En América Latina la realidad es más delirante que la más delirante imaginación
Eric Nepomuceno
Una buena amiga ibérica, experta en literaturas eslavas, comentaba el otro día en redes sociales que a raíz del deceso de García Márquez llega a su final el realismo mágico. Pero no parece así, porque como corriente literaria importante, tal vez el boom latinoamericano que dio origen al realismo mágico había ya muerto víctima de su propio éxito hace décadas. Muchos millones de ejemplares vendidos de los libros del Gabo a lo largo y ancho del mundo y traducidos a decenas de idiomas en las décadas pasadas así lo confirman. Concretamente, el boom vino a menos en la década de los ochenta, donde fue pasando poco a poco de moda y donde cada autor fue tomando estilos y trayectorias diferentes.
Pero el llamado boom nos dejó libros deslumbrantes, con una alta calidad estética y con resonancias tan actuales como por ejemplo la censurada Aura, de Carlos Fuentes, o Cien años de Soledad, del Gabo; Rayuela de Cortázar, o La Ciudad y los Perros de Vargas Llosa; por citar solo algunos de los más conocidos.
Así, los expertos coinciden en que la primera novela del llamado boom latinoamericano no fue Cien años de Soledad (escrita entre 1965 y 1966 en La Ciudad de México) como muchos piensan, sino La Región Más Transparente, obra fundacional de Carlos Fuentes, publicada en el ya lejano año de 1959 en México D.F.; quien junto con el argentino Julio Cortázar, el peruano Vargas Llosa y el propio García Márquez, fueron los creadores por excelencia del boom (todos periodistas, todos novelistas y todos autores del boom), pero no los únicos.
Ciertamente, a estas alturas nadie podrá regatear la originalidad y trascendencia en la obra de cada uno de dichos autores y de muchos otros, y de su influencia en la literatura, el periodismo, la política o el cine actuales, y en el caso de García Márquez, de la indudable influencia que autores anteriores pero capitales en su obra como Juan Rulfo tuvieron en su obra literaria, en el boom y el realismo mágico en general y en la consolidación que su trayectoria como escritor tuvo a raíz de su vida en México, país de oportunidades al que vino a vivir con su familia en los años sesenta del siglo pasado. México y su capital eran sin duda por entonces centro del mundo artístico y literario, donde pasaba todo lo importante.
Y en efecto, ¿no es verdad que nuestra vida sería más pobre sin personajes que le han dado luz permanente, como Nena Daconte, Florentino Ariza, Arcadio Buendía, Úrsula Iguarán, José Arcadio Buendía, El Coronel, Fermina Daza o La Mamá Grande? Su creador puede estar muerto, pero su obra lo trasciende.
Cola. Intrigado por el novedoso término “coda” leído al final de las colaboraciones de algunos colegas jornaleros, me di a la tarea de indagar sobre tan misterioso palabro. Y así pude documentar que “coda” no es más que sinónimo antiguo, tal vez derivado de las lenguas levantinas, de “cola” o lo que va al final. De manera que en aras de ser menos original pero más claro, me quedo con el castizo término “cola”, sonoro donde los haya y que describe bien lo que va a la ídem. Y digo que no veo nada de mal que los ciudadanos de a pie y la gente común sintamos cerca de nuestras vidas a los autores que nos han gustado y que nos han marcado como lectores con su enorme obra; que hasta nos permitamos hablarles de tú sin haberles conocido jamás en persona. Sin duda, eso habla de la gran capacidad del escritor de tocar al gran público sin por ello dejar de ser un prestigiado personaje, amigo de sus amigos y de las mejores causas, como en el caso dan fe los más variados testimonios, como sin duda fue el caso de nuestro escritor Gabriel García Márquez. Luego entonces es más que obligado decir: ¡hasta siempre, querido Gabo!
@efpasillas




