La delgada línea roja de la ruptura puede traspasarse casi insensiblemente, máxime cuando se trata de marcar postura en una compleja negociación que va más allá de un esquema bilateral, porque es de naturaleza política en alineación trilateral, digámoslo así por simplificar el cuadro de fuerzas. En efecto, este jueves pasado el PRD en voz de su presidente Jesús Zambrano anunció su separación del Pacto por México, por supuestas reuniones bilaterales “en lo obscurito” entre el PAN-PRI, para cocinar algunos apetitosos platos de intercambio en materia de la reforma política, jugando un dramatúrgico “quid pro quo” por la reforma energética.
Una secuencia discursiva, por lo general, pasa por el ensayo de la persuasión emitida por una parte o emisor, principalmente en la retórica política, para luego escuchar la réplica o argumentación en contrario de su contraparte; este ensayo de toma y daca es tan chispeante e inteligente o tan chata y sosa cuanto lo sean así sus interlocutores. Pasada esta primera secuencia, si en verdad se trata de una genuina negociación, se abren las cartas y se ponen sobre la mesa para contrastar con claridad y precisión los términos del intercambio. Si las ofertas resultan satisfactorias, entonces las partes pasan a la clarificación de los puntos que representan el objeto central de la transacción; y, enseguida, determinan lo que cada uno entrega y recibe de manera satisfactoria. Aquello de que una negociación debe ser justa y equitativa, para que sea tal, es un ideal plausible aunque no siempre realizable. Pero lo que sí está en la esencia negociadora es la satisfacción de las partes, porque, al final, es un pacto de voluntades libres, inteligentes y responsables.
Decíamos entonces que, la santa alianza trilateral de PRI-PAN-PRD ha estado dando vida al Pacto por México desde el inicio de la presente Administración federal. Y esta semana, al parecer, un partido –el PRD- decidió levantar sus fichas de la mesa de negociación, se levantó de ella y se retiró. Eso significa la retirada de un proceso de negociación que puede tener diversos significados: por un lado, puede ser un movimiento táctico para obligar a que sus contrapartes redefinan las posturas que produjeron el diferendo; por otro lado, puede tratarse de ejercer presión, al oponer una fuerza restringente contra lo que interpreta como fuerzas impulsoras inaceptables de sus contrapartes; o bien, puede ser un desenganche sin propósito claro y como producto de un aturdimiento al verse sobrepasado por las argumentaciones contrarias. Esta última salida es por la puerta falsa y pone en riesgo la posibilidad de continuidad de la propia negociación.
De acuerdo con la teoría de la negociación que, al menos en la academia y en la praxis empresarial y política es convención aceptada y dominante, existe el principio de que una retirada sin estrategia es absolutamente contraproducente, improductiva y torpe porque significa una caída al vacío. Que frustra los objetivos principales por los que en primer término se pactó. La mayor de las veces ocurre por confundir los objetivos secundarios de la negociación con la o las necesidades inexcusables y esenciales a satisfacer. Y, en política, normalmente son las necesidades ciudadanas de bienestar, calidad de vida y el derecho inalienable a un desarrollo humano equitativo, solidario, esperanzador de un futuro mejor.
De manera que si aplicamos la narrativa jurídica al proceso negociador, tenemos que las prestaciones y las contraprestaciones de una negociación debieran ser satisfactorias para las partes, a fin de que los resultados finales sean productivos y, por tanto, positivos para todos. Fin que se logra con el consabido binomio: ganar-ganar. Huelga afirmar que retirarse sin estrategia es un desenganche viciado de raíz porque desemboca en un perder-perder. En efecto es un esquema simple y llanamente perdedor.
Los pocos indicios que tenemos hasta ahora de lo que habrá de resultar de este desprendimiento de un miembro de la liga santa Trilateral, es caer indefectiblemente en un pacto bilateral que, políticamente, llenará a plenitud los huecos o el agujero negro causado por tal implosión nugatoria. En tal supuesto PRI-PAN recogerán el guante lanzado a la cara y harán un pacto bilateral, sin sentirse democráticamente sonrojados.
Ya lo dijo una voz en la cumbre: “Hemos sido claros con quienes participamos en este acuerdo político, de que no necesariamente debiéramos encontrar siempre unanimidad, pero sí el consenso suficiente, el respaldo mayoritario a aquello que debemos cambiar y en lo que coincidimos que es en beneficio del país”, señaló el presidente al referirse al Pacto por México y la salida del PRD, en Ojinaga, Chih. (La Jornada, 28/11/2013. El presidente EPN con motivo de la presentación del Programa de Apoyo a la Zona Fronteriza). Y un poco más adelante, añadió que México es un país con distintas visiones, diverso y plural, donde todos deben de ser escuchados, pero privilegiarse, asimismo, a quienes ostentan la mayoría.
En conclusión, la discursiva inicial del pacto por consenso trilateral, se habrá transmutado en la nueva discursiva de la cohabitación bilateral, dejando que el tercero en discordia opte por una narrativa de impugnación permanente durante el resto del plan sexenal que ineluctablemente habrá de cumplirse por mandato constitucional. Y es así como pasaríamos del esforzado pacto por los consensos plenarios, vigente hasta el pasado día veintiocho de noviembre, a un acuerdo también legítimo pero mayoritario que, aceptando la diversidad y pluralidad de miras acerca de la Nación, impondrá como necesaria la opción por la rectoría de la mayoría democrática, tanto intra-parlamentaria como extramuros, en la arena política nacional.
Y, entonces, reformas Política y Energética “habemus”. Y en este mundo feliz, que los disidentes también reciban una fuerte palmada en la espalda y un sonriente: “gracias por participar”.




