He aquí un signo de la descomposición que sufre la convivencia ciudadana; un gesto casi inocente, casi indoloro; casi ni quién se fije: un vehículo estacionado en sentido contrario, obstruyendo una esquina, al igual que el otro automotor.
Que yo recuerde, no hace mucho tiempo las esquinas eran sagradas, y salvo excepciones, estaban libres, descubiertas, y su invasión era causa de multa fulminante. Hoy no es así, y por todas partes encontramos escenas como ésta, en la esquina de Sierra de la Canela y Monte Everest, fraccionamiento Bosques del Prado Norte, una urbanización que experimenta un grave proceso de degradación urbana… como otras zonas de la ciudad.
La prohibición no era, no es, caprichosa, y obedecía a dos razones principales: en primer lugar, dejar vía libre al peatón, que es, o era, el rey de la calle. La segunda razón no era, es, menos importante: la esquina debe estar libre para no obstruir la visión del conductor que llega a un crucero y va a atravesarlo. Llevada el asunto al extremo, la obstrucción de visibilidad incrementa el riesgo de choques.
¿Por qué hacemos cosas así; estas y muchas otras? La razón es muy simple, escalofriante y brutal -disculpe el tono fársico-: lo hacemos porque podemos; porque no hay nada, ni conciencia cívica personal, ni autoridad, que lo impida. Total: ¿qué tanto es tantito? Jaque mate al peatón… Y a la esquina. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).




