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sábado, diciembre 20, 2025

Las andanzas del Yo / El peso de las razones

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La semana pasada escribía en este espacio algo sobre la identidad personal. Sobre qué es aquello que nos hace ser quienes somos. Sobre la vulnerabilidad de ese algo. Sobre su terrible dependencia tanto de cosas, personas, instituciones. Sobre el ser que somos que es ser con los otros también. Sobre que, en suma, no somos los mismos con el paso del tiempo. Me permito hoy ahondar en algunas de esas ideas.

Hace algunos años, uno de mis temas de investigación favoritos fue el problema de la “identidad personal”. Me inquietaba la latente imposibilidad para responder preguntas en apariencia sencillas: ¿qué hace que yo siga siendo yo a lo largo del tiempo, a pesar de mis cambios de creencias, mis cambios físicos y mis muy distintas formas de valorar y de juzgar? La literatura crítica era inmensa. No obstante, nadie podía llegar a algún acuerdo. La tendencia narrativa parecía una vía provechosa: yo sigo siendo yo mientras pueda narrar una historia en la cual llevo el rol protagónico. La metáfora no dejaba de ser sugerente: hacía que el Yo fuese el protagonista, el director, el fotógrafo, el guionista y el editor de su propia vida. Los narrativistas recuperaban una valiosa intuición: el ser humano tiene un papel activo en la construcción de quién es, lo cual parecería no ser el simple resultado pasivo de sus genes, la historia evolutiva de su especie, y de todas aquellas constricciones físicas, químicas, biológicas, psicológicas y sociales que no dependen de él.

La metáfora era interesante, sin duda, pero muy limitada. Algo faltaba. La intuición narrativa de la identidad personal olvidaba la enorme dependencia que tenemos tanto de las cosas como de los demás seres humanos. Al final, una historia en la que yo llevo el rol protagónico se olvida que muchas veces, respecto a nuestra propia vida, son los otros y las cosas quienes tienen el papel principal: cuando una madre da a luz, su vida es la vida de su hija; cuando nos enamoramos, es la otra persona la que invade cada espacio de nuestra mente; cuando cambiamos de residencia, es el lugar el que primero nos habita, antes siquiera de que podamos ser sus residentes.

Fue así como poco después formularía una respuesta (aún en estado germinal) que defendería con el paso de los años: yo sigo siendo yo mientras pueda narrar una historia coherente y consistente sobre mí mismo, pero esa historia se construye siempre alrededor de cosas y de otros seres humanos. El Yo es entonces el resultado tanto de sus genes, la historia evolutiva de su especie, así como de todo aquello que le rodea y lo compromete de manera tanto teórica como práctica. Me explico.

Para construir la respuesta, recuperé dos conceptos: “compromisos referenciales” y “compromisos normativos”. En el primer caso, yo tengo compromisos referenciales con todo aquello que me rodea y delinea mi identidad personal: dado que vivo en tal calle de tal fraccionamiento, cuando salgo del trabajo me dirijo allí y no a otro lugar; cuando deseo beber una copa de vino, tomo una de las que sé que tengo en tal estante, por lo que me dirijo allí y tomo esa copa y no otra cosa; dado que sé que tengo una corbata azul cielo que combina con mi blazer gris, es que busco esa corbata y me molesto si no la encuentro. Toda tesis pseudo-marxista que demerite el papel preponderante de los objetos, no sólo en nuestra vida, sino como constructores fundamentales de nuestra identidad personal es, a lo sumo, mala ideología. Los objetos nos rodean, nos sirven, nos delinean, nos definen: hacen que seamos la persona que somos y no otra. Biólogos y psicólogos lo saben: es el vínculo irrenunciable que tenemos con el hecho de ser nosotros el que nos ata a la vida; el suicidio sólo es posible cuando una identidad personal se desvanece o ha sido fracturada gravemente. Uno de los síntomas más explícitos y evidentes de un posible suicida consiste en deshacerse de sus objetos más preciados: para dejar de existir primero se necesita dejar de ser quién se es.

Pero, más importante que las cosas, son las personas y las instituciones: aquellas que a nuestro alrededor nos comprometen y nos definen. Denominé “compromisos normativos” a todas aquellas demandas que tenemos de las personas y las instituciones que, dada la relación específica que tienen con nosotros, construyen nuestra identidad personal: por mucho que mis creencias y mi cuerpo hayan cambiado con el tiempo, el Banco seguirá exigiendo que yo y no otro pague las deudas que contraje en el pasado con la institución; cada diez de mayo, es mi madre, y no otra mujer, la que espera que sea yo, y no mi colega de la oficina de al lado, el que le marque por teléfono y la felicite. Estos compromisos normativos, en algunas personas mucho más abundantes que en otras, son los que trazan y determinan el particular punto en el espacio que ocupamos. Cualquier ideología individualista que demerite el papel que tienen los otros en nuestra vida se equivoca: no sólo somos seres dependientes de otros, somos seres que somos a partir de los otros.

La identidad personal, en suma, no es otra cosa que la suma de todos los compromisos tanto referenciales como normativos que nos ubican y definen. Cosas y personas a nuestro alrededor son las que especifican el pequeñísimo punto en el espacio que ocupamos durante esta cortísima vida; y cambian con el tiempo y lo hacen muchas veces. Hasta aquí con las andanzas del Yo.

 

[email protected] | /gensollen | @MarioGensollen

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