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viernes, diciembre 5, 2025

La delgada línea que divide… / El banquete de los pordioseros

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En la música tenemos diferentes y muy interesantes puntos de convergencia en donde más de dos lenguajes coinciden dando vida, en ocasiones, a una nueva forma de expresión. Los géneros musicales que más suelen coincidir, son, a mi entender, el jazz y la gran música de concierto. Curioso este asunto, ya que si consideramos los orígenes de ambos géneros, encontraremos distancias que a primera vista resultan insalvables. ¿Cómo poder reconciliar en un mismo contexto musical dos lenguajes que desde sus más íntimas raíces han protagonizado un antagonismo casi natural y presuntamente irreconciliable? Me refiero al hecho de que, tú sabes, la música clásica es académica, requiere de un conocimiento erudito para su desempeño, ya sea en la ejecución o en el proceso creativo, mientras que el jazz es una expresión musical que se genera en la calle, se desarrolla en la calle, y en muchos casos, se escucha incluso en la calle. No sé tú, amable asistente al banquete de esta semana, pero yo no me imagino a, por ejemplo, Charlie Parker dando una clase maestra de improvisación en el saxofón, a Louis Armstrong en Harvard dando cátedra de cómo tocar la trompeta o a Max Roach en una sesión de ritmos sincopados a estudiantes de Julliard.

Claro que el jazz ha llegado a algunas de las mejores universidades del mundo y a conservatorios de música de solvencia incuestionable, incluso se ha adueñado de las grandes salas de conciertos, originalmente destinadas a la llamada música clásica. Muchos de los grandes jazzistas de la actualidad han egresado de importantes academias de música en todo el mundo. De esta manera, el jazz es tratado con el mismo respeto y categoría que la música culta, pero esto es relativamente nuevo, yo creo, y hablo estrictamente a título personal, que esta tendencia a fundirse en una nueva forma de expresión pero sin que ni la música clásica ni el jazz dejen de ser lo que son, pero al mismo tiempo presenten un nuevo rostro, trasciende desde el verano de 1944, posiblemente cuando el jazz, en su forma más pura y ortodoxa, fuera de todo intento de sincretismo, todavía tenía muchas cosas que decir. Surge así una serie de conciertos promovidos y organizados por Norman Granz que conocemos con el nombre de Jazz at the Philharmonic, considero que este fue el cismático momento en que el jazz se vistió de etiqueta y en donde, hay que decirlo, perdió un poco, o un mucho, no sé, de su natural e irreverente esencia.

Pero es indudable que a pesar de este primer intento de fusión, las cosas se mantuvieron más o menos igual. Fue hasta ya muy entrados los años 60, de hecho, a finales de la década cuando la tendencia a fusionarse fue definitivamente irreversible. Surgen entonces algunas de las más colosales obras musicales que desde la trinchera del jazz, se proponen discursos musicales, abierta o hasta descaradamente vanguardistas, echando mano a recursos ajenos al contexto del jazz. Uno de ellos es, por supuesto, el inmenso Bitches Brew de Miles Davis. Este trompetista, con toda la constelación de invitados que reclutó para la grabación de su obra maestra, todos ellos iconos del jazz, nos proponen argumentos musicales desde la estética de la música contemporánea y con una deliciosa capacidad de improvisación.

Otros músicos de jazz han incursionado en el repertorio de la gran música de concierto de manera paralela a su actividad como jazzistas, recuerdo ahora, por ejemplo, a Wynton Marsalis, exquisito trompetista de un muy convincente jazz, tocando, tanto en grabaciones como en vivo, los conciertos para trompeta indispensables, de Hummel, Haydn, Leopold Mozart, y Johannes Friedrich Fasch, acompañado por la Orquesta de Cámara Inglesa y la dirección del maestro Raymond Leppard. Por cierto, Marsalis estuvo en alguna ocasión en el Teatro Aguascalientes tocando un muy buen jazz.

Sin embargo, uno de los músicos que más respeto y admiro por su capacidad para abordar y proponer cosas muy interesantes, tanto en el jazz como en la gran música de concierto, es el maestro Keith Jarrett haciendo un jazz que en honor a la verdad, no podemos considerar de este mundo, como el disco Keith Jarrett Still Live Gary Peacock & Jack deJohnette, esta grabación está, parafraseado a Nietzsche, más allá del bien y del mal. Pero cuando ha tocado el repertorio clásico, obras para piano de Bach, Mozart o Shostakovich, concretamente la Suite Francesa, los Libros primero y segundo del Clave del Bien Temperado, y las célebres Variaciones Goldberg, todas obras de Bach; los 24 Preludios y Fugas de Dmitri Shostakovich, lo hace con la fuerza, la convicción y la nítida expresión del gran concertista que hay en él. Además de obras de sutil y majestuosa improvisación, como lo podemos escuchar en el disco The Köln Concert. En fin, te darás cuenta, amigo invitado al banquete de esta semana, que el buen Jarrett, para quien esto escribe, es la sucursal del Paraíso en la tierra.

Chick Corea, Stephane Grappelli, pero sobre todo Jean Pierre Rampal y Claude Bolling son algunos de los mejores ejemplos de quienes se han desarrollado con la misma convicción en ambos repertorios.

Entre algunos de los músicos a quienes ubicamos en el celoso horizonte de la gran música de concierto que han hecho, desde un discreto guiño hasta un descarado coqueteo con el jazz, encontramos a Debussy con todo y su fascinante impresionismo, a Ravel con una inclinación más abierta hacia el jazz, a Gershwin que encuentra en el jazz su más puro nacionalismo, o a Yo Yo Ma que desde la trinchera de la interpretación, está parado ahí, en la delgada línea que divide… ¿qué divide realmente? Finalmente estamos hablando de buena música, ¿o no?

rodolfo_popoca@hotmail.com

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