Se dice que el amor es el motor de la vida y el sentido de la existencia. El amor, como cualquier idea en la historia del pensamiento, ha sufrido diversas modificaciones, sometiéndose a las más diversas interpretaciones y condicionamientos culturales. Lo que no parece cambiar, a pesar de las épocas históricas y sus convulsiones sociales, ha sido el estereotipo de las mujeres como seres que dan amor. Esta imagen de las “mujeres amorosas” en nuestra cultura occidental tiene origen en la cultura grecorromana con las figuras de Eros y Ágape, divinidades que gobernaban los sentimientos y privilegiaban la armonía, la ética y la equidad entre las relaciones humanas. Con la llegada del Cristianismo, sobre todo en la Edad Media, el amor se vuelve definitorio de la identidad de género en las mujeres con la aparición del denominado “Amor Cortés”. El Amor Cortés se nutre de la tradición del Amor Platónico, cuya esencia consiste en idealizar constantemente a la persona amada al extremo de enamorarnos de un ser totalmente inexistente. Es aquí donde nacen los ideales de la mujer amorosa, pura, bella, virginal, sumisa y dócil como características de la perfección y, en el caso de los hombres, la valentía, la riqueza, el poderío y la dominación. Estos rasgos fueron transmitidos de generación en generación a través de la literatura, sobre todo la caballeresca, hasta inundar los cuentos de hadas infantiles y las películas animadas con las que todas las mujeres crecimos. Para las princesas de estos textos el amor no es sólo una experiencia posible, es la experiencia que las define como mujeres, transmitiéndose así el estereotipo de género que anuncia que las mujeres reales somos seres creados para dar amor.
Como menciona la antropóloga Marcela Lagarde las mujeres vivimos, por tanto, el amor como un mandato. No como una opción, sino como un mandato que nos obliga a convertirnos en seres que damos amor, a pesar de que no recibamos un trato igualitario de nuestras parejas. El efecto que el amor cortés ha tenido en nuestra cultura sobrevive gracias a que implica que los hombres tengan el control sexual y emotivo de las mujeres, pues muchas no pueden romper con la idea de que necesitan dar afecto a los otros, sobre todo a una pareja, para sentirse realizadas. La falta de reciprocidad en el amor entre mujeres y hombres choca con esta fantasía del amor compartido y paritario, y la sujeción mata los anhelos de libertad de cada quien. Para convertir nuestras relaciones amorosas desiguales a relaciones de igualdad, debemos comenzar por nosotras mismas. De la misma manera en que las mujeres del sigo XXI negociamos mejores condiciones de vida en nuestros trabajos, en la política, en el mundo empresarial y en la vida familiar, debemos aprender a negociar en el amor, reconocernos como seres capaces de negociar, nuestros deseos, desacuerdos, fantasías y opiniones. Dejemos a un lado las ideas de que las mujeres no deben de tomar la iniciativa, que deban mostrarse sumisas para “ser las esposas ideales”, que deban desvivir por sus familias desmejorando su salud y sus anhelos de vida, que deban tener a un hombre a su lado para considerarse realizadas. Si aprendemos a desprendernos de los antiguos estereotipos del amor, seremos capaces de reinventar las relaciones entre hombres y mujeres en la parte más indispensable del desarrollo del ser humano: la afectiva.
No obstante, en esta negociación del amor, las mujeres tenemos muchos obstáculos pues el machismo ataca fuertemente cualquier manifestación de insubordinación. Aquella mujer que toma iniciativa en una relación es tachada de “fácil”, un cuerpo que puede ser tomado libremente por el hecho de expresar deseo. Lo mismo ocurre cuando la mujer toma iniciativa en la sexualidad con la utilización de preservativos. De la misma forma la sociedad ataca fuertemente el que las mujeres emplacen sus embarazos por el desarrollo profesional, argumentando que este “problema” proviene de cuestiones familiares disfuncionales. Y ni siquiera mencionar lo que ocurre cuando deciden no tener hijos. Estas mujeres desconfiguran la imagen de la madre-esposa creada por nuestra sociedad patriarcal, ese ser creado para dar amor a los otros, que no tiene voz, ni esencia propias. Es este el gran reto de la humanidad, reinventar, reconfigurar nuestros ideales del amor para hacerlo equitativo y democrático, porque es necesario, porque es justo que la mitad de la población del mundo viva el amor como una fuente de empoderamiento y no como una sujeción.
Asociación Iberoamericana para el Desarrollo de la Igualdad de Género A.C.
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