Cuando Otto Granados dejó la vocería en Camelot/Los Pinos para venir a gobernar la ínsula en la que nació, intentó replicar algunas de las buenas maneras de la Corte, nomas por no dejar que el rancho le ganara las neuronas. De esta manera, estableció una oficina de opinión pública que tenía por encargo la realización periódica de encuestas de opinión, no tanto porque le importara mucho lo que sus gobernados pensaran sino como una forma de demostrar su modernidad cosmopolita. Aunque el ego le ganó al dato cuando no quiso reconocer que su delfín perdería ante un mediocre candidato panista, con el Mosco ya como Alcalde centró sus afanes en su derrumbe en la percepción popular, cuando la ciudadanía reconociera su error al evidenciarse las incapacidades de su electo. Empero, contra sus expectativas cada trimestre arrojaba la confirmación de la buena opinión de los aguascalentenses por su alcalde, al parecer sin importar sus constantes traspiés: de la confiscación de las “fotos pornográficas” a la reversión de la concesión del agua potable. Un politólogo de su asesoría comentaba en corto, ya que normalmente su jefe no lo escuchaba, “creo que Otto ignora lo que es el “bono democrático” que es lo que está disfrutando el Mosco: podrá ser un tonto, pero es mi tonto, el que yo elegí y puse en ese puesto…” Tan funcional fue el bono democrático que, pese a un mediocre trienio ello no obstó para que el PAN se llevara la gubernatura y todas las alcaldías en 1998, dejando de paso una mala lectura sobre la irrelevancia de hacer un buen gobierno, pues la gente buena siempre apreciará y respetará a sus autoridades.
Algo debió pasar empero en los años siguientes, quizá el famoso “empoderamiento ciudadano” o la epidemia de “rendición de cuentas”, el caso es que las cosas empezaron a cambiar y los ciudadanos se atrevieron a cuestionar a sus gobernantes las promesas hechas como candidatos. El mejor ejemplo lo representa la “caída” del capital político de Lorena Martínez que en algo contribuyó en la derrota del candidato de su partido. Lorena parte desde precampaña de una propuesta novedosa, que realmente “pegó” en los votantes y que le ayuda a ganar con un amplio margen el proceso electoral y llegar con las más altas expectativas a la Alcaldía de la capital. Laaastima que esas expectativas se vieron frustradas por el intercambio sus promesas por sucedáneos: lo mismo pero más barato. Si bien la “seguridad” representaba la principal demanda ciudadana, al no poder entregarla busca un sucedáneo: la seguridad ciudadana, que se oye muy bien en los discursos pero que no genera los efectos deseados, tan simples como poder caminar tranquilos por la calle. Lo mismo se puede decir de la “agenda de género”, donde fueron los derechos y demandas de un solo sector de féminas los que se vieron generosamente atendidos, mientras que difícilmente podrán aducir las mujeres del municipio vivir en un espacio un poco más justo o menos violento.
Martin del Campo tendría en consecuencia el reto de hacer un gobierno altamente eficiente, que genere un impacto notorio en la vida cotidiana de los aguascalentenses, más allá de las buenas intenciones y los lugares comunes sobre los que construyó su campaña. Y aquí empiezan los problemas, pues pareciera que la curva de aprendizaje del panismo sobre las funciones de gobierno es muy lenta; haber sido gobierno federal y estatal por doce años no parece suficiente para aprehender no digamos el tejido fino de la gobernanza, sino incluso los rudimentos de la administración pública; es más, podría incluso aseverar que el “conocimiento experto” aún provoca resquemores entre el panismo, quizá como reminiscencia del salinismo y la tecnocracia.
Contra el conocimiento, siguen proclamando la prevalencia de “sus” valores morales, que los hace mejores personas y, por ende, mejores gobernantes. Obviamente ser honesto otorga a un ingeniero un plus pero, si no sabe desempeñar adecuadamente las tareas que pretendidamente realizaría, la honestidad queda anulada, pues tan dilapidado queda un recurso público que es sustraído como el que se desperdició en la mecánica de “echando a perder se aprende”, y en “echando a perder” ha pasado los últimos años el PAN. Adicionalmente, pareciera que es a nivel gobierno local donde el PAN se permite sus mayores excesos y peores experiencias, pues como gobierno estatal, quiera que no, se ajusta al manual de operaciones general que fija límites y procedimientos, mientras en alcaldías son espacio neto para ocurrencias, como consagrar la ciudad a Jesús, prohibir el beso público o reducir los derechos humanos.
Si los Foros de Consulta organizados en días pasados son ejemplo de lo que viene, poco hay que esperar: muchas buena intenciones y predica moralina, pero muy poco conocimiento sobre los temas que se pretendían revisar; llama la atención la ausencia del pequeño sector que se asume pensante, quizá ahuyentado por la tónica de quienes aún creen que dios creó al mundo en siete días y la vida inicia en la concepción, quizá convencidos de la futileza de la tarea. Como colofón: si el nuevo ayuntamiento entrega tan malas cuentas como el gobierno del Estado, en el siguiente proceso electoral estatal quizá veremos a candidatos basando en sí mismos su propuesta y no en la identidad con el partido que los postula… ya veremos.




