Advertido de las falacias e imposturas de la interpretación ante el arte que ya hace varios años hiciese Susan Sontag, me arriesgo a decir, sin duda con una pizca de pedantería, que Gravedad (2013), la más reciente película de Alfonso Cuarón, es una aventura eminentemente heideggariana. Me explico, creo.
De acuerdo a Rüdiger Safranski, Heidegger es un “filósofo del segundo nacimiento, un nacimiento que uno mismo puede llevar a efecto.” Para Heidegger, nos dice Safranski, el ser se encuentra “arrojado al mundo”: nadie ha decidido por sí mismo estar en el mundo. Y la forma inicial con que se hace patente ese estar arrojado al mundo no es a partir del conocimiento o de una revelación, sino por un estado de ánimo, esto es por encontrarse en un estado de ánimo que se “infunde en nosotros, que nos acecha y asalta. No somos dueños de él sino que reconocemos en él los límites de nuestra autodeterminación.”
Entre los estados de ánimo básicos están la angustia y el tedio con su “prolongada, monótona e incolora ausencia de un estado de ánimo indefinido.” Estos estados de ánimo se manifiestan, entonces, como una carga. Y la actividad diaria, el hacer algo cotidianamente, aparece entonces como una fuga de ese estado de ánimo: hace cualquier cosa, permite sobrepasar esa zona nebulosa, deshacerse de esa carga.
La opción es, entonces, cortar esas líneas de fuga, cerrar las salidas e indagar a fondo esos estados de ánimo para ver qué hay detrás de ellos. Así, al sumergirse a esos estados de ánimo implica el “despejar y dejar ver”, con lo que se abre la posibilidad de un segundo comienzo, de un nacimiento elegido por uno mismo: aquí el nacer ya no se presenta como un acto desligado o ajenos a la voluntad, sino como resultado de una elección propia, como una extensión de la libertad.
Pues bien, no creo que sea una extravagancia ver en Gravedad una puesta en escena de ese segundo nacimiento, de ese nacimiento que surge, más que por un imperativo de sobrevivencia proveniente del reino de la necesidad, como la consumación de un acto de elección propio del imperio de la libertad. Una vez que los protagonistas –en particular la Doctora Ryan Stone (por una vez una admirable Sandra Bullock)– habían sido “arrojados” al espacio, representación casi perfecta del abismo de la nada, y haberse sumergido en la mayor de las angustias, da inicio la aventura de volver a nacer. La mayor tensión y el leit motiv del film se da a partir de ver la gestación de ese segundo nacimiento, de ver la forma en que la vida vuelve a abrirse paso.
En este sentido lo que Cuarón narra –con gran sensibilidad, con un espléndido sentido del ritmo y diluyendo las diferencias entre lo subjetivo y lo objetivo– cómo la Doctora Stone va revelando, poco a poco, las señales de su identidad –emocionales, intelectuales, corporales, morales- que hacen de ella un ser humano. De ahí que la aparente sencillez de la trama sea uno de los mayores aciertos de Gravedad: se han depurado al extremos las incidencias del relato de modo tal que se “despeja y deja ver” lo que en realidad importa. Cuando finalmente la Doctora Stone emerge de las aguas y se aferra agradecida a la tierra, lo último que vemos es cómo se erige, de nuevo, como un gigante que ha recuperado su magnificencia después de no ser más que un punto extraviado en el cosmos, en el abismo de la nada.
¿Sobreinterpreto? Quizá. Pero en todo caso no estoy tan alejado de lo que el mismo Cuarón –quien escribió el guión con su hijo Jonás– ha dicho sobre sus intenciones: “Es cierto –señaló al periodista Toni García – que [en Gravedad] hay un buen número de metáforas sobre el origen de la vida, la parte fetal, las ataduras, los cordones umbilicales. En ese darwinismo veo yo la espiritualidad”. Ya se ve, Darwin y Heidegger se dan la mano.
Apuntalado con unas más que sobresalientes actuaciones de parte de Bullock y Clonney (Matt Kowalsky, hermano gemelo de Buzz Lightyear), del despliegue majestuoso de la cámara por parte de Emmanuel Lubezki, de una efectiva y en momentos conmovedora partitura musical de Steven Price y de un trabajo de edición vertiginoso a la vez que preciso por parte de Mark Sanger y del propio Cuarón, lo logrado por Gravedad honra cualquier definición que deseemos dar al cine: como entretenimiento es un espectáculo de primer orden, como obra artística ofrece la experiencia de una celebración –en el doble sentido de la palabra- de la vida y de sus no pocos misterios. En breve, para hacer y ver películas como ésta, es que se inventó el cine.
Si en 2001, Odisea del espacio (1968) Stanley Kubrick nos ofreció un resplandeciente e irrepetible elipsis de la evolución y Terrence Malick, en El árbol de la vida (2011), una crónica del Big-Bang y el propio origen de la vida, Cuarón ha iluminado el momento de un segundo nacimiento, ese segundo nacimiento que sólo es posible desde la libertad.
Posdata. Como complemento de Gravedad, Jonás Cuarón filmó el corto Aningaaq (2013) que presenta la conversación entre la Doctora Stone y el pescador inuita –en Groenlandia- Aningaaq, desde la perspectiva de éste último. En Gravedad es una de las escenas más conmovedoras. Esta cualidad se mantiene en este corto. Vale la pena verlo. Está disponible en YouTube.
Nota de las fuentes. El ensayo de Sontag es Contra la interpretación (1964) y está incluido en Contra la interpretación y otros ensayos (debolsillo, 2007) que tradujo Horacio Vázquez Rial. La caracterización de Safranski se encuentra en su libro Un maestro de Alemania. Marín Heidegger y su tiempo (Traducción de Raúl Gabás para Tusquets, 2010). Las declaraciones de Cuarón a García aparecieron en la edición del 22 de septiembre de este año en El país (España).
