Pocas novelas reflejan con tanta energía, belleza y crueldad la sumisión de la clase política a una sola persona como La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, en uno de sus pasajes el Olivier Fernández intenta explicarse cómo es que el presidente podría ganar la preferencia del Congreso para su candidato a la presidencia, “Total: que a poco de darle vueltas al asunto, vino, con su cinismo característico, lo que el propio Caudillo le había dicho, en ocasión bien diversa, dos años antes: ‘En México, Olivier, no hay mayoría de diputados o senadores que resista a las caricias del Tesorero General’”, una versión elegante de los cañonazos de 50 mil pesos de Álvaro Obregón o el dicho popular Con dinero baila el perro.
Sabe Quevedo que “Con su fuerza humilla al cobarde y al guerrero” ese poderoso caballero que es Don Dinero, que doblega cualquier voluntad, como parece que queda expuesto ante la filtración de las acusaciones de Emilio Lozoya Austin, quien con tal de salvar a su familia y a sí mismo, no ha dudado en exhibir a decenas de políticos mexicanos acusándolos de recibir sobornos. El exdirector de Pemex deja claro que revelará cómo mediante la entrega de recursos Odebrecht obtuvo favores del gobierno mexicano, se acusa de corrupción a tres expresidentes: Carlos Salinas de Gortari, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto; además de titulares de secretarías de Estado como Luis Videgaray, José Antonio Meade, José Antonio González Anaya; legisladores como Ricardo Anaya Cortés, Ernesto Cordero, Francisco García Cabeza de Vaca, Francisco Domínguez Servién, Salvador Vegas Casillas, Jorge Luis Lavalle Maury; incluso a la periodista Lourdes Mendoza.
El gobernador de Querétaro, Francisco Domínguez, sentenció lo que vale la denuncia de Lozoya Austin: “ha aportado sólo sus dichos que valen lo que su prestigio: nada”, y eso es lo que no se tiene que perder de vista, la necesidad de hacer justicia para impedir la impunidad. Los favores electorales que pueda obtener Morena no tendrían que forzar el linchamiento mediático de los implicados, tampoco en la defensa de la honra pública eximir a los acusados sólo porque son las declaraciones de un corrupto reconocido. Lo que está en juego es el juicio a la corrupción sistémica que define el comportamiento de la clase política nacional.
Sí es un momento clarísimo para definiciones que permitan limpiar la política nacional, si se resuelve a favor de lo que beneficie a un grupo u otro, el trofeo no puede ser la oportunidad de cazar cabezas, se estará perdiendo la oportunidad de sancionar las prácticas corruptas, de clarificar que la descomposición no es resultado de un comportamiento individual, que las mafias en el poder no son un grupo de malvados que complotan para saquear al país sino una infraestructura que devora y permite el saqueo.
Las revelaciones de Lozoya Austin conceden, como nunca, la razón al presidente Andrés Manuel López Obrador, combatiendo la corrupción se resuelven muchos de los problemas del país, por eso, más allá de los beneficios electorales o de imagen para el presidente, estos sobornos tienen que ser clarificados con la mayor transparencia, por mucho que la audiencia quiera ver sangre, si esto queda en simple cacería de brujas el resultado puede ser devastador para limpiar el sistema, si uno solo los implicados por el exdirector de Pemex demuestra que Lozoya Austin miente para salvarse y ahí queda el juicio, el andamiaje institucional que permite la corrupción quedará en pie, listo para seguir siendo usado para escalar por quienes sólo buscan el poder para servirse.
Coda. Héctor Aguilar Camín describe que hay dos Álvaros Obregón, “uno suntuoso y con frecuencia fallido orador que se envuelve en los tules retóricos del patriotismo y la celebración emocionada de los destinos de México, en cuyo servicio se milita sin otro límite que el de las propias fuerzas. Otro, mucho más sabio, contundente y atractivo, es el que resume en privado los conocimientos de su caudillaje en el medio corrupto y cínico de la política postrevolucionaria, el que acuña aforismos perdurables que autorretratan el impulso profundo de una inteligencia: ‘No hay general que resista un cañonazo de 50 mil pesos’ o ‘Un pendejo con iniciativa es más peligroso que un toro bravo’. Entre esas dos realidades, pero sobre todo en la segunda, oscila y se ejerce la pasión fundamental del caudillo, la pasión del poder y del mando”. El servicio que las acusaciones de Lozoya Austin hacen a la Cuarta Transformación se pueden resumir así: la caricia y el toro.
@aldan




