Esta semana se estrena una nueva entrega de The Girl With the Dragon Tattoo, que si confiamos en los datos a la mano, va a ser como esas canciones piratas de comercial de gel si se compara con la versión de David Fincher de 2011. A siete años, es interesante recordar que el director divide sus trabajos en dos: films y movies. Generalmente sus proyectos de pasión como Social Network son la categoría superior (films) mientras que palomeras como Panic Room más bien son movies.
Intencionalmente, no quise revisar la entrevista donde refiere la categoría de Tattoo, ya que si nos fiamos por los hechos es un punto medio. Se basa en una novela exitosa pero no precisamente amada por el mundo literario, más bien estando en categoría de lectura de Sanborns. Y peor: tiene una adaptación previa, y amada por los fans, con mucho menos presupuesto en su país de origen (Suecia). Fincher repitió al mismo equipo clave de Social: Jeff Cronenweth en la foto y NIN (Trent Reznor con Atticus Ross) en la música, cosa que haría también en Gone Girl. Esta alianza temática ha definido al gringo como uno de los autores cinematográficos más imitados de la última década.
Sólo que hay un pequeño detalle. A diferencia de Christopher Nolan, que tiene a Warner y Legendary en el bolsillo para producir cualquier idea, Fincher nos negó una cuarta entrega de este equipo debido a que Sony decidió que el director no entregó los resultados esperados en taquilla con Tattoo. La historia detrás es buenísima: el drama noir era clasificación C y uno de sus ganchos eran las venganzas de la protagonista Lisbeth Salander hacía algunos de los hombres culeros que hay por el mundo, incluído un trabajador social violador. Con todo este contexto, era lunático esperar un éxito arrollador, a pesar de que no era una cinta barata (90 millones, casi la mitad de cualquiera de Marvel).
Sony decidió no avanzar con una segunda parte de Fincher debido a que el director creyó merecer más honorarios, al igual que las estrellas Daniel Craig y Rooney Mara. Sony barajó despedir a Craig (cimentado como el 007 moderno) y eliminarlo de la trama, aunque su personaje es uno de los protagonistas de toda la saga, para abaratar costos. Obviamente murió el proyecto. El enojo entre el estudio y Fincher siguió con las negociaciones de Steve Jobs, donde tampoco se llegó a un acuerdo para el sueldo del cineasta. ¿Se imaginan esa película de tres grandes escenas con música de NIN y el ojo del cinematógrafo de Fincher? De lo que nos perdimos.
Tattoo dejó dos grandes regalos para el universo Fincher: gracias a Rooney Mara, su hermana Kate fue presentada para el rol de Zoe Barnes en House of Cards, mientras que Robin Wright venía de un papel menor (casi un cameo) como la exesposa en pantalla de Craig. Gracias a eso tenemos nuestra Claire Underwood.
The Girl in the Spider’s Web, la nueva entrega con dirección de Fede Álvarez y Claire Foy, en teoría es una versión de anuncio de gel de la dirección de Fincher por algo paradójico: su estilo ha sido muy copiado en la última década, debido a que es un tema visual y creativo más que de presupuesto. Basta con ver decenas de dramas en televisión que copian su forma de iluminar o su aversión a la cámara en mano. Por otro lado, Sony piensa que la marca de Tattoo es lo suficientemente para tener a una estrella que apenas comienza como nombre de taquilla (Foy) y usando la típica estrategia de graduar a un director emergente de horror hacía un blockbuster.
Las reseñas han sido mixtas porque el filme, en 2018, no aprovecha nuestro contexto cultural #MeToo y más bien (como dice Vulture.com) es una especie de fantasía de lo que un hombre cree que es una venganza feminista. Yo por puro morbo la veré. Tanto puede la marca.
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