El domingo 2 de febrero apareció en las noticias internacionales una gran manta en inglés -que ni siquiera se tomaron el trabajo de traducir al español- en la que los participantes de una manifestación en Caracas, Venezuela, demandaron al president Trump la intervención armada de sus marinos a los que están “esperando con los brazos abiertos” para que los salve del “usurpador” Nicolás Maduro, mientras que su líder, Juan Guaidó -quien había solicitado también el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el envío de “ayuda humanitaria”-, les incitaba a iniciar una guerra civil con el mismo propósito.
En primer término, no podemos creer que sean venezolanos los acarreados a ese mitin, pues ningún venezolano que se precie de serlo recurriría ante un extranjero para que le resuelva sus problemas internos; mucho menos ante un personaje tan descalificado como Donald Trump, titular del imperio estadounidense, que carece de autoridad alguna sobre la nación venezolana. Y menos aún si es bolivariano, pues sabrá bien que Simón Bolívar afirmó: “…Los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”. Simón Bolívar.
Por su parte, el Secretario General de la ONU le contestó que su gestión tenía que ser autorizada por Nicolás Maduro, por ser el presidente Constitucional de Venezuela y mientras él ocupe el cargo no puede haber otro. Cabe aclarar que Guaidó, quien se autoproclamó diez días antes como “presidente encargado de Venezuela” siguiendo las indicaciones de sus consejeros de Washington, que necesitan un pretexto para apoderarse de la mayor reserva petrolera del mundo que se encuentra precisamente en Venezuela, así como de otras enormes riquezas naturales de su exuberante biósfera.
Si nuestra niñez, adolescencia y juventud estuvieran aprendiendo la historia y el civismo que antaño se impartía en las escuelas, identificarían la similitud de este momento histórico de Venezuela con la petición de los conservadores mexicanos que cuando perdieron la guerra de Reforma ante los liberales, se fueron a París para entrevistarse con Napoleón III, el más poderoso emperador de aquella época, para que enviara su ejército a someter a los liberales e imponer un príncipe extranjero; lo importante para ellos no era la lealtad a la Patria representada por la mayoría de votos depositados en las urnas por el pueblo; lo importante era conservar los privilegios de aquella minoría avariciosa y usurera, aunque el imperio francés saqueara las riquezas del país a su antojo.
La verdad es que probablemente los jóvenes actuales no están al tanto del comportamiento del gobierno de los Estados Unidos en relación con la forma brutal que tiene de apropiarse de enormes recursos que ha conseguido en todo el mundo a través de su existencia, gracias a los cuales son la potencia de la que tanto se enorgullecen.
Pero sus tácticas son las mismas de siempre, desde su propio nacimiento, pues si bien surgió como una república democrática, pronto se presentó ante el mundo, en los hechos, como lo que siempre ha sido: un imperio que ha crecido a base de rapiña con el pretexto de llevar la libertad y la democracia a los pueblos “atrasados”, a los que invade o interviene de una u otra forma para salvarlos de sus “malos gobiernos” aunque hayan sido democráticamente electos, con base en un conspirador que, convertido en su testaferro, encabeza la supuesta “lucha por la libertad”.
Así sucedió con el territorio de Texas, perteneciente a México, cuyo golpe estuvo preparando desde 1820; en 1843 inventó una guerra para convertirlo en “república independiente” que de inmediato reconoció y terminó anexándosela como otro estado de su confederación en 1845 y de allí continuó expandiéndose hasta apoderarse de la mitad del territorio mexicano en 1848.
De manera similar provocó en 1903 la separación del territorio panameño que pertenecía a Colombia, para apoderarse de la zona en que terminó de construir el canal que manejó para su beneficio y control estratégico durante un siglo.
O impuso dictadores para saquear las riquezas de muchos países, desde los Somoza en Nicaragua hasta Pinochet en Chile y todos los del famoso Plan Cóndor, solo para citar dos de los más representativos.
Y lo mismo que hizo en América Latina hizo en muchas partes del mundo, hasta la fecha; al grado de que su principal industria es la guerra y la fabricación de armamentos, y también el principal productor de contaminación ambiental y desequilibrio ecológico que ha provocado la mayor destrucción de biodiversidad que ha conducido al cambio climático, mismo que amenaza acabar con las fuentes de sustento de la humanidad.
La historia de sus miles de fechorías en todo el mundo está documentada y publicada.
Pero como todos los imperios, después de incubarse durante el siglo XIX y fortalecerse gracias a la Primera Gran Guerra del siglo XX, en la Segunda el imperio estadounidense le arrebató el cetro al británico y llegó a su culminación con la Guerra Fría, al final de la cual inició su fatal descenso que ahora quiere volver a levantar el actual poseedor del cetro con su incesante cuanto inútil frasecita de volver a “hacer grande” su imperio. Su tiempo se acabó.
Y tal como lo previó mi querido maestro y amigo Guillermo Garcés Contreras en 1958, cuando el imperio estadounidense, que se hizo fuerte sometiendo a América Latina, cuando decline después de depredar muchas partes del mundo, que terminarán por expulsarlo, tratará de apropiarse nuevamente de los recursos de nuestros países latinoamericanos, que son los únicos que quedarán a su alcance.
Eso es precisamente lo que está intentando hacer con Venezuela.
Sin pretender entrometernos en sus asuntos internos, sí podemos afirmar que Venezuela, que ha sufrido otras intervenciones anteriores del imperio, tiene ya experiencia en estos desencuentros.
Y en este sentido México también tiene experiencias qué ofrecer:
Cuando el imperio estadounidense nos despojó de la mitad de nuestro territorio, estaba en el poder un personaje despreciable: el dictador conservador Antonio López de Santa Anna, quien prefirió disfrutar de los 15 millones de dólares que le ofrecieron los invasores como compensación por el territorio usurpado, que defender a como diera lugar la soberanía nacional.
Pero cuando Napoleón III pretendió convertir a nuestra Nación en otra colonia de su imperio, estaba en el poder un personaje íntegro a carta cabal: el liberal Benito Juárez, quien sin importar la superioridad militar del enemigo acudió al pueblo en demanda de apoyo; el pueblo se lo otorgó sin límites y mediante la improvisada guerra de guerrillas y una gran imaginación, derrotaron al poderoso ejército francés.
En estricto apego a la ley, Benito Juárez ordenó la ejecución del príncipe enviado por Napoleón III, dejando claro, así, que la soberanía de México será intocable mientras el pueblo esté dispuesto a defenderla. Por eso y porque la defensa de la soberanía mexicana significa defender también la soberanía de América Latina, ésta le otorgó el título de “Benemérito de las Américas”.
Lo mismo sucederá en Venezuela. Si su presidente se muestra que es un hombre íntegro, el pueblo venezolano, heredero de Francisco de Miranda y de Simón Bolívar -a quienes no solo los cubanos, los bolivianos, los uruguayos o los mexicanos, sino todos los latinoamericanos reconocemos como nuestros guías en la lucha por la libertad- ese pueblo sabrá comportarse como lo que siempre ha representado en la historia: el garante de la soberanía latinoamericana.
Y en esa tarea sublime contará con el apoyo de los pueblos libres de América Latina, sin importar la clase de gobierno que tengan.
“Por la unidad en la diversidad”
Aguascalientes, México, América Latina
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