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viernes, diciembre 5, 2025

De finales y principios / Botella al mar

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Querida Glenda, esta carta no le será enviada por las vías ordinarias porque nada entre nosotros puede ser enviado así, entrar en los ritos sociales de los sobres y el correo. Será más bien como si la pusiera en una botella y la dejara caer a las aguas de la bahía de San Francisco.

Julio Cortázar, “Botella al mar” en Deshoras

 

Hace más de un mes publiqué la tercera parte del laberíntico proceso de pago de los conciertos didácticos 2015 Enlace y aquello que parecía un desenlace todavía tardaría tres semanas en ser definitivo (y en que los actores recibiésemos nuestro pago). No tiene caso hacer un recuento de las irregularidades, volver a señalar la ineficiente respuesta de algunos funcionarios a nuestras solicitudes de información y diálogo o exhibir con detalles la evidentemente nula capacidad de una dependencia del Instituto Cultural de Aguascalientes para administrar los recursos y llevar a cabo las gestiones de pagos con la misma prontitud y urgencia con la que dicho Instituto, en general, exige a sus trabajadores el cumplimiento de sus funciones (e incluso la ejecución de trabajos ajenos a sus obligaciones, como en el caso de los artistas a quienes se les pide limpiar los sanitarios del Meca). Hoy no se trata de reflexionar sobre las inexistentes políticas culturales al interior del instituto, de lo que se desprende el trato poco profesional y poco respetuoso al trabajo de los artistas. Tampoco se trata de hacer una apología del trabajo artístico en Pedro y el lobo, a diferencia de los conciertos didácticos del 2016.

Se trata de escribir un punto final a la -resuelta- exigencia de pago, añadir puntos suspensivos a todos los cuestionamientos -irresueltos- que hice en las publicaciones anteriores e iniciar una nueva hoja en blanco, arrojar una nueva botella al mar, dedicada a la reflexión pública y al diálogo sobre la gestión del arte, la situación social y económica del artista, el comentario y la valoración de las obras, los vínculos entre arte y vida, la interacción entre las instituciones culturales, la recuperación de espacios públicos para el arte o cualquier otro tema relacionado con los anteriores.

Dedico este nuevo tejido de palabras embotelladas a la maestra Coco Díaz. Porque igual que ella, este texto también termina y vuelve a comenzar en otro mundo posible.

[Lo primero que hice fue ponerme los aretes de colibrí, como el inicio simbólico del ritual de despedida: según los mayas, el colibrí, hecho de jade y flecha, transmitía los deseos y pensamientos de los hombres a los dioses; según los aztecas, los colibríes eran guerreros muertos en batalla que renacían con honra en el animal cercano al dios de la guerra, Huitzilopochtli.]

Tenía la sorprendente capacidad de encender las palabras. A través de su voz, las bombas dirigidas al Adrianópolis de Marinetti caían, con su estruendo de máquina, en el salón de clases. Las paredes resonaron armoniosas cuando la poesía de Nicolás Guillén percutió en ellas. Los corazones se estremecieron al presenciar la muerte del Mayor Sabines. Nuestro primer viaje a Europa lo hicimos a través de su mirada, sus diapositivas y nuestra imaginación, en el salón de audiovisuales.

Su compromiso con la docencia del arte y específicamente de la literatura iba más allá de satisfacer los programas y requisitos de la SEP: tenía que ver con la exigencia que impone el arte mismo al espectador. Muy lejos de cursilerías y discursos sensibleros, la maestra Coco enseñaba a mirar con otros ojos, a dejarse seducir e impactar profundamente por las palabras, la imagen, la forma, el sonido o el movimiento. Invitaba a confiar en que el mundo puede volverse a crear, a que otra realidad es posible.

“Coco Barroco” renegaba de su apodo y afirmaba que era más bien neoclásica, pero en realidad era un manifiesto vivo de la apasionada rebeldía del romanticismo y su espiritualidad aguerrida. Como hacen los grandes artistas a través de sus obras, Coco supo enseñar el camino de la libertad: entregarse de forma arrebatada a aquello que nos llama desde el interior, que nos inquieta y nos invade y nos obliga a la fidelidad con uno mismo.

Así, todos sus alumnos fuimos eligiendo (o aceptando las evidencias de) nuestro camino. Yo me dediqué a la literatura: desde niña y sobre todo durante la secundaria había sentido esa conmoción ante los mundos fascinantes que crea la palabra. Lo cierto es que Coco me enseñó a abrazar con furia mi profesión, a amar las palabras y a crear con ellas mi voz, las voces que he sido y que seré; a tomar en serio la palabra, pero también a jugar con ella; a mirarme críticamente primero a mí misma y luego a mi entorno; a desear inspirar a mis alumnos como ella nos inspiró a nosotros. A Coco le debo haber atizado mi en ese entonces incipiente pasión por la literatura, la que ahora vivo y ejerzo profesionalmente.

Me llena de esperanza saber que existen personas como ella: con la incandescencia de su pasión por la vida y por el arte, su compromiso con la cultura y su generosa voluntad de servicio Coco combate, combatía, a nivel social y quizá sin darse cuenta, las opacidades y las tinieblas provocadas por algunos servidores públicos cuya pésima labor (docente, administrativa, directiva…) debilita las estructuras culturales que con tanto esfuerzo se van construyendo con el trabajo del artista profesional, los docentes y gestores comprometidos (el artista, como dice Kandinsky: “aun contra las burlas y los rencores, conduce hacia arriba y hacia delante el ingrato y pesado carro de la humanidad que se atasca entre las piedras”).

Con profunda pena y con agradecimiento infinito, aviento esta botella para despedir a la maestra Coco porque, ya lo afirmaba Cortázar en su propia “Botella al mar”: “Es así, pienso, que se operan las comunicaciones profundas, lentas botellas errando en lentos mares, tal como lentamente se abrirá camino esta carta”.

[La maestra Coco murió en batalla contra la enfermedad, por lo que no dudo que en su nueva existencia sea un colibrí. Buen viaje, “mi alma”, ya nos encontraremos en Comala, en el cielo, o en aquel lugar que nuestra imaginación, nuestra fe y nuestras palabras nos hayan construido. Deseo que el poema de Teresa de Ávila que tanto te gustaba declamar se haya hecho realidad: “Quiero muriendo alcanzarle, / pues tanto a mi Amado quiero, / que muero porque no muero”.]

 

Socorro Noemí Díaz de Luna

31 de diciembre de 1943 – 12 de abril de 2016

In memoriam

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