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viernes, diciembre 5, 2025

Ganar la tierra / Ciudadanía económica

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Sumida aún la mayor parte de la población mundial en la monotonía del esfuerzo cotidiano por la supervivencia, la frenética competencia y el afán de controlar la naturaleza le impiden asimilar los acontecimientos que confirman el colapso civilizatorio. Cada vez con más frecuencia se perciben eventos que antes no pasaban y que al suceder en estos tiempos, resulta difícil para muchos percibir sus implicaciones y significados. Aún la mayoría estamos tan ocupados peleando por nuestro metro cuadrado de planeta y nuestra dotación de sustento, que nos resulta difícil pensar que tendríamos toda la tierra y sus riquezas sin tener que arrebatarla, con sólo superar nuestro enfoque de individualidad excluyente.

Formada e inmersa en la cultura de lucha y competencia, la humanidad compite diariamente en la familia, los estudios, el trabajo, los negocios, el deporte, la sociedad, la política, por el dinero, por el amor, contra las enfermedades, contra la conciencia, contra las virtudes y valores humanos, contra los vicios, contra los otros pueblos, etc. El resultado de esas competiciones es que se gana o se pierde, y en el proceso, se refuerza el sentido de la oposición, la otredad. Resulta por eso difícil, si no contradictorio, considerar espacio para lo común, lo compartido.

Incluso asimilamos en nuestro inconsciente colectivo que es necesario competir y nos programamos para ganar o perder. Cuando mucho aprendemos al interactuar y negociar entre contrarios bajo la lógica de ganar lo más posible para nuestro beneficio con el mínimo de pérdida. Pero no somos conscientes, al menos no lo somos como colectivo humano, que la negociación de este tipo aún conserva el sentido de separación; de intereses contrarios pretendiendo ganar más a costa del otro. Nuestro patrón máximo de colaboración en la supervivencia sigue estando al nivel de simbiosis: cada parte obtiene para sí lo que requiere del otro, de manera que, mientras le es útil, el más fuerte le concede al débil el derecho de no ser destruido.

En su nuevo libro This changes everything: capitalism vs the climate (Esto cambia todo: el capitalismo contra el clima), la periodista e investigadora canadiense Naomi Klein, advierte sobre lo que en esta columna describí como colapso civilizatorio provocado por la alteración climática, que es imperativo en estos momentos tomar consciencia de que “…somos productos de un proyecto industrial, uno íntimamente, históricamente, vinculado con los combustibles fósiles.” El cambio requerido por la humanidad, es “…por dentro: los obstáculos que enfrentamos no sólo son externos”. En este nuevo libro que verá la luz en septiembre de 2014, la autora de No Logo y La Doctrina del Shock, advierte que “El cambio climático exige que consumamos menos, pero ser consumidores es todo lo que conocemos.” Se requiere, pues, un cambio en la forma en que vivimos; de cómo percibimos el mundo y cómo nos relacionamos con todo y todos los que vivimos en él.

La economía del mundo post colapso civilizatorio, como se advierte en todas las conferencias, seminarios y encuentros que se llevan a cabo cada vez con mayor frecuencia e intensidad, parte de un nuevo acuerdo cultural. O se cambia la lógica de competencia por uno de convivencia con todo lo que existe en el planeta -seres vivientes y recursos naturales- o la viabilidad del ser humano sobre la faz de la tierra habrá llegado a su fin. Para sobrevivir ahora, bajo la perspectiva de una nueva economía, se gana la tierra o se acaba la plaga que la está acabando.

La inercia de la sociedad del consumo, aún cuando algunos de sus integrantes adquieren conciencia de los elementos detonadores del colapso civilizatorio -violencia estructural exacerbada, la monetización de toda relación humana y el cambio climático- lleva a que la respuesta sea sólo poner de moda la compra de ciertos artículos y algunas costumbres. Por ejemplo, de nada sirve para revertir el incremento de la violencia social y estructural el poner arcos detectores de metales en aeropuertos u otros lugares muy concurridos. De nada sirve un retén policíaco o del ejército en carreteras, poniendo en alerta a los delincuentes que sólo cambian de ruta, mientras el resto, con ilusión de seguridad, aceptamos la pérdida de nuestras libertades y condicionamiento de derechos. O como dice Naomi Klein, el cambio climático no es un problema que se pueda resolver “simplemente cambiando lo que compramos: un híbrido en vez de un SUV”. Como tampoco se logra revertir las tendencias socialmente disociadoras que impone el sistema monetario-financiero preponderante mientras alguien, con suficiente poder financiero puede adquirir a través de bonos de carbono un derecho para contaminar la tierra.

La crisis planetaria actual es una crisis nacida de un exceso de consumo por esa pequeña parte de la humanidad que es relativamente más rica. La crisis se acentúa por las actitudes de la enorme mayoría restante que no alcanza a percibir las alertas que se están encendiendo respecto a la sostenibilidad de la vida.

El cambio necesario es interno, es de consciencia. Es de darse cuenta que todo en esta vida está interconectado a un nivel mucho más comprometido que el de un simple intercambio utilitario. Y, adquiriendo esa conciencia, se requiere actuar de inmediato y en consecuencia. La vida planetaria es finita pero persiste en la medida que se le permite operar de manera cíclica. A todo inicio corresponde un término y, a partir de éste, se aprovecha la energía para un nuevo inicio.

La tecnología, las prácticas de intercambio y la relación entre los seres vivientes y los recursos naturales habrán de sustituirse total y absolutamente en muy poco tiempo. Pero es sólo un cambio desde dentro y no sólo externo lo que se requiere para ganar de nuevo la tierra.

 

ciudadania_economica@gmail.com

@jlgutierrez

 

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