El Departamento de Letras de la Universidad Autónoma de Aguascalientes compartió en su página de Facebook un comunicado sobre el deceso del Maestro Felipe San José, que compartimos, junto con los testimonios de dos de sus alumnos, que compartieron con LJA.MX.
Con un profundo e inmenso dolor, comunicamos el fallecimiento de nuestro querido Mtro. Felipe San José González, fundador de la carrera de Letras Hispánicas en la UAA, cuyo amor incansable por la lengua española y la literatura hispánica formó a tantas generaciones de estudiantes. No acabaremos nunca de agradecerle, allá donde esté, por la sabiduría, el ejemplo, la pasión, la generosidad, la alegría y el amor con que ejerció su labor docente en nuestras aulas. No hay palabras suficientemente bellas para despedir a la bellísima persona que fue el Mtro. San José. Descanse en paz, Maestro. Enviamos nuestro más sentido pésame a sus familiares, amigos, colegas y estudiantes.
Los sábados eran siempre esperado porque había la promesas de que veríamos “Sopa de letras con Jorge Saldaña”. Para mí era una forma de acceder a la cultura de las letras. Así que cuando supe que el maestro Felipe San José -uno de sus principales integrantes- vendría a vivir a Aguascalientes me alegró en grado sumo. No recuerdo cómo me enteré que ofrecería dos cursos a través del Instituto Cultural de Aguascalientes, uno de Creación literaria y otro de Lingüística (este último en realidad era de morfología y sintaxis).
Me inscribí. En aquel tiempo había otro taller al que asistí en 1979 a 1981. El taller con el maestro Felipe era más amable y con otro tipo de exigencias. Nos reuníamos en el Museo Guadalupe Posada. Dejé de ir por un tiempo y me incorporé cuando el taller que él dirigía ya no estaba bajo el cobijo del ICA, sino del Issste, nos reuníamos en Pedro Parga.
Después me enteré que se había abierto la licenciatura en Letras Hispánicas y que él era parte de la plantilla académica. Yo entonces era secretaria, mi esposo me animó para que estudiara la preparatoria abierta. Mi meta fue entrar a la universidad para seguir estudiando lo que me había despertado tanto interés en mí. En 1992 me inscribí, pero no me entregaron mi certificado de preparatoria, así que me tuve que esperar dos años para inscribirme -en aquel tiempo la matrícula se abría cada dos años-. El maestro Felipe nos decía que a nosotras, a mi generación, nos había dado clase desde el primer y hasta el último día de nuestra carrera.
Él era creyente y defendía su fe, en esos términos que Dios lo tome en sus brazos.
