Por: Tania Magallanes
Tenía yo 13 años cuando la conocí. Mi maestra de Español reía generosamente siempre pero cuando se enojaba me hacía poner los ojos grandes y prestar atención a su regaño. Hoy me entero de su muerte y mi memoria regresa 20 años atrás para recordar a Adelina Alcalá Gallegos. Como mis sentidos no saben de verbos ni defunciones puedo decir que es la persona de quien tengo el primer recuerdo literario de mi vida: un cuentito de Rabindranath Tagore que me ofreció después de un regaño bien merecido, al que le seguiría otro cuento, de Agatha Christie, que me recomendó después al buscarla en su oficina para saludarla.
Esto debería ir encaminado a hablar de cómo influyó en mí y en muchísimos adolescentes, un relato aburrido de mi adolescencia y las experiencias que tuve a su lado. Lo cierto es que sería el mismo que narrarían todos los que la conocimos. Brillante, de risa estruendosa y trato amable, la maestra Adelina me ofrece una nueva lección: cuando yo muera quiero que la gente que me conoció tenga sólo cosas buenas y recuerdos gratos de mí; que a pesar del largo tiempo y las ausencias, siembre algo en el corazón de la gente, como ella sembró en el de muchos.
Dice Xavier Villaurrutia en su Nostalgia de la Muerte que sólo un muerto, profunda y valerosamente, puede disponerse a vivir, y así permanecerá mi Maestra en mi memoria: viva.
Foto: Archivo LJA




