En un par de semanas, viernes 15 de mayo, la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes inicia su segunda temporada de conciertos del año 2015, una temporada que nuestro director, el maestro Román Revueltas, ha llamado Obras Colosales. Sin duda, todo ese repertorio que el maestro ha programado son obras que tienen todo el derecho de llamarse “colosales”; sin embargo, las posibilidades son tan amplias que para este banquete me he propuesto darme a la tarea de elegir, dentro del generoso y casi inagotable repertorio de la música culta, mis obras colosales. Aclarado este punto, no pretendo de ninguna manera que las obras que yo te ponga a la mesa para degustar de este banquete tengan más merecimientos que las que la sinfónica va a ejecutar, nada de eso, simplemente que me llamó mucho la atención el tema de la próxima temporada, y como el repertorio es tan amplio, te presento mi propuesta. A ver qué te parece.
Beethoven, un compositor colosal, tiene cualquier cantidad de obras igualmente colosales, simplemente, todo su corpus sinfónico en sí mismo es colosal; pero siendo que sus nueve sinfonías son ampliamente conocidas, sobre todo la novena, prefiero buscar otro tipo de repertorio, y con este fin me ubico en sus composiciones sacras. En este contexto Beethoven no tiene una gran producción, un par de misas y el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos, algunos atrevidos dicen que ésta es la más débil de sus obras, asunto que, por supuesto, me atrevo a cuestionar. Pero la obra que te quiero proponer como colosal es el Op. 123 del inmenso Beethoven, la Missa Solemnis en Re mayor, un verdadero monumento sonoro, una auténtica catedral del repertorio sacro de toda la historia de la música, no sólo por las dimensiones de la orquesta y el coro, sino por las exigencias y pretensiones de esta partitura, el compositor lleva las posibilidades de la voz humana hasta sus últimas consecuencias, pide cuatro voces solistas, tenor, bajo, soprano y contralto, además, al concertino se le encomiendan los solos de violín y también se pide un órgano. Beethoven compuso esta obra como un encargo para ser estrenado en la coronación del archiduque Rodolfo como arzobispo de Olmütz, sin embargo Beethoven no terminó la obra hasta tres años después de dicho evento, es decir, en 1823. La Missa Solemnis bastaría para entretenernos en un sólo banquete -ya dedicaremos uno a tan majestuosa obra-, el objetivo ahora es repasar algunos de esos monumentos de la música universal.
Cuadros de una Exposición en una obra compuesta por Mussorgsky para honrar la memoria de su amigo, el artista plástico Víctor Hartmann, recientemente fallecido cuando el músico visitó una galería con cuadros de él. Originalmente la obra es para piano solo, sin embargo, a reserva de que tú me corrijas, me parece que es la obra que cuenta con un mayor número de orquestaciones, hasta el excelso trío inglés de rock progresivo, Emersión, Lake & Palmer hicieron en los años setentas su propia interpretación de esta obra. Sin embargo, es la orquestación de Maurice Ravel, la más frecuente en grabaciones y salas de concierto, la que eleva esta partitura al nivel de colosal.
La Sinfonía Fantástica de Berlioz es otra de las obras que ubico dentro de este selecto grupo identificado con la majestuosidad. Es una obra autobiografía, ejemplo elocuente del poema sinfónico, va desde el éxtasis sublime hasta lo más profundo del infierno, la Sinfonía Fantástica representa esos extremos a los que Berlioz es arrastrado por su obsesión hacia Harriet Smithson. La obra fue compuesta en 1830 y representa uno de los pasajes más intensos, profundos, arrebatados y al mismo tiempo, sublimes, del sinfonismo universal.
De Mahler, como sucede con Beethoven, todo es colosal. Quizás lo obvio sería citar la octava, la conocida como “de los mil”, claro, por las impresionantes dimensiones de la orquesta, coro y ocho solistas, en sí misma es una obra colosal; sin embargo, prefiero, quizás obedeciendo a un gusto personal, incluir aquí la inconmensurable novena, es el saludo de Mahler al nuevo siglo, la terminó en 1909, apenas dos años antes de su muerte. Sobre esta obra, el gran compositor y director Alban Berg dijo: “…el primer movimiento es el más colosal que escribió nunca…”, sin duda lo es, pero cuando escucho el cuarto movimiento, el impresionante adagio, es como contemplar a todo el mundo, a todo el universo vaciado en el pentagrama. La novena en sí, pero principalmente el adagio, es la totalidad, es el dolor y la redención al mismo tiempo, es como si el compositor estuviera explicando con un elocuente discurso musical su renuncia al judaísmo y su conversión al catolicismo, es la confirmación de que Dios existe, porque si no existiera no se podría componer esta música. Bueno, mejor ahí le dejo, porque cuando hablo de Mahler invariablemente pierdo la compostura.
Y a riesgo de seguir perdiendo la compostura, Bruckner es otro colosal, sus nueve sinfonías son colosales, pero, si debo mencionar alguna, me quedo con la séptima, sobre todo si la dirige Eugen Jochum, no importa con qué orquesta pero sí con esa batuta. La séptima significó para Bruckner su único gran éxito, si es que el término aplica en este contexto, de toda su vida. Célebre su adagio, pero toda la obra en conjunto representa un todo imposible de fragmentar. Es en esta sinfonía donde el compositor aclara con mayor nitidez su sincero sentimiento católico y su amor por la naturaleza. Es la séptima la más interpretada de las nueve que él compuso.
Con tu permiso, o sin él, dejo inconclusa mi lista de obras colosales, hoy te propuse cinco, en el próximo banquete, primero Dios, serviré a la mesa otras cinco. A ver qué te parecen.
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