El hecho del que debe partir todo discurso sobre la ética es que el hombre
no es, ni ha de ser o realizar ninguna esencia, ninguna vocación histórica
o espiritual, ningún destino biológico. Sólo por esto puede existir algo
así como una ética: pues está claro que si el hombre fuese o tuviese que ser
esta o aquella sustancia, este o aquel destino, no existiría experiencia ética
posible, y sólo habría tareas que realizar.
Giorgio Agamben
Este fin de semana será inusual en la historia del país. En varias ciudades tendrán lugar dos marchas en las que, en un legítimo ejercicio de los derechos que son propios a una democracia, miles de ciudadanos marcharán para manifestar sus demandas, reclamos y visiones en torno en el que es difícil estar más en desacuerdo: el matrimonio igualitario y, por extensión, la familia y la educación de los hijos.
La primera marcha, convocada para hoy sábado 10 de septiembre por el Frente Nacional por la Familia (FNF), se presenta como una defensa de lo que entienden debe ser el único modelo de matrimonio y familia aceptable y reconocido por nuestras leyes, es decir un matrimonio conformado por una mujer y un hombre.
El detonante declarado ha sido la iniciativa del Poder Ejecutivo federal -una “idea chabacana” de Peña Nieto en palabras del vocero de FNF, el panista Rodrigo Iván Cortés- para incorporar en la Constitución Federal el derecho al matrimonio igualitario e incorporar una perspectiva de género y de derechos humanos en los programas educativos. Para el FNF, así como las iglesias organizadas que están detrás de ellos, esta iniciativa no sólo es una amenaza al modelo de familia que desean preservar sino también un atentado a los derechos de los padres a educar a sus hijos y el derecho de un niño a una madre y un padre.
En sentido contrario, la segunda marcha, convocada en el ámbito nacional por varias organizaciones de la comunidad nacional de LGBT (Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Transgénero, Travesti) y asociaciones civiles pretende defender la diversidad realmente existente de los estilos de vida, el derecho de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio y formar familia (incluyendo la posibilidad de adopción) y las ventajas y alcances formativos y civilizatorios que supondría el incorporar una perspectiva de género no sólo en la educación de los niños y jóvenes sino también en los hogares, lugares de trabajo e instituciones públicas y privadas. En sentido estricto esta marcha a favor de la tolerancia y la defensa de los derechos de la comunidad es parte de una larga, muy larga, ardua y en ocasiones dolorosa, marcha que, desde hace décadas, se ha dado en el país, incluyendo Aguascalientes, en favor de la igualdad, los derechos humanos y la dignidad.
Estas marchas son, entonces, un testimonio elocuente de cómo el matrimonio, la familia, los hijos se han convertido en una área de conflicto cultural y político de no poca relevancia.
Bajo cierta óptica, las marchas son una señal gratificante de claro cómo la sociedad hace uso de los recursos democráticos para dar visibilidad y dirimir sus conflictos: marchar pacíficamente, manifestarse en las calles en lugar de optar por medios y recursos más violentos.
Pero, también hay aquí ciertos signos ominosos que son particularmente preocupantes. El primero es como el FNF y las organizaciones civiles, políticas y religiosas han sabido congregarse no tanto para defender lo que dicen defender, sino para negar, combatir y menospreciar los derechos de quienes, en ejercicio de su libertad, optan por estilos de vida y familia que no les agradan. La marcha del FNF implica que miles de ciudadanos ejercerán sus derechos democráticos a organizarse y manifestarse para ir en contra de los derechos de otros miles de ciudadanos a vivir de acuerdo a sus aspiraciones y convicciones.
O, dicho de otro modo, los manifestantes del FMF recurrían a los recursos propios de la democracia para pretender limitar o configurar los alcances de ésta democracia a sus muy peculiares prejuicios, miedos y fobias. Si como dice Martha C. Nussbaum, “Vivir en una democracia implica respetar el derecho de las personas a elegir estilos de vida con los que no estoy de acuerdo”, entonces, debemos reconocer que como sociedad, como país es mucho el camino que nos queda por recorrer.
El segundo aspecto ominoso es que, en tanto escenario de una batalla cultural, el debate exige una calidad argumentativa que, por lo menos, debería estar a la altura de las consecuencias que pueden derivarse de las decisiones que se tomen en esta materia, consecuencias que pueden afectar directamente el bienestar y la libertad de millones de personas. En este sentido es lamentable, y alarmante, como el FMF y de hecho la mayoría del cuerpo eclesiástico católico y cristiano del país que le acompaña, pretenden ocupar un lugar en el espacio público no para participar en un diálogo sensato, informado y honesto sino para predicar, sermonear, acusar y maldecir. No extraña, así, que en su discurso se distinga por la ausencia de ideas, por la preminencia de la mentira y falsedad, por el menosprecio por los hechos y evidencias y, en no pocas ocasiones, por la más aberrante vulgaridad. En todo caso, no reconozco la palabra de Jesús ahí. Al optar por esta forma de discurso público, el FNF y las iglesias están, además, ignorando y deshonrando una sólida y generosa tradición intelectual de raíz cristiana y católica de la que todos, creyentes o no, nos podemos sentir herederos.
Finalmente, el tercer aspecto preocupante es el ascenso que está adquiriendo la ofensiva ideológica, política y cultural contra la República. Más allá de la pretendida defensa de los valores familiares que declama, no debe ocultarse el hecho de que la marcha del FMF tiene, ante todo, un sentido político. Al parecer, después de la jornada electoral de junio pasado, la intolerancia organizada, civil y eclesiástica, cree tener el camino despejado para institucionalizar sus fobias y revigorizar su lucha por el poder…aquí en México y Aguascalientes, pero también en el Vaticano.
Ante estos hechos, no caben medias tintas: defender hoy la democracia, defender hoy la República pasa por defender el derecho a la diversidad de estilos de vida, a la diversidad de familias, a la diversidad de matrimonios. Esta es la única opción ética para libertad y la dignidad o, para, decirlo con Agamben, la única posibilidad que nos es dada para, hacer de nuestras opciones, una experiencia ética.




