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viernes, diciembre 5, 2025

Aceptación o rechazo de la otredad

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El hombre está habitado por silencio y vacío.

¿Cómo saciar esta hambre,

cómo acallar este silencio y poblar su vacío?

¿Cómo escapar a mi imagen?

Sólo en mi semejante me trasciendo,

Sólo su sangre da fe de otra existencia

Octavio Paz

 

Las marchas que recientemente han protagonizado grupos a favor y en contra de la iniciativa de reformas al artículo 4 constitucional, que busca incorporar el matrimonio igualitario, tiene que ver, creo yo, con un asunto de fondo que está estrechamente vinculado a nuestra forma de ser como sociedad, como herencia, como una especie de maldición de Moctezuma. La aceptación de la realidad plural de nuestra sociedad, cuyos ejemplos están claramente identificados en el devenir de nuestra historia.

Algunos enfoques suelen partir de una posición etnocéntrica (que considera su propia cultura o raza superior a las demás) para entender la otredad. Los europeos, por ejemplo, acuñaron la idea del descubrimiento de América para referirse a su llegada al continente, negando desde el lenguaje la existencia de los nativos (el Otro) que habitaban estas tierras. Pérez y Merino.

Lo anterior viene al caso, no por las marchas, desde luego que no. Los grupos están en su legítimo derecho de manifestarse públicamente. Un derecho vinculado estrechamente con los derechos de libertad de expresión y reunión.

El derecho de la libertad de expresión se encuentra la manifestación de las ideas. Este, está reconocido en el artículo 6 constitucional, que expresa: “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público.

El derecho de reunión está previsto en el artículo 9 del texto constitucional, en el que se establece: “No se podrá coartar el derecho de asociarse o reunirse pacíficamente con cualquier objeto lícito… No se considerará ilegal, y no podrá ser disuelta una asamblea o reunión que tenga por objeto hacer una petición o presentar una protesta por algún acto o una autoridad.

Lo verdaderamente preocupante es que las protestas están degenerando en manifestaciones plenamente homófonas y promoviendo el lenguaje del odio. Esto es muy preocupante.

Tal parece que la principal inquietud de las marchas consistía en que grupo aglutinaba más seguidores o sus consignas se hacían escuchar con más fuerza. Como si los consensos fácticos pudieran sustituir el Estado de Derecho o los sistemas democráticos.

Precisamente la finalidad del derecho es producir normas encaminadas a garantizar el bien colectivo o social. Es decir, asegurar el buen funcionamiento de toda la sociedad. Resulta inevitable que producto de la convivencia diaria, debido a la conformación diversa y plural de las sociedades, surjan diferencias y fricciones que necesitan ser resueltas de la manera más justa posible que permitan convivir con nuestros semejantes de manera armoniosa y pacífica.

Como refiere Pablo González y Mijangos, es razonable que, frente al surgimiento de nuevas realidades en la vida social, los conceptos jurídicos se adapten de manera tal que las personas encuentren en la legislación, y no al margen de ella, una solución efectiva para sus problemas.

Con esta perspectiva en junio de 2015, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, emitió una resolución de jurisprudencia en la que determina que la ley que prohíba el matrimonio entre personas del mismo sexo es inconstitucional.

Con base en lo anterior, en mayo pasado el presidente Peña Nieto propuso una iniciativa en el ámbito nacional de “matrimonio sin discriminación” con lo cual el matrimonio entre personas del mismo sexo en México se podría realizar en todas las entidades federativas. La ley espera ser debatida en el Congreso de la Unión.

Se parte de un hecho, la SCJN, máximo Tribunal Constitucional del país, encargado de solucionar, de manera definitiva, los asuntos jurisdiccionales de gran importancia para la sociedad, ya reconoció este derecho. Este es un hecho irreversible.

Una verdadera cultura democrática no universaliza posturas. Propicia un debate amplio, plural y hasta vigoroso, donde todas las expresiones son escuchadas y también discutidas. Se parte de la premisa de que los valores de la sociedad no son los mismos ni válidos para todos.

Reconoce que los otros son otros en la medida en que son diferentes de nosotros. Esta es la esencia. La otredad es esa posibilidad de reconocer, respetar y convivir con la diferencia; es la única garantía de la diversidad, la que, por lo demás, hace posible esa cualidad de los seres humanos de ser únicos e irrepetibles. https://goo.gl/L22mrG

En alguna parte de su obra, La Democracia en América Alexis de Tocqueville refería que los mexicanos de mediados del siglo XIX, al igual que muchos otros hispanoamericanos, carecían de ese peculiar espíritu democrático y cívico que vivificaba y hacía funcionar a las instituciones de los norteamericanos. La razón de esa ausencia estaba en factores que los actores políticos simplemente no podían cambiar: la historia, la cultura y la fortuna. Los norteamericanos, consignaba Tocqueville, habían nacido iguales, nosotros, en cambio, habíamos nacido irremediablemente desiguales.

En otra parte escribió, la gente está atónita de ver en el último cuarto de siglo a las nuevas naciones de América del Sur convulsionadas por una revolución tras otra y a diario espera que regresen al que ha sido llamado su estado natural. Pero, hoy en día, ¿quién puede estar seguro? ¿No será tal vez que la revolución sea el estado más natural para los españoles de América del Sur? En ese lugar la sociedad da tumbos en el fondo de un abismo del cual es incapaz de salir por sus propios esfuerzos. La gente que habita la mitad de este hermoso continente parece estar obstinadamente determinada a sacarse las entrañas los unos a los otros: nada los aparta de ese objetivo. Sólo el cansancio induce momentos de breve respiro, que apenas si son el preludio de nuevos ímpetus. Al ver el miserable estado en el que se encuentran, y que se alterna con episodios criminales, me siento tentado a creer que para ellos el despotismo sería una bendición.

En verdad será nuestro destino quedarnos atrapados en el pasado. Mientras tanto y volviendo a las marchas, decía Octavio Paz que el diálogo no es sino una de las formas, quizá la más alta, de la simpatía cósmica.

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