La infidelidad siempre tiene sus costos para los involucrados, no sólo por el hecho del intercambio corporal o de sentimientos, sino por el incumplimiento de un acuerdo, aunque en muchas ocasiones éste se da por sobreentendido y pocas veces se define; incluso, entre personas sin un nombramiento claro, como el noviazgo, se da por hecho la existencia de una cláusula de exclusividad, en especial para las mujeres.
La zorra, la puta y la güila son calificativos que se le pueden otorgar a una mujer por salir con varios chicos a la vez, aunque ni siquiera tenga contacto físico de algún tipo con ellos; y esto es una realidad que varios hombres y mujeres expresan, aunque en productos de cultura popular se glorifique a la liberación sexual de las mujeres a través de películas, canciones, libros y series de televisión. En cambio, los hombres en pocas ocasiones pueden ser tachados de “resbalosos”, a menos de que ya estén en un noviazgo o matrimonio, incluso el puto no representa lo mismo que la puta, sino al varón homosexual; mismo que también ha sido casi patologizado como ninfómano (por cierto, sólo existe en la RAE la palabra ninfómana) por creer que por ser hombre su impulso sexual es frecuente, pero como es disidente de la heterosexualidad, éste sí es juzgado.
Las mujeres del siglo XXI y de la época del feminismo siguen bajo la consigna del cuerpo que será madre y consumido sexualmente por uno o, al menos, por pocos; aunque existe una mayor apertura para hablar y difundir la pluralidad de la sexualidad y las emociones, los posibles escenarios para el goce sexual y afectivo femenino siguen bajo dos opciones: el tener sexo con muy pocos hombres que no se conozcan entre sí y siempre bajo la suposición de estar enamorada, y de uno sólo.
Un amigo me comentó un día que deseaba salir con una chica y ver la posibilidad de establecer un noviazgo, sin embargo, al compartirlo con otros compañeros suyos, éstos le dijeron que era una golfa pues ya había tenido relaciones sexuales con otros conocidos; sin embargo, ella nunca asumió algún compromiso con alguno, y después me enteré por los supuestos involucrados que nunca se sostuvo relación sexual alguna, sino que únicamente aceptaba las invitaciones a cenar, al cine o a bailar. Tras un proceso de racionalización se creería que la joven recobraría su reputación, pero nunca sucedió; entre los jóvenes se seguía comentando que habían tenido sexo con ella; ¿la mujer que desee autonomía sexual y afectiva seguirá bajo el machismo, aunque irónicamente sea más atractiva aquella hipersexualizada? Estos argumentos se pueden sintetizar en una frase: ser dama en la calle y una puta en la cama, pero únicamente con uno.
Pero no sólo los hombres son quienes hacen circular estos pensamientos, también entre las propias mujeres existe esta cacería de zorras o busconas, aunque pocas veces se racionalizan estos fenómenos. Por ejemplo, cuando existe una infidelidad en un noviazgo o matrimonio que se da por hecho como monógamo, la tercera persona suele ser la considerada como culpable, aunque no es la involucrada en el acuerdo de exclusividad previo. Una opción para un menor daño sería el aceptar, expresar y acordar el sexo y el enamoramiento compartido de cada una de las partes que pueden componer una relación “romántica”, pero pocos soportan la idea de que nos podemos enamorar de varias personas, sentir deseos sexuales por otras e incluso sólo buscar la compañía emotiva o intelectual de otras más.
Debido a estas formas de pensar, las relaciones abiertas son consideradas como una falta de compromiso, y se cree que quienes acuerdan una siempre buscan sexo con terceros, mas en esencia se trata de aceptar que las personas no son objetos: que tiene impulsos, fantasías, sentimientos e incluso miedos propios que se desean experimentar y que no son planeados. Por otra parte, también se ha identificado que las personas bajo estos esquemas de convivencia suelen tener un mayor grado de confianza entre sí, ya que no se oculta la esencia psicológica, biológica y cultural del compañero o compañera, y por lo tanto, no se traiciona.
Pocos podemos aceptar la sinceridad. La mentira hacia los demás y con nosotros mismos puede ser más confortable; ya que bajo el dispositivo del amor idílico (eterno, único e indivisible), nuestros sentimientos y deseos podrían hacernos sentir como monstruos, como putas. Si bien, los seres humanos tenemos la capacidad de raciocinio, autocontrol y podemos generar acuerdos, como la monogamia, también podemos compartir nuestras fantasías, y eso no implica que las realicemos; podemos buscar el amor idílico, pero no por ello esperaremos toda la vida y buscaremos siempre un “pero…”. Bien dicen que más vale haber sufrido por amor que nunca haber amado, y más vale haber conocido el orgasmo que esperar por la o el amante soñado.
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