Para Rafael Feliz, experto en libros y en personajes extraños
“Admirable en los salones, siempre con epigramas humorísticos, adulador elegante, buen escritor en francés y en italiano, gran matemático, geómetra, físico, conocedor de la historia y una mente analítica y comparativa, un experto en libros superior a cualquier librero”, con esas palabras describía un contemporáneo suyo a Guglielmo Libri Carucci dalla Sommaja, más conocido como conde Libri. Y remataba su descripción con una afirmación muy directa. “Este hombre sólo tenía una desgracia: era esencialmente un ladrón”, un ladrón de libros.
“Que levante la mano aquel que, amando los libros, no ha sufrido la irresistible tentación de hacerse ilícitamente con alguno de ellos, en una biblioteca, en una librería, en la casa de un amigo o de un conocido, en una feria o una exposición. La bibliocleptomanía es un síntoma y un sentimiento parejo, me atrevería a decir, a la bibliofilia, suelen manifestarse juntos, reforzándose, y sólo un imperativo cívico y legal, nos impide a algunos pasar a los anales de la bibliocleptomanía documentada.”
Descendiente de una de las familias más importantes de Florencia Guglielmo Libri Carucci dalla Sommaja nació 1803. Por tradición familiar parecía que estaba destinado a estudiar leyes, como su padre y su abuelo, y comenzó la carrera pero dada su gran habilidad para las matemáticas esa fue la ciencia a la que dedicó sus estudios universitarios. En 1820, con apenas diecisiete años, publicó su primer gran trabajo sobre matemática titulado Memoria sopar la teoria dei numeri, libro que recibiría elogios de los grandes matemáticos de la época como Babbage, Cauchy y Gauss. Nada más terminar la carrera se encargaría de la cátedra de Física Matemática en Pisa. Pero resultó no ser tan buen maestro como matemático por lo que apenas un año después pidió una licencia permanente.
Ese mismo año, y aprovechando la licencia para viajar, el conde Libri aparece en París junto a otros grandes matemáticos y físicos como Laplace, Ampere, Fourier y Arago. De vuelta en Italia, le sorprenden conspirando para una nueva constitución y tiene que huir a Francia de la que se convertirá en ciudadano en 1833, el mismo años en que, como sucesor de Legendre entra en la Academia de Ciencias en la que no fue bien recibido ni por sus poco atractiva personalidad ni por el hecho de no ser un francés nativo. Sin embargo, siguió trabajando en las matemáticas aunque poco a poco, y porque aunque bueno no tan bueno como los científicos de su generación, se decantó por la historia de las matemáticas publicando el imprescindible Histoire des sciences mathématiques en Italie, depuis la rénaissanace des lettres jusqu’à la fin du dix-septième siècle.
Uno de los méritos de esa Historie es el hecho de que la mayoría de las citas venían directamente de sus fuentes originales, algo que hizo que Libri se convirtiera, poco a poco, en un pávido coleccionista de libros y manuscritos raros. De entre lo que rescató se calcula que hay al menos mil ochocientos que se habían dado por perdidos. Entre los manuscritos originales que tenía estaban escritos de Fermat, Euler, Descartes, Galileo o Leibniz, entre muchos otros.
Gracias a esa pasión libresca, a la amistad de Francois Guizot y a la oportunidad que daba de alejarlo de la Academia, Libri fue nombrado Inspector General de la Bibliotecas de Francia. Pero en lugar de dedicarse a catalogarlas, Libri se dedicó a establecer tres categorías: los que podían quedarse en la colección, los que pasarían a ser de su colección particular y los que podían ser objeto de venta, dinero que usaría para aumentar con otros libros, raros e incunables, su propia biblioteca. Se sabía de desapariciones de libros, que coincidían con las visitas de Libri a distintos establecimientos, pero de la investigación no se sacó ninguna prueba concluyente. Nadie, ya que él mismo llevaba el registro de la biblioteca y probablemente lo falseara, puede decir la cantidad exacta de libros sustraídos por el conde.
Descubierto en 1848 huyó a Inglaterra, con “treinta mil libros y manuscritos en dieciocho baúles” según un recuento contemporáneo, donde alejado del ambiente académico se dedicó a vivir de las rentas de sus ventas. Francia, por su parte, lo juzgó in absentia y lo condenó a diez años de cárcel que nunca cumpliría ya que nunca regresó al país. En 1861 el conde Libri organizó dos ventas de algunos de sus manuscritos y libros en Inglaterra. El Catalogue of the Mathematical, Historical, Bibliographical and Miscellaneous Portion of the Celebrated Library of M Guglielmo Libri de ambas contenía siete mil seiscientos veintiocho objetos. En la introducción, el mismo Libro escribió que “la colección que ahora se vende está compuesta en su mayor parte de libros relacionados con las ciencias (más en concreto con las matemática) y su historia aunque también hay biografías, historia de la literatura y hasta literatura necesaria para arrojar luz sobre la mente humana”.
Sus años en Inglaterra están envueltos en la bruma del dolce far niente ya que no se dedicaba ni a la academia ni a la investigación pasando sus días entre lecturas y una vida social casi mínima, especialmente con libreros y otros coleccionistas. Libri parecía decidido a borrar todo rastro de su existencia anterior, como matemático, como docente, como ladrón. Rico y latino, al fin y al cabo, eligió Italia para regresar a morir en 1869.
El conde Libri desapareció, como quería, de la historia, de las matemáticas y de la de los libros, tres campos en los que apenas era un recuerdo tenue, hasta junio del año 2010 en que en una ceremonia muy especial el Haverford College devolvió a Francia una carta de Descartes de 1641 dirigida al padre Marin Mersenne. La carta, por supuesto, era parte del robo de Guglielmo Libri Carucci dalla Sommaja, el más grande representante de la bibliocleptomanía de todos los tiempos. Algunos de sus robos fueron devueltos a su muerte, la mayoría como parte de su propio legado, otros, como la carta de Descartes, conforme se iban descubriendo. ¿Cuántos quedarán todavía por ahí?
