Por Vicente A. Esparza Jiménez
Centro INAH Aguascalientes
Si bien es cierto que la lucha armada iniciada en 1910 trastocó todas las estructuras del país, más que rupturas podemos encontrar continuidades en materia social, pues las personas siguieron con su vida cotidiana; acudían a misa, al mercado a realizar sus compras, a fiestas cívicas y religiosas cuando las había, a diversiones públicas como corridas de toros, peleas de gallos, teatro y cinematógrafo. Asimismo, asistían a serenatas y audiciones musicales en plazas y jardines, celebraban reuniones y bailes privados donde se jugaba billar, se tocaba el piano, se recitaba. También existían placeres relacionados con los sentidos del gusto y el tacto, como el baño, el sexo, la comida o las bebidas alcohólicas que a pesar de que fueron combatidas por el Estado desde el porfiriato poco se pudo hacer durante y después de la Revolución Mexicana. ¿En qué y dónde se divirtieron los soldados, jefes y delegados durante la Convención de Aguascalientes? ¿Cuáles fueron los placeres que disfrutaron del 10 de octubre al 14 de noviembre de 1914? Señalaré en este breve opúsculo algunas diversiones y placeres, sobre todo basándome en documentos de archivo, Actas de las sesiones de la Convención, en memorias de los propios delegados y vecinos del lugar.
La ciudad en octubre de 1914
Habitada por aproximadamente 44 mil habitantes, la ciudad de Aguascalientes contaba con edificios públicos y religiosos importantes que llamaron la atención a fotorreporteros de la Ciudad de México y a los propios delegados convencionistas: la Fundición Central Mexicana de los Guggenheim, los talleres generales de fabricación y reparación de máquinas y material rodante del Ferrocarril Central Mexicano, el molino de harina “La Perla”, el Parián, la parroquia de la Asunción, la columna jónica de la Plaza Principal, el Jardín de San Marcos y su balaustrada, la “inconclusa” iglesia de San Antonio, los baños de los Arquitos y del Ojocaliente. Pero lo que más llamó la atención en aquel entonces, “era una serie muy larga de manzanas de casas destripadas, con la mira de abrir una amplia avenida que ligara la plaza principal con la estación ferroviaria”. La largas manzanas de casas destripadas no era otra cosa que la apertura de la avenida de la Convención, hoy Francisco I. Madero, abierta por el gobernador Alberto Fuentes Dávila para darle continuidad a un antiguo proyecto porfirista que trataba de unir la estación del ferrocarril con la avenida Ocampo y de ese lugar para el centro de la ciudad habría que partir algunas huertas hasta el callejón de Závala, donde se ubicaba el teatro Salón Vista Alegre en el que Federico Bouvi ofrecía funciones de cinematógrafo y zarzuela.
En octubre de 1914, además del temor que despertaba en algunos sectores de la población el enjambre de soldados constitucionalistas y villistas que deambulaban por las calles, la ciudad vivía un ambiente de fiesta, pues según Vito Alessio Robles, “a todas horas se escuchaban en las afueras y en los patios de los hoteles las notas destempladas de murgas que tocaban La Valentina, La Cucaracha, La Adelita y Jesusita en Chihuahua, coreadas con alaridos de entusiasmo”. Estas canciones, que se tocaban lo mismo en la calle que en las cantinas y pulquerías de la ciudad, por lo general hacían alusión a Pancho Villa y su superioridad sobre Venustiano Carranza, como “La Cucaracha”, ya que una de sus estrofas decía:
¡Con las barbas de Carranza
voy a hacer una toquilla
pa´ponerla en el sombrero
del valiente Pancho Villa!
A estas canciones se sumaban las declamaciones de tipos populares en calles y plazas de la ciudad, lo que ocasionaba que se enfrentaran en dimes y diretes carrancista contra villistas, todo esto secundado la mayoría de las veces por el alcohol, ya fuese mezcal de pinos, cerveza, colonche, pulque o cualquier otro brebaje del Baco. Según Mauricio Magdaleno, uno de estos tipos populares era el mentado Tlacuache, un mendigo que pedía limosna en la misa de doce y que se convirtió en uno de los más exaltados villistas, ya que pedía limosna “no por el amor de Dios, sino por la ley de Pancho Villa”, pues en una ocasión se encontraba vociferando a grito pelado en la plaza de armas: “¡Viva Villa, el padre de los pobres, y muera Barbas de Chivo!” o sea, Carranza. Como los policías locales lo aprehendieron, Rodolfo Fierro -el brazo ejecutor de Villa- lo mandó sacar de la cárcel que se encontraba en la calle de Colón junto al Palacio Municipal y dijo tácitamente: “¡La voz del Tlacuache es la voz del pueblo y la voz del pueblo es la voz de Dios!”
En resumen, en el mes de octubre los soldados, delegados convencionista y el pueblo de Aguascalientes socializaban bebiendo o jugando cartas, damas y billar en cantinas que estaban localizadas sobre todo en el centro de la ciudad, rumbo al oriente y norte de la urbe. También asistían a pulquerías y cantinas de ínfima clase en las que los desmanes estaban a la orden del día, como se verá más adelante. Asimismo acudían a funciones taurinas, de cine y zarzuela, pero también tuvieron la oportunidad de disfrutar algunos placeres que les ofrecía la ciudad.
Las Diversiones
En 1914 a pesar de las grandes convulsiones que vivía la nación, fue el año en que hubo más corridas de toros en Aguascalientes y esto se entiende porque en el mes de julio hizo su entrada a la urbe la brigada Luis Moya al mando del general Tomás Domínguez, quien se dedicó a saquear las haciendas de la región, entre ellas la de Peñuelas, ya que robaron el ganado vacuno para alimentar a las tropas e hicieron negocio con el resto. Por si fuera poco, también sustrajeron 30 toros de lidia y los fueron a encerrar en las corraletas de la Plaza San Marcos para ofrecer a su costa funciones taurinas.
Durante la Convención, el general Tomás Domínguez y el subteniente Gabino Orive, ambos de la brigada Luis Moya, organizaron ocho corridas de toros cuyos ingresos se destinaron supuestamente a la beneficencia pública entre los días 11 de octubre, 18 de octubre, 19 de octubre, 25 de octubre, 26 de octubre, 1 de noviembre, 8 de noviembre y 12 de noviembre.
Además de corridas de toros, durante la asamblea revolucionaria los delegados se divertían acudiendo al salón Actualidades que regenteaba Federico Bouvi, donde ofrecía funciones de zarzuela y vistas cinematográficas. La zarzuela combinaba la actuación con el canto y el baile, y las que ofrecían en ese teatro-salón no eran de género grande que se podrían comparar con el teatro dramático, sino género chico, es decir, más jocosas y picantes. Además de ofrecer funciones de cinematógrafo en el Actualidades, probablemente Bouvi fue el que brindó la función de cine en el Teatro Morelos y la cual relata Martín Luis Guzmán: dice que en esa ocasión el Teatro Morelos se encontraba a reventar y no cabía ni un sólo alfiler, por lo que le tocó ver la vista cinematográfica atrás del lienzo en el que se proyectó la cinta. Al pasar las diferentes facciones revolucionarias, comenta que los asistentes gritaban vivas, pero cuando aparecía Carranza se escuchaban mueras, golpes y siseos. Incluso alguien sacó su arma y simuló matar a Carranza, disparos que por poco le cuestan la vida a Guzmán.
También la población se entretenía con los desfiles de las tropas, como cuando Villa hizo su aparición en la Convención, pues dice Anita Brenner que el general “Villa movilizó sus tropas y transformó la Convención en una demostración de fuerza. La ciudad se embobaba, conforme ese hombre poderoso, de toscas mandíbulas y ojos de animal revoloteando, rayaba su caballo a lo largo de las filas de revista. Los famosos Dorados galoparon después, la infantería armó un bochinche y los indios caminaban con paso majestuoso: también había un aeroplano que chisporroteaba y rugía y milagrosamente hacía círculos en el cielo”.
Los placeres
Uno de los primeros placeres que disfrutaron los soldados, jefes y delegados convencionistas fue una comilona que les ofreció el jefe de armas de la plaza Martín Triana en el idílico Jardín de San Marcos, entre el 6, 7 y 8 de octubre, días en los que pudieron catar 50 cajas de vino Riscal, 25 cajas de vino Cenicero, 50 cajas de sidra, 20 cajas de champagne, 7 cajas de coñac Martell, 2 cajas de vino Chartreux, 30 cajas de vino Sauternes, 1 caja de vino benedictino. Asimismo pudieron disfrutar en su paladar 30 ½ kilos de queso proveniente de Holanda, 10 latas de aceite de olivo, 6 cajas de espárragos americanos, 12 jamones americanos, 1 lata de pimentón, 1 caja de manzana blanca, otra de colorada, 2 de peras, 2 botes de cereza y una lata de salchichón italiano y 1000 puros de Balsa Hermanos, pachanga que costó la modesta cantidad de 18,441 pesos.
La Música y alcohol burbujeaba por toda la ciudad.La embriaguez no era un problema exclusivo de la gente que vivía en Aguascalientes, ya que los soldados de las diferentes facciones constantemente estaban alcoholizados y causando desmanes en las calles, incluso jefes y delegados convencionistas fueron amagados con pistola en mano y obligados a gritar ¡Viva Villa! en la misma plaza principal, como lo relató el propio Álvaro Obregón en una de las sesiones, pues señaló que “a muchos de los miembros de esta Asamblea se les han cometido ultrajes en la calle, fuera de la población y aun en la misma plaza, y creo que si la Mesa toma algunas medidas, podrá haber más garantías para los mismos delegados”. También en esa ocasión el C. Murrieta pidió la palabra para apoyar lo dicho por el señor general Obregón y puntualizó: “Debo decir que yo he sido ultrajado en la plaza pública por algunos soldados ebrios; algunos de los compañeros estaban conmigo, entre ellos estuvo el ciudadano Marciano González, y no recuerdo quienes más; al salir de la Convención algunos soldados ebrios nos pusieron la pistola en el pecho, obligándonos a decir que viviera Villa; no había necesidad, nosotros espontáneamente hemos dicho muchas veces que viva el general Villa”.
Otros gozos y placeres que disfrutaron los convencionistas fue la delicia de las aguas termales de Aguascalientes, en particular de los baños de los Arquitos y del Ojocaliente, como lo recordó José Vasconcelos: “las sesiones de la Convención nos ocupaban toda la tarde y parte de la noche. Nos quedaban las mañanas para el reposo y el paseo. Nuestros alojamientos eran incómodos, escasos de higiene, pero en los ojos de agua caliente que le han dado nombre a la Ciudad se mantienen establecimientos de baños”.
Además de estos placeres, los soldados de las diferentes fuerzas revolucionarias acudían a los burdeles que se encontraban sobre todo por la calle Libertad. Mauricio Magdaleno recuerda que por esa época los jóvenes acudían con frecuencia a visitar a las “mujeres alegres”. También Vito Alessio llegó a ver a estas mujeres incluso en el Teatro Morelos, pues dijo: “El lunetario estaba destinado para los delegados. Una de las plateas inmediatas al escenario se apartó para los periodistas. Todas las demás plateas fueron ocupadas por los oficiales de los Estados Mayores y por los jefes y oficiales de las escoltas de los generales. Los palcos y las galerías estaban repletos de civiles y soldados. Había algunas mujeres galantes, entre ellas una italiana, algo jamona y de vivacidad extraordinaria, a la que designaban con el nombre de “Mono liso”, haciendo masculino el apelativo asignado al famoso cuadro del inmortal Leonardo da Vinci. Muchas de ellas eran consideradas como espías”.
