Muy atrás ha quedado aquella imagen de los presidentes de México, donde hace muchos años, con su simple visita a los estados del interior del país, prácticamente paralizaban las actividades cotidianas, generando una alta expectación por ver de cerca un personaje al borde de la idolatría.
El constante agravio por la desatención de las necesidades básicas de los ciudadanos, vino a revolucionar aquella mítica visión que fue arraigada por décadas desde el oficialismo centralista.
Una sociedad más preparada, leyes de transparencia un tanto más exigentes y medios de comunicación críticos, sin duda aportaron a desmitificar el presidencialismo imperial y a entender que los gobernantes como los curas, son humanos y se equivocan mucho.
Es de reconocerse que las comunidades más abiertas al mundo siempre serán más exigentes. Nadie se debe asustar por quienes alzan la voz por alguna injusticia. Nadie debe ser perseguido por pensar diferente.
Todo político debe entender que la soberbia como la corrupción y la indiferencia, son los síntomas que debilitan a un gobierno y a las instituciones, detonando los cauces de la ingobernabilidad y de la desconfianza del pueblo.
Es por ello, que hoy México se encuentra sumido en la más grave crisis social de la época moderna en que se tiene memoria.
Como nunca, la figura presidencial enfrenta un desprestigio sin precedente no sólo nacional sino internacional.
Las condiciones actuales del país no son para alegrar a nadie, ni para pretender llevar agua al molino.
Quienes administran la nación y muy en especial el partido político y sus aliados que impulsaron a Enrique Peña Nieto para que llegara a gobernar esta noble nación, requieren escuchar y entender el clamor de la sociedad.
Saber que la falta de legitimidad ciudadana desde el momento de la candidatura derivó, al segundo año de ejercicio constitucional, en el peor desgaste que puede tener un gobernante.
Como Mandatario de la nación comparte una delicada responsabilidad, quiérase o no, sobre lo que al país le duele o le falta.
El cumplimiento de su mandato le reclama el diálogo permanente y un trabajo que derive en resultados para todos. De ninguna forma, la fuerza pública del Estado, como advirtió Peña Nieto, debe ser el arma para amedrentar y someter a quienes exigen justicia, libertad y bienestar.
Queremos paz. Un clima de tranquilidad que debe ser garantizado por el Estado a partir de la labor incorruptible de quienes son nuestros funcionarios.
Más que las amenazas propias de un gobierno autoritario, debemos estar conscientes de que México es un pueblo agotado y desesperado por no ser escuchadas ni atendidas sus legítimas demandas. Somos testigos de las reacciones de una sociedad que ya no da tregua a las autoridades que le fallan.
¿De qué le sirve a la Presidencia su sofisticado y costoso equipo de inteligencia para identificar los riesgos y prevenir episodios de tragedia?
¿De qué le sirvieron los más de 86 millones de pesos que gastó tan sólo este año en asesores?
Ha quedado claro que el millonario desembolso que hace en imagen se pulverizó en el contagioso rencor de un país herido. Pero la estrategia presidencial persiste en gastar 40 millones de pesos para seguir difundiendo nuevos mensajes a la nación que seguramente nadie cree ni entiende.
Un sepulcral silencio ha dejado hoy en el limbo al Presidente. A Peña Nieto en este momento no hay quien pueda defenderlo. Ni los pobres resultados de su gestión, como tampoco su partido y quienes se encuentran encumbrados por las siglas del tricolor desde los legislativos, los estados y municipios.
En la urgente recomposición del país, Enrique Peña Nieto debe encarar a la nación para hablar con verdades sobre los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.
Además, los ciudadanos merecemos una explicación sobre el porqué, en lugar de construir 506 casas de interés social mejor decidió hacer su mansión de 90 millones de pesos.
O porqué en lugar de construir 40 mil viviendas para trabajadores de bajos ingresos, optó por comprarse un avión de 7 mil millones de pesos.
México está indignado. La sociedad se encuentra defraudada y hace falta el consuelo de auténticos gobernantes.




