Pensar en campos de concentración es pensar en cuerpos famélicos, asesinatos masivos y en la crueldad de los encargados de ellos. Es pensar en uno de los momentos de la historia en que se puede llegar a perder la fe en la humanidad. Y es, también, pensar en sus excepciones, en sus (pocos y para nada justificantes o minusvaloradores) momentos de creación. Es pensar en Messiaen componiendo el Quatuor pour la fin du temps estrenada frente a un de prisioneros y vigilantes. Es pensar en las conferencias sobre historia o literatura que se daban en los barracones. Es pensar en el espíritu humano sobreponiéndose a una de las demostraciones más atroces de la falta de ese mismo espíritu.
La Francia de Vichy, colaboradora activa en la deportación, montó a lo largo de todo su territorio los denominados eufemísticamente, aunque con base en la realidad, campos de internamiento, cuya misión, más que el exterminio, era la reclusión, mientras esperaban el traslado a los campos de la muerte, de prisioneros judíos o peligrosos políticamente. Y en ellos, por iniciativa de los internados y la vista gorda, e incluso la anuencia de los encargados de los campos, los barracones de la cultura que promovían actividades docentes que contaron con miles de alumnos y que formaban a los recluidos en ámbitos diversos que iban desde la instrucción primaria a las charlas sobre matemáticas e, incluso, educación física.
En esos barracones, a semejanza de la literatura subterránea rusa, se publicaron revistas y periódicos que en su mayor parte eran manuscritos copiados una y otra vez y de los que se han conservado más memorias que ejemplares. Y, asombrosamente en un campo de reclusión pero manteniendo la mentalidad francesa de que su “grandeur” es principalmente cultural, se organizaron exposiciones en recintos que incluso tenían nombre y entre los que están, por ejemplo, un Palacio de Exposiciones en Barcares, un Salón de Bellas Artes en Argelès y una Barraca-Galería en Saint Cyprien o esculturas al aire libre realizados con el propio barro del campo.
“En general se considera que la historia es suficiente para presentar las cosas, y costó aún más convencer a la gente de que este lugar podía ser un lugar vivo, un lugar cultural, no sólo un lugar de memoria, uno sólo un lugar histórico, no sólo un lugar de educación, sino también un lugar para la cultura”. Con esas palabras, el ministro de cultura francés presentó Camp des Milles, uno de los más significativos de esos campos de reclusión y que es el único conservado en su totalidad en Francia.
Por Milles, dependiendo del desarrollo de la guerra y del de la “solución final” pasaron distintos tipos de internados. Al principio, a partir de septiembre de 1939, la antigua fábrica de Les Milles acogió a los denominados “enemigos extranjeros”, sobre todo ciudadanos austriacos y alemanes que vivían en el sur de Francia y que quedaron bajo la jurisdicción del Ejército francés. Los “sujetos enemigos”, como también se les conocía, eran principalmente gente que habían huido de Alemania desde 1933 y que estaba compuesto principalmente de intelectuales o científicos. “El criterio usado, al comienzo de la guerra, no era si uno era nazi o no nazi. Era la guerra, por lo que todas las personas procedentes de los países enemigos fueron internadas. Todo fue muy burocrático, de hecho muy estúpido, porque el 90% de esas personas eran amigas de la Francia democrática”.
Tras el armisticio franco-alemán del 23 de julio de 1940, el “campo de tránsito”, otra de las eufemísticas denominaciones, se usó para refugiados judíos que podían emigrar con la ayuda de organizaciones internacionales. El campo se llenó rápidamente llegando a la superpoblación y en él convivían dos funciones totalmente opuestas. Por un lado, era una estación ferroviaria que enviaba diariamente a judíos, seleccionados aleatoriamente, a los campos de la muerte y por otro que ayudaba a la re-emigración al exterior, con ayuda de procesos regulares o ilegales a los que ayudaban individuos, organizaciones y redes de huida nacionales e internacionales. En total, más de 2.500 judíos fueron enviados por el gobierno de Vichy al campo de Les Milles y a la muerte en el campo de Auschwitz. Un número semejante pudo salvarse.
Según los registros del campo, que proporcionan la información sobre las profesiones que los detenidos decían tener. Más de tres mil quinientos artistas e intelectuales pasaron por Milles. Entre los escritores estaban Fritz Brugel, Lion Feuchtwanger, William Herzog, Alfred Kantorowicz, Golo Mann, Walter Hasenclever, entre los científicos destaca el ganador del Nobel Otto Fritz Meyerhof y músicos y pintores como Erich Itor Kahn, Hans Bellmer, Max Ernst, Gustav Ehrlich, Max Lingner, Ferdinand Springer, Franz Meyer, Jan Meyerowitz o Robert Liebknecht. . En un horno industrial, los “prisioneros” construyeron un escenario para representaciones que incluso llegaría a tener nombre, Die Katakombe, homenaje a su posición subterránea y, al mismo tiempo, a un cabaret en el Berlín de los días de Weimar.
“Fue una forma de resistencia a la deshumanización de la que eran objeto, una manera de seguir siendo hombres libres y erguidos en este lugar de sufrimiento, que pese a todo logró inspirarles”. Eso dijo Alain Chouraqui, presidente de la fundación que gestiona el campo a quien le gusta llamar al Milles, “el campo de los pintores”. Y por tal circunstancia acogió una exposición titulada Créer pour résister, que recoge la huella que los pintores dejaron, literalmente, en sus paredes.
En 2003, el CRIF, el municipio de Aix y otras iniciativas fundaron la asociación “Recuerdo del campo de Les Milles”, que intenta restaurar las instalaciones y hacerlas accesibles al público. El ánimo del memorial es ofrecer un espacio que centre la atención en la amenaza del racismo, antisemitismo, fanatismo y totalitarismo. Y que recuerde, además, que la cultura es el mejor medio de luchar contra ellos. El diez de septiembre de 2012, setenta años después de que partiera el último de los trenes hacia Auschwitz, el primer ministro francés Jean-Marc Ayrault inauguró el nuevo “Camp des Milles”.




