Jardín de las Rosas, la Casa Blanca. 8 de julio de 2020. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, voltea a ver a su anfitrión, el mandatario Donald Trump, y le dice: “Ciertamente en la historia de nuestras relaciones hemos tenido desencuentros y hay agravios que todavía no se olvidan”. El político tabasqueño agrega que los mexicanos que viven en la Unión Americana “son una comunidad de gente buena y trabajadora que vino a ganarse la vida de manera honrada y que mucho han aportado al desarrollo de esta gran nación”.
Minutos más tarde, el tribuno Porfirio Muñoz Ledo redacta en su cuenta de Twitter: “El encuentro de Trump y López Obrador fue una gran escena diplomática. El primero se mostró mesurado, contrario a su propio estilo y a su verdadero pensamiento” y añade: “AMLO se volvió a poner la banda presidencial como Jefe de Estado”.
Las escenas arriba descritas sirven como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar por qué la arenga pronunciado por Andrés Manuel López Obrador en la Casa Blanca, ante el mismísimo Donald Trump, fue un “discurso de Estado”.
Para el diccionario Larousse, la diplomacia es “la parte de la política que se encarga de las relaciones internacionales”. Los orígenes de esta actividad se encuentran en la antigua Grecia, en donde germinó la costumbre de enviar a un funcionario especial: el heraldo, cuya maneras principales eran: poseer una reminiscencia retentiva y una voz estruendosa porque debían pronunciar un discurso excelso ante sus anfitriones.
El heraldo estaba bajo la tutela del dios Hermes, el mensajero de los mortales, protector de rebaños y ganado y guardián de los caminantes. Por lo tanto, la deidad devino en el vigilante de los oradores y los escritores.
Con el pasar del tiempo, para ser diplomático no solo bastaba ser buen orador y se agregaron nuevas herramientas a la profesión: la destreza en el derecho internacional, herencia de Roma; y el conocimiento de la geografía y la estrategia, legado de Bizancio.
Ahora bien, qué es el discurso. Es una palabra que proviene del latín discursus, que significa “acción de correr aquí y allá, con idas y venidas”. Es decir, es una “serie de palabras habladas o escritas que constan de más de una oración”1. Para efectuar una análisis concienzudo del discurso, el metafísico e historiador francés, Michel Foucault, escribió en su obra, la arqueología del saber, que el discurso forma “parte de un juego de dependencias y correlaciones cambiantes”2.
Ahora bien, por qué afirmar que la alocución de AMLO fue un “discurso de Estado”. Primero, utilizó la reminiscencia histórica: Benito Juárez, el mayor estadista que ha producido México, encontró, durante la Intervención francesa, apoyo y comprensión en el titán que se opuso a la invasión estadounidense a nuestro país, que salvó a la Unión Americana y que emancipó a los esclavos afroamericanos: el republicano Abraham Lincoln.
Asimismo, el general Lázaro Cárdenas del Río –el político que expropió la industria petrolera, consumando así la tercera independencia de México– mantuvo una relación amistosa con el promotor del New Deal y comandante en jefe del “arsenal de la democracia”: el demócrata Franklin D. Roosevelt.
Segundo, el análisis geo-económico: la verdadera razón por la cual se renegoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) es porque Trump y su equipo de asesores decidieron que, para enfrentar a la “economía depredadora de China”, era imperativo modificar el TLCAN porque la América septentrional debe seguir siendo un centro en innovación científica y tecnológica y, además, reconfigurar las cadenas de suministro para contar con una base manufacturera robusta.
Por ello, AMLO mencionó que la América boreal es “inexplicablemente deficitaria en términos comerciales” lo que produce “fuga de divisas, menores oportunidades para las empresas y pérdidas de fuentes de empleo”. Por lo tanto, el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) es “una gran opción para producir, crear empleos y fomentar el comercio…con menores costos de transporte, con proveedores confiables para las empresas y con la utilización de fuerza de trabajo de la región”.
Tercero, la aportación de los mexicanos al desarrollo de los Estados Unidos. Desde la época del programa bracero, los trabajadores que laboraron en el sector agrícola estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, hasta los millones de mexicanos que, en los campos de California, los malls de Florida o en las universidades de la Ivy League, contribuyen a la economía estadounidense y que envían parte de sus ganancias a México, es “una comunidad de gente buena y trabajadora que vino a ganarse la vida de manera honrada”.
Esto fue una bofetada con guante blanco, pues hay que recordar que con Trump hay dos agravios: la construcción del muro fronterizo, la cual supuestamente pagaríamos los mexicanos; y el hecho de afirmar que los mexicanos somos “una nación de narcotraficantes y violadores”.
Finalmente, una pizca de filosofía política: AMLO exhortó a Trump a olvidar la Doctrina Monroe –“América para los americanos”- y seguir el ejemplo del jefe del Ejército Continental y primer mandatario de Estados Unidos: George Washington, quien recomendaba que “las naciones no deben aprovecharse del infortunio de otros pueblos”.
El escribano concluye: el discurso de Andrés Manuel López Obrador en la Casa Blanca, ante Donald Trump, nos recuerda que “la diplomacia no es ni el invento ni el pasatiempo de algún sistema político determinado, sino un elemento esencial en cualquier relación racional entre hombres o entre naciones”3.
Aide-Mémoire.- El despliegue aeronaval estadounidense en el mar de la China meridional es una muestra de que Washington se opone a que China construya un “imperio marítimo”.
1.- Gómez de Silva, Guido. Diccionario Internacional de Literatura y Gramática, México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 192
2.- Ceballos Garibay, Héctor. Foucault y el poder, México, D.F., Ediciones Coyoacán, 1997, p. 21
3.- Nicolson, Harold, La diplomacia, México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 19




