Las y los políticos se transforman en fetiches, receptáculos donde se encarna la fascinación positiva o negativa de la población que espera la representación de una cultura con sus miedos y esperanzas. Aunque cada cabeza es un mundo, existen tendencias político-sociales que no pueden ocultarse, negarse, ni obviarse; las cuales son diseminadas por las acciones de la sociedad civil organizada y tecnologías de comunicación, como transportes, telecomunicaciones y el intercambio de información interpersonal. Por estas razones, en la actualidad parecen unificarse estas directrices a nivel global, lo que también posiciona a lo local en tensión ante un posible cambio de lo ya conocido, es decir, el llamado “status quo”. Debido a esto, el político requiere olvidar su vieja escuela, ser apóstata de su propio ego y reconocer que el control de la opinión pública y de los actos es imposible con una sociedad cada vez más numerosa, interconectada y con mayores posibilidades de enviar información más rápido. Mientras las élites de poder se las ingenian para controlar este sinóptico posmoderno, aquí algunas reflexiones sobre la fetichización del político.
Según la vieja escuela política, quien o quienes ostentan el poder deben ser capaces de que el resto accione de acuerdo a sus intereses; y respecto a los medios para lograrlo, existen múltiples visiones. De forma utópica, el político o política debería de ofrecer las posibilidades necesarias para que cada individuo se desarrolle plenamente y con respeto a su autonomía. Sea cual sea la perspectiva desde la que se mire a un político, deberá controlar sus emociones, curtir la piel y alejarse de lo mortal.
Entre asesores de imagen pública se dice que un político o política debe controlar sus gesticulaciones para no salir mal en una fotografía que pueda ser usada en su contra, pero a mayor profundidad se encuentra la obligación de ser insaboro, es decir: aunque exprese por sus actos y palabras energía, no debe ser dominado por lo emocional, pues esto implicaría acercarse a los instintos, a lo animal. Por ello sigue presente en el ideario de México aquella vez en que un presidente lloró públicamente y que Enrique Peña Nieto se muestra prepotente al evidenciar su enojo durante los discursos de diferentes personajes; un ejemplo muy sencillo son las veces en que ha negado el saludo a presidentes municipales o a integrantes de su propio gabinete, como Osorio Chong. Otro caso es el de Andrés Manuel López Obrador, que durante los últimos años ha perdido algunos seguidores, aunque no muchos, debido a que varias de sus acciones se han interpretado como narcisistas y caprichosas. Quien desea ser cabecilla debe mostrar su capacidad de ser “el mejor”, el racional, el ideal, un humano con cualidades no tan humanas, un semidiós; de otra forma, ¿por qué se esperaría que cualquier hijo de vecino guiara a los demás?
Debido a esto, también se espera que un servidor público cumpla con ciertos estándares, que sea un modelo “positivo” para las familias, niños, trabajadores, para la clase media y la alta, para el empresario y el comerciante informal, que encarne al Estado que representará a una población. Asimismo, requiere de externar una postura que satisfaga a todas y todos, o al menos lo intente; actualmente, la protección de los animales, el acceso a la información, la equidad de género y otros temas son tendencias globales de protesta social y políticas de tercera generación, por lo que aunque un servidor público no cuenta con una agenda similar, no podrá emitir un juicio totalmente en oposición. Por ejemplo, Carlos Lozano de la Torre, al ser cuestionado sobre el matrimonio igualitario dijo que un mandatario debe reconocer lo que quiere la población (entiéndase como mayoría cuantitativa), a lo que dijo “Con mucho gusto les prestamos un autobús, un camión, un taxi, los llevamos a Zacatecas y ahí se casan. […] Y si me invitan, voy a Zacatecas”; si bien no cuestionaremos que el derecho a formar una familia debe ser reconocido para cualquier persona, el gobernador de Aguascalientes hizo una interesante jugada (aunque siempre cuestionable), pues no dijo estar contra el tema, aunque implícitamente indicó que no se permite en Aguascalientes, por lo que ofreció una solución; empero, le faltó controlar la ironía para mostrar un discurso más convincente y algunos eufemismos más creativos, y eso que no se le cuestionó si se les reconocería su derecho al regreso del viaje.
Se dice que un político debe observar por el bien común, pero ¿en realidad puede hacerlo al enfrentarse a un sistema político como el mexicano, en el que las estructuras del poder están definidas?… debería; pues esa capacidad tendría un actor de este tipo: hacer política, redes y nuevas estructuras; lo cual realiza la sociedad civil organizada, aunque al estar bajo una causa determinada no logra impregnar en la totalidad. ¿Sería una opción el rehumanizar a quienes desean ostentar el poder?, tal vez, aunque en ciertos casos ni así podrían evitar fallas como personajes públicos, tal es el caso de los más recientes DipuTables del PAN. Un tema que sería interesante discutir públicamente es aquel sobre los factores por los cuales alguien desea ser político, “la autoridad”. En principio, se trataría de reconocimiento y fama, popularidad o cualquier tipo de eufemismo que se desee emplear, pero si ésta fuera la razón, ¿el odio generado por una multitud sería soportable frente al aprecio de algunos poderosos de otros sectores económicos y sociales?; ahora, si existiera la posibilidad de regenerar la política, y los cargos de poder ejecutivo, legislativo y judicial fueran puestos sin remuneración económica, llevados a la par de otra profesión u oficio, ¿cuántos competirían por ellos? y ¿qué otros tipos de poderes surgirían? En verdad, el tener la obligación y presión social de ser un fetiche es bastante, pero, ¿a quién no le gustan 15 minutos de aplausos y pleitesías?, aunque como todo, pasa; y quienes tienen el poder deberían recordar que mañana otros llegarán, y al volver a ser seres humanos muchos los negarán.
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