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domingo, diciembre 21, 2025

La democracia y sus demonios / El peso de las razones

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Democracia: forma de gobierno en la que unos cuantos suelen gobernar para unos cuantos, entronados por mayorías desinformadas y sin una clara capacidad de juicio sobre la res publica.

¿Es esto en verdad la democracia? Habitualmente sí. La democracia es una forma de gobierno poco económica y repleta de paradojas. Poco económica dado que es muy complicado (imposible, de hecho) armonizar las preferencias de todas y todos. Siempre habrá conflictos. La democracia está acompañada de un trasfondo liberal. El liberalismo, a vuelapluma, sostiene que los individuos deben ser máximamente libres, compartir el mismo esquema de libertades y que la libertad es deseable por sí misma. Los liberales valoran la libertad, la igualdad, la dignidad, la individualidad y la tolerancia, aunque pocas veces tengan claro el significado de estos conceptos ni cómo jerarquizar estos valores. Algunos supuestos básicos del liberalismo son que el individuo es el único agente moral, que la sociedad es el resultado de la acción concertada de los individuos, que es el individuo (no la sociedad ni las comunidades) el fin de la sociedad política (lo que implica que la sociedad sólo es un medio para la realización del individuo, por lo que no debemos sobreponer los fines colectivos a la libertad), que el espacio público ofrece un ámbito para la actuación de las libertades individuales, y que las relaciones deben darse en el marco de la tolerancia y el respeto a los derechos básicos para permitir la cooperación en beneficio mutuo. Dados estos supuestos, una democracia liberal tiene que armonizar las consecuencias de un gran esquema de libertades individuales. La principal de ellas es la pluralidad. Dentro de una democracia liberal encontramos innumerables conflictos de creencias y deseos. Si es imposible armonizar las creencias y deseos de todos los individuos, entonces la democracia liberal es paradójica de suyo.

Entonces, ¿es posible gobernar para todas y todos democráticamente? No, al menos en un sentido importante. Pues ¿qué es la democracia? Atendamos sólo a la palabra: “poder del pueblo”. Pero, ¿qué cosa es el pueblo y cómo se le otorga poder? (se pregunta Sartori al inicio de su sugerente pero vago manual La democrazia in trenta lezioni). El pueblo pueden ser los ciudadanos en su integridad (plethos), los muchos (hoi polloi), los más (hoi pleiones) o la multitud (ochlos). Dada esta ambigüedad, podríamos tener dos conceptos operativos distintos de “democracia”: uno de mayoría absoluta, donde los más tienen los derechos mientras los menos carecen por completo de ellos; otro de mayoría relativa, donde los más tienen derecho a mandar respetando los derechos de las minorías. Dada la imposibilidad de armonizar por completo las preferencias de todas y todos, la democracia en su versión menos peligrosa debería optar por una mayoría limitada o moderada.

Con estas precisiones, ¿hemos salvado a la democracia de su poca economía y de sus paradojas? Por supuesto que no. Al final, sean mayorías absolutas o relativas, limitadas o moderadas, la democracia amenaza siempre con ser una forma de tiranía de los más. Cuando las personas no gozan de una igualdad de oportunidades y de un esquema idéntico de libertades, y cuando la desigualdad educativa y económica asfixia a los menos favorecidos, la tiranía de las mayorías es una forma perfecta de tomar malas decisiones para todas y todos.

La democracia debe tener límites: las libertades. Una democracia no liberal es una forma viciosa de gobernar. También, la democracia debe tener en cuenta las mejores razones que apoyan las decisiones colectivas. No quiero que se me confunda: soy un demócrata convencido. Pero no uno que comparta una manera simplista (electorera) de concebir a la democracia: en sociedades altamente desiguales, el lema “un voto, una persona” es una forma ingenua de concebir la democracia. Por ello, comparto la definición normativa de la democracia de Amartya Sen: “el gobierno por medio de la discusión”. La única forma de conciliar (no armonizar) las preferencias de todas y todos es por medio de la discusión. En una democracia funcional las decisiones deben tomarse atendiendo a los límites de esta forma de gobierno, así como a las mejores razones de las que dispongamos para elegir un rumbo: en algunos casos (e.g., políticas públicas para combatir el cambio climático) debemos hacer caso a la comunidad científica; en otros casos (e.g., la interpretación de nuestra carta magna, así como de lo que implican y significan nuestras derechos básicos) a nuestros juristas.

Todo este breve marco conceptual puede servirnos para discutir dos temas que inquietan a muchas personas. Por un lado, el Brexit: la próxima salida del Reino Unido de la Comunidad Europea nos enseña una de las consecuencias de una democracia simplista. La decisión de la mayoría (un 52% de ciudadanas y ciudadanos) tendrá consecuencias catastróficas. Resulta lamentable que las tendencias en Google tras los resultados del Brexit indiquen que las personas en el Reino Unido supieran muy poco acerca de qué es la Comunidad Europea, qué países la integran, así como las consecuencias del Brexit mismo. Se tomó una decisión sin atender a razones: sin embargo, se atendió a sentimientos nacionalistas, comunitaristas y prejuicios de diversa índole. El segundo tema tiene que ver con la acalorada discusión que se vive en México y en otros países en torno a los derechos de los homosexuales: discutimos airadamente sobre su derecho a contraer matrimonio y adoptar. Recordemos: una democracia tiene límites. Su primer límite: que todas y todos compartamos un idéntico esquema de libertades individuales. La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Tiene sentido en una democracia liberal que una minoría carezca de los derechos de la mayoría sólo por sus preferencias sexuales? ¿Acaso no deberíamos hacerles caso a nuestros juristas en la interpretación de nuestra carta magna y nuestros derechos básicos? Nuestros juristas han hablado: sólo resta acatar sus razones, que son las mejores disponibles.

Ayer, en este diario, Alejandro Vázquez Zúñiga defendió a la democracia como una forma de discusión a partir del disenso. Estoy de acuerdo con él: es tiempo de disentir y ofrecer razones. Es tiempo de que busquemos mejores formas de ejercer nuestra democracia. Merecemos la mejor democracia posible (/aguascalientesplural).
[email protected] | /gensollen | @MarioGensollen

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