepto original que tiene que ver con la defensa de la universalidad de las ideas.
Esa autonomía indudablemente es un valor que debe ser cuidado y por lo mismo es totalmente indispensable mantener una sana y prudente distancia con el poder.
No es posible que bajo el pretexto de que la Universidad debe sostener los programas y los presupuestos, los directivos consideren que la obtención de presupuestos depende del acercamiento al poder o a un grupo político.
Esto acota y restringe la esencia básica de la autonomía que es el librepensamiento. Si la Universidad profesa o promueve una ideología partidista, en ese momento renuncia a su libertad de pensamiento.
En los nuevos escenarios democráticos en donde la alternancia es una realidad, ¿qué pasa cuando se obtienen beneficios producto de un acercamiento al poder? El día que ese grupo político lo pierda, la Universidad también va a perder, va a estar sujeta a los vaivenes de la política cuando su función y su responsabilidad es otra.
Las instituciones del Estado están obligadas a respetar esta autonomía. Es responsabilidad del Estado y el gobierno financiar a la Universidad. Es por eso que el desarrollo de las universidades del país está etiquetado expresamente en el presupuesto de Egresos de la Federación.
El presupuesto asignado para este año está por encima de los 15 mil millones de pesos y estos recursos se distribuyen dependiendo de los resultados académicos y el uso eficiente de los recursos.
Pensar que negociar presupuestos para programas y el manejo operativo de la institución obliga a buscar un excesivo acercamiento al poder, puede ser un error que tenga costos muy altos a la máxima casa de estudios. Si la universidad pierde, pierde la sociedad y por lo tanto perdemos todos.
La sociedad pierde cuando se obstruye la posibilidad de observar la realidad con una visión objetiva y diversa, producto de la actividad analítica y reflexiva. Y pierde también autoridad moral al comprometer su actividad académica amoldándola al gusto de un partido o un personaje político.
Es una falsa apreciación que el no permitir el ingreso de candidatos al campus en campañas electorales, se proteja con ello la autonomía. Efectivamente la universidad no debe ser un campo que dispute clientela electoral en donde los candidatos acudan a entregar regalos y camisetas.
Aunque lo que sí debiera discutirse son las propuestas y las alternativas de solución que tienen los partidos y candidatos a los problemas sociales. El insumo en la universidad son las ideas y los procesos reflexivos.
Para el poder o el personaje político del momento siempre es atractivo legitimar muchas de sus acciones cobijado en el desempeño profesional y en el prestigio académico de la Universidad.
Pero esto a futuro le puede generar un alto costo. De entrada la pérdida de autonomía, siguiendo por la credibilidad, además de otros.
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