En mi calidad de diputado presidente de la Comisión de Justicia de la LI Legislatura del Congreso del Estado de Aguascalientes, lo traté cercanamente cuando fue nombrado director general de la Policía Judicial del Estado, por el gobernador Rodolfo Landeros Gallegos, en 1980. El coronel Carlos Hidalgo Eddy se distinguió por ser un policía profesional. Leal a las instituciones y extremadamente respetuoso del Poder Legislativo.
28 años después, en octubre de 2008, llega a Aguascalientes el general Rolando Eugenio Hidalgo Eddy, hermano menor de Carlos, a invitación del gobernador Luis Armando Reynoso, para hacerse cargo de la Secretaría de Seguridad Pública estatal, desde donde prueba que el poder es para poder.
Aterrizó con ínfulas de jeque árabe. Le transportaba el Boeing 727 del agradable ambiente cultivado por su hermano Carlos durante el sexenio landerista.
Con el tiempo, se descubriría que las maletas bajadas del avión guardaban algunas prendas de escaso uso en la aldea, como la arrogancia, la agresión y la prepotencia, debidamente acreditadas por el jurisconsulto Jesús Eduardo Martín Jáuregui en su espléndido texto Ora sí allanaron la soberanía… popular, para dar fe periodística de la parafernalia, la humillación y la vejación de que fue objeto en las céntricas calles de la ciudad, cuando el titular de la SSP, Rolando Hidalgo Eddy, se dirigía ostentosamente al edificio sede del Congreso del Estado de Aguascalientes, la mañana del 3 de marzo de 2009, escoltado por 35 policías, cuatro patrullas y un grupo de 20 mujeres entrenadas en alguna escuela gringa de porristas:
“Uno circula en su cochecito normalmente por la calle Hornedo, llega al cruce de la calle Colón cuando un convoy de vehículos policíacos se apodera de la calle y sin respeto a las indicaciones de tránsito interrumpen la circulación normal, disfrazados de policías una caterva rufianesca atestan los vehículos, algunos ocultan su rostro con pasamontañas. Uno se acuerda de tantos adjetivos descalificativos que las autoridades endilgaron a los zapatistas del ejército del sureste y no comprende por qué estos servidores públicos ocultan su rostro. Uno supone que se encuentra en medio de un operativo de esos, que aterrorizan a la población más que las esporádicas incursiones del crimen organizado, pero no, todo estaría tranquilo si no fuera por la presencia ominosa del convoy. Uno comete la osadía de tratar de seguir su camino y un orangután más o menos amaestrado que conduce uno de los vehículos policíacos se lanza a cerrar el paso. Otros de los esbirros apuntan con sus fusiles ametralladoras a todo lo que se mueve”, (El Heraldo de Aguascalientes, 4/03/09).
La apreciada camarada Nora Ruvalcaba Gámez, entonces diputada a la LX Legislatura del Congreso aguascalentense, publicó en Página 24 (4/03/09) el catártico texto ¿Algo más mi General?, para relatar puntualmente lo ocurrido al interior del salón Aquiles Elorduy, la intimidante actitud del compareciente Hidalgo Eddy y su deleznable negativa para responder los cuestionamientos de los parlamentarios, a los que regañó como si fueran sus empleados, e inclusive les ordenó que ingresara su jefe de prensa, el limitado paje Jesús Ruvalcaba, sin considerar que era un reunión privada de los representantes populares con el funcionario estatal, exclusivamente. Ésta y otras lamentables experiencias me tocaron presenciarlas en mi calidad de coordinador de Comunicación Social del Congreso.
El 20 de febrero de 2009, días antes de la nefasta comparecencia, Aguascalientes se estremeció y los trabajadores del Congreso estaban atemorizados porque Hidalgo Eddy allanó, con salvajes policías encapuchados a su mando, uno de los edificios del Poder Legislativo, sin importarle la regia inviolabilidad de los recintos parlamentarios.
O cuando el militar golpeó en la cara a un agente de la Fuerzas Federales de Apoyo en abril de 2009.
Rolando Eugenio Hidalgo Eddy cerró el castillo de la impunidad. Guardó el inseparable fuete que casi siempre llevaba en la mano. Ya no cargó los peregrinos. Renunció. Contrario al Coronel, el desasosegado personaje de la célebre novela de García Márquez, el General sí tuvo quién le escribiera para renunciarlo. Se fue en medio del escándalo. Destruyó las amorosas cartas. Arrugó la servilleta donde juraron lealtad eterna. Rompió las fotografías memorables. Lloró frente a la rosa roja disecada por el tiempo, que guardaba celosamente en El arte de amar, el libro de Fromm. Y con lujo de violencia lanzó bombas caseras al denunciar en entrevista radiofónica: “Esa es la gente que dirige a Aguascalientes, la gente que tiene toda su descendencia trabajando en el Gobierno: sus hijas, esposa, amantes”.
Pelearse en el entarimado del poder es mortal. Desangra a los contendientes. Hoy Hidalgo Eddy está sentado en la gran maleta que quizá guarda todos los secretos, chismes, confidencias, reportes, informes, documentos, expedientes, fotografías y todo tipo de grabaciones, empezando por las telefónicas, que hizo a los barones del dinero, funcionarios, políticos, periodistas y demás emblemáticos de la parroquia. ¿Qué hará con ese arsenal? No lo sé.
Si desde la administración reynosista se conocía el espíritu represor, el malévolo proceder y las reacciones iracundas del militar, por qué lo ratificaron: craso error. Se les olvidó que al pecado le sigue la penitencia.
De la turbulenta actuación del General escribí cuando Vale al Paraíso se hospedaba en El Heraldo de Aguascalientes. En esa bodega está parte de la nemesiana historia del General en la SSP estatal. El Gobierno no debe sentirse traicionado.
Porque alguien tiene que decirlo: Feliz año 2015. Cargado de mucha salud. Les deseo, apreciadas lectoras y lectores.
