Cada vez que me entero de un conflicto ambiental grave se me hace consciente un recuerdo que ha permanecido por largos años en mi memoria. Se trata del asunto de los conejos en Australia. Recordemos que en algún momento de la historia australiana alguien llevó una pareja de conejos a ese país. Y dado que no existe ahí un predador natural de esta especie, los inofensivos animalitos se convirtieron en una plaga feroz. A pesar de su mansedumbre, constatada en muchos otros países, amenazaron la factibilidad de numerosas prácticas agrícolas y ganaderas y originaron situaciones de consecuencias devastadoras para amplios segmentos de pobladores de ese país austral.
Las enseñanzas que deja esta historia me parecen cruciales en materia de medio ambiente. En primer lugar, es claro que desconocer la dinámica de un ecosistema puede propiciar que un acto mínimo, aun si se ejecuta sin ninguna mala intención, pueda dar lugar a resultados catastróficos, como ilustra el caso que hemos recordado de los conejos australianos. Es cierto también que revertir los daños causados por este tipo de fenómeno puede resultar oneroso en extremo y tomar mucho tiempo, siempre y cuando esa reversión sea posible, ya que, en un buen número de ocasiones, podría no serlo.
Todo esto viene al caso en relación con la medida del gobierno norteamericano de retirarse del Acuerdo de París. Es decir, se excluyen de un grupo cuyo propósito principal es construir, mediante la contribución internacional, conocimientos científicos fiables sobre el fenómeno del cambio climático. Hasta donde sé, parece haber ya evidencia científica suficiente para aceptar que, sin duda, estamos viviendo un proceso de cambio climático que tiende al calentamiento global del planeta. Entiendo que los especialistas han calculado que dos grados centígrados de aumento en la temperatura media global de la Tierra sería un límite sobremanera riesgoso. Sobrepasarlo daría lugar a una situación muy grave en materia climática, y posiblemente no reversible, que acarrearía consecuencias catastróficas para la vida en todas sus manifestaciones. Dicen los que argumentan a favor de la decisión norteamericana que es muy poco lo que dejaría de hacerse en el combate al aumento de la temperatura por su retirada. Pero no hay que olvidar que en cuestiones medioambientales un mínimo cambio en uno de los componentes de la dinámica de sus procesos puede ser catastrófico y dar lugar a efectos impredecibles. El meteorólogo Edward Lorenz, del muy prestigiado Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) demostró, con su modelo de la dinámica atmosférica, que el vuelo de una mariposa en el Brasil podría ser capaz de desencadenar un tornado en Texas: así de sensibles son los fenómenos que tienen que ver con el medio ambiente.
Otro de los argumentos del gobierno norteamericano es que los costos que implica la defensa del medio ambiente los dejan en desventaja en materia económica respecto a otros países. Paradójicamente, algunos de sus propios académicos nos han hecho saber que las industrias dedicadas a la producción de bienes y servicios destinados al aprovechamiento sustentable del medio ambiente han crecido a tasas notables y han sido grandes generadoras de empleo. En fin, no parece haber razones que justifiquen ese retiro norteamericano del Acuerdo de París, salvo una visión distorsionada de la realidad que concierne al medio ambiente y un nacionalismo proteccionista difícilmente justificable, con razones válidas, en estos tiempos de apertura y colaboración internacional en materia ambiental.
Sin embargo, hay algunos casos alentadores que es conveniente señalar.
Alemania ha celebrado con una gran fiesta el hecho de que ya el 85% de la energía total que consume es, hoy en día, de origen eólico y solar y eso que en el último caso hay que tener presente que no es un país especialmente soleado. Se espera que no pasen muchos años para que los alemanes obtengan toda su energía de esas fuentes citadas y de otras que la investigación ponga apunto. Que un país como Alemania, de gran consumo energético en su vida social cotidiana y en su economía, pueda dejar pronto de depender de los combustibles fósiles es algo que deberíamos tener muy presente. Recuérdese que La Ciudad de México estuvo varios días en situación de emergencia con motivo de la contaminación ambiental producto, en buena medida, del uso de combustibles de ese tipo en el transporte urbano.
También Francia aporta algunas noticias al optimismo en el tema. El presidente Macron ha reiterado, después del pronunciamiento norteamericano, su invitación a que investigadores de esa nacionalidad y de otros países que si así lo consideran pueden ir a trabajar a Francia sobre los aspectos considerados en el Acuerdo de París.
No está de más aprovechar la ocasión para recordar que en Aguascalientes puede hacerse aún investigación relevante científica y tecnológica y tomar medidas provechosas en esta materia. Es cierto que ya hay algunos logros valiosos. Me parece que crece el uso de la energía solar tanto para el propósito de sustituir el gas como combustible para calentar agua, así como para generar energía eléctrica doméstica y comercial. Han crecido también las organizaciones que se interesan por el medio ambiente: El Instituto Mexicano de Estudios Pedagógicos y de Posgrado, el Movimiento Ambiental, SOS- Mezquitera La Pona, Guardias Ambientales son algunas de ellas.
No obstante esos avances, la disponibilidad en materia de radiación solar en el estado permitiría, a mi juicio, un aprovechamiento mucho más amplio de este recurso que nos durará cerca de 15 mil millones de años en el peor de los casos. Conozco profesionales competentes en materia de construcción ecológica y creo que podría fomentarse más firmemente este tipo de obras con incentivos para quienes las promuevan y para quienes las adopten.
Es cierto también que en algunos momentos se ha logrado limpiar y mantener en buen estado ambiental el cauce de los arroyos en la ciudad capital, aunque debemos reconocer que esta actividad se dejó de atender, al menos en el área que conozco, desde mediados de la administración pasada. En este caso, las prácticas de consumo propias de la sociedad actual son en buena medida responsables. El exceso de materiales no biodegradables en empaques y envases significa un grave riesgo para la salud ambiental sobre todo si se depositan, ya cuando se desechan, en lugares inadecuados. Las redes sociales han informado de una “isla” de materiales plásticos del tamaño de Chihuahua que flota en el Pacífico Norte.
Y, finalmente, subrayo el hecho de que contamos, aquí en el estado, con la siempre decidida e incansable participación en estos asuntos ambientales de la Doctora Enriqueta Medellín. Merece nuestro más amplio agradecimiento por su constancia y competencia para alertarnos permanentemente acerca de la relevancia del medio ambiente para una vida humana digna; no sólo la nuestra, sino la de nuestros hijos y nietos. Dejarles un mundo habitable y ecológicamente lo más sano posible es nuestra responsabilidad y seguramente nos reclamarán, con dureza justificada, si no somos capaces de ejercerla como es debido.
