Sin recato alguno, a la niñez y la juventud del presente endosamos la responsabilidad de que México logre transitar por mejores senderos de bienestar.
Los gobernantes y los adultos en general replican aquel episodio bíblico de Poncio Pilato de “lavarse las manos” pero sólo para no soportar la culpa por no responder a las demandas de esas generaciones que nos suceden, y que desde hoy se encuentran forjando un modelo de vida tendiente a la independencia y la autosuficiencia.
Hay quien acusa de tener una juventud más rebelde, atrevida y hasta irreverente, no obstante que tales apreciaciones podrían esconder un pasado que es común a una etapa del desarrollo por la que todos pasamos, y que siendo bien orientada, permite fundamentar las decisiones y moldear el carácter para enfrentar exitosamente cualquier reto.
Es necesario precisar que son las adicciones las que hoy representan una amenaza real a la niñez, adolescencia y juventud.
Se trata de problemas multifactoriales sobre los cuales algunos expertos atribuyen a la disfuncionalidad y pérdida de valores desde el seno del hogar, el mayor acceso a cualquier producto tóxico y las malas influencias adquiridas en las convivencias cotidianas.
No dudo que existan casos con origen en tales factores. Pero también hay que observar con atención y preocupación la situación del alcoholismo, como detonante del consumo de otras sustancias ilícitas, además de consecuencias como son los accidentes vehiculares, los hechos delictivos e incluso suicidios.
Aguascalientes se distingue por tener una de las más altas incidencias en el país de ingesta de alcohol entre su población. Recuerdo cómo hace algún tiempo un periodista llegó a calificar en un noticiero nacional que era la Feria de San Marcos “la cantina más grande del mundo”, una frase lapidaria y para algunos exacta que siguen referenciando nuestros festejos.
Y precisamente todos los antecedentes expuestos fundamentaron mi respaldo a la iniciativa presentada por mi compañera en el Senado, María Cristina Díaz Salazar, para reformar la Ley de Salud a fin de disponer un efectivo programa gubernamental contra el consumo y abuso de alcohol. Que haga frente al desafío de la creciente problemática entre una población menor edad.
De acuerdo a los resultados de la más reciente Encuesta Nacional de Adicciones, cerca de tres millones de adolescentes ya tienen problemas de alcoholismo en México.
Pero también en la Encuesta Nacional de la Juventud se ha revelado que el porcentaje de jóvenes hombres y mujeres que tomó bebidas alcohólicas, se incrementó en casi diez puntos porcentuales entre los años 2005 y el 2010.
En el caso de los hombres, el porcentaje de quienes han tomado bebidas alcohólicas pasó de 52.6 por ciento en 2005, a 58.7 por ciento en 2010. Mientras que en el caso de las mujeres, el porcentaje creció en el mismo periodo, pasando de 32.1 por ciento en 2005 a 45.6 por ciento en 2010.
También se refiere que la dependencia en los hombres se duplicó de 3.5 por ciento a 6.2 por ciento, y en las mujeres se triplicó de 0.6 por ciento a dos por ciento en el período de 2002 a 2011.
Debemos asumir al alcoholismo como un problema de salud pública. Nos encontramos que el 65 por ciento de la población de entre 17 a 65 años de edad ha consumido o consume de manera habitual bebidas embriagantes.
Y particularizo la situación en Aguascalientes. Siguiendo la Encuesta Nacional de Adicciones, 106 mil jóvenes afirman consumir frecuentemente alcohol, tabaco y drogas.
De ellos, 84 mil 800 estarían gastando entre 46 y 47 millones de pesos al año para la adquisición de tales productos nocivos.
En la capital de Aguascalientes disponemos de un punto de venta de alcohol por cada mil 200 habitantes. Y en promedio cada persona gasta 546.66 pesos al año para surtir su cava.
Ese desembolso prácticamente duplica al que hacen en Mérida y San Luis Potosí, no obstante disponer de mayor número de expendios.
Por ello, es necesario un mayor control sanitario de productos y servicios sobre lo que se define como bebida alcohólica. También lo relativo a su publicidad.
Al mismo tiempo, desmitificar todos los prejuicios que rodean a las adicciones. No podemos seguir tratando el problema como un mero asunto de delincuencia.
Hay que decidirnos a darle el sentido de la prevención y abordar el tratamiento desde el punto de vista de salud. Sólo así estaremos evitando su impacto en el tejido social y lograremos que nuestra niñez y juventud tengan menos obstáculos para alcanzar estándares de plenitud en su vida.




